Quiérase o no el espíritu del final del año está presente en las
conversaciones, en los planes, en las noticias... Aún para aquellos que por una
cuestión de fe no celebran la Navidad, el cambio de año es insoslayable y,
aunque no quieran, les llegará algún brindis, algún saludo, o por lo menos, el
medio aguinaldo de diciembre. Y si así no fuera, ya
pasará el basurero tocando timbre y dejando la tarjetita de saludo a cambio de
algún billetito a voluntad.
Sin duda que la Navidad es el centro de este tiempo. La hemos
heredado a través de la fe junto con la civilización europea y occidental que
nos ha tocado en suerte y junto con ella vinieron las comidas cargadas de
calorías –ideales para esta época en el hemisferio Norte-, la figura de
Papá Noel como popularización de san Nicolás de Bari –un obispo heredero de
fortuna familiar que decidió repartirla entre los niños más necesitados de
Pátara, la ciudad turca de donde era patriarca- y el estruendo de los
fuegos artificiales.
Cuando éramos chicos no podíamos concebir los primeros días de
las vacaciones escolares sin molestar con los cohetes y los triangulitos, ya
que no era mucho más lo que nos dejaban comprar. Tomábamos todas las
precauciones de seguridad, esperábamos que el último vecino del barrio se
levantara de la siesta, y allá íbamos, a meter un poco de ruido.
Con el tiempo, con la pirotecnia pasó como con los helados: de
ser un producto asequible sólo en esta época del año, pasó a
conseguirse y consumirse durante los doce meses sin demasiado esfuerzo, más
allá del económico.
Pero en esta época en que parece que nos portamos peor que cuando
éramos chicos, la pirotecnia aparece anotada en el pizarrón junto con los
chicos malos: se le acusa más de molestar a las mascotas que a los
humanos o de ser potencialmente peligrosa para quien la manipule.
Desde diversos
espacios se pide el no uso de pirotecnia y fuegos de artificio en nombre de la
salud de perros, gatos, mascotas y pájaros. Quiere decir que desde los chinos
de hace dos mil años para acá nos vinimos portando muy mal para con nuestros
queridos animales.
Pero resulta que chinos, hindúes, griegos y
romanos, desde tiempo inmemorial sumaron la pirotecnia a sus grandes ceremonias
no sólo con un fin festivo sino también, en sus creencias, para ahuyentar los malos
espíritus con vistas al año que iniciaban, a la fiesta que celebraban, a la
etapa que comenzaba como podía ser, por ejemplo, la siembra.
Vale decir que en su origen cohetes y
fuegos artificiales tuvieron un sentido que le hemos perdido.
En todo caso, la costumbre platense de armar y quemar
muñecos pirotécnicos cada 31 de diciembre o en las primeras horas del 1º de
enero, tiene la virtud de reunir en torno de ellos a la comunidad barrial
después del brindis familiar. Y ni hablemos del arte volcado, que en muchos de
ellos no tiene desperdicio.
Pero hablábamos de la Navidad, que para
muchos es una cuestión religiosa, para otros una cuestión social y para otros,
meramente comercial. En todo caso, está cumpliendo la función de unirnos a
todos, cada cual a su modo, llevándola en el pensamiento y en el sentimiento
por algunos días.
La muestra de pesebres y el eslogan “Navidad
en City Bell” ya son un clásico local después de siete años de organizarse.
Darse una vueltita por las ferias artesanales citybellinas para comprar
presentes para todos los participantes de la mesa navideña, es casi un
imperdible de cada diciembre.
Recorrer los barrios para
apreciar las casas y sus jardines ornamentados para la ocasión es otra
propuesta para no despreciar, aunque nos falte la nieve de las películas y todo
parezca más Coca Cola que un humilde pesebre para un recién nacido.
Lo deseable, entonces, es que cada uno tenga su
Navidad y su Año Nuevo. No importa si no hay un Niño Dios naciendo dentro
por una cuestión de creencia. Lo que importa es que no pase sin ton ni son,
que aminoremos el paso, que miremos hacia adentro y también alrededor. Que
nos encontremos con nosotros, con el otro; que sepamos que unos y otros nos
necesitamos, que nos tenemos.
Que la Navidad y el Año Nuevo siguen existiendo sin el estruendo
de la pólvora inflamada, aunque no concibo una Navidad
silenciosa ni un villancico cantado sin fuegos de colores como fondo.
Esta Nochebuena y este Año Nuevo, en
las burbujas de nuestra copa estarán todos los nombres que fueron parte de
nuestro año que se va. Y estarán todos los deseos de unos y de otros para
que se vayan construyendo a lo largo de 2017.
Salud, felicidades y que sea Navidad, entonces, muy dentro de
vos, y de vos, y de vos, y de vos, y de vos, y de vos, y de vos...
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