Casi las 8 de la noche. ¿Habrá sido a esta hora? ¿O más temprano? Tal vez, más tarde… Lo que sí es seguro es que hace exactamente cien años, un siglo, nacía la radiofonía con el formato que le conocemos hoy: con programación, con música; pronto, también, con reclames, como se les llamó antiguamente a las publicidades.
Enrique Telémaco Susini impostó su voz y se largó ante un primitivo micrófono: “Señoras y señores, la Sociedad Radio Argentina”… y acabó presentando la ópera Parsifal, de Richard Wagner, directamente desde el teatro Coliseo de Buenos Aires.
Con Susini estaban también Miguel Mujica, Luis Romero Carranza y César Guerrico. El cuarteto pasó a la historia como “los Locos de la Azotea”, dado que en esa ubicación del teatro instalaron el “poderoso” transmisor. La antena, en el techo contiguo que pertenecía a la casa de remates “Guerrico y Willliams”. Este Guerrico, padre de César, no era otro que José, presidente de la Sociedad que fundó mi pueblo, City Bell, y que sería también intendente de la ciudad de Buenos Aires, entre otros cargos de figura.
Los Locos eran, en rigor, radioaficionados. Vale decir que la radiofonía existía desde antes. Lo que ellos hicieron fue, primero, el transmisor. Y luego, aquel glorioso 27 de agosto centenario, dieron la puntada inicial a una radiofonía con programación extendida en el tiempo y que ese día habría sido sintonizada, con suerte por medio centenar de receptores de galena en la ciudad de Buenos Aires.
Mis afectos con la radiofonía arrancaron con un aparato Philco Tropic valvular encaramado en una repisa en lo alto de la pared de la cocina de casa, altura que, con los años, no era tanta. Ambas, radio y repisa, conviven en la plenitud de sus funciones en mi rincón de trabajo hoy.
Tengo muy presente en la memoria de mis cinco añitos la noticia del derrocamiento del presidente Illia. Creo que se trata de mi primer registro de la radio como medio informativo. Es inevitable evocar nombres, voces y programas, tanto como dejar muchos afuera. Algunos por desconocimiento de entonces; otros, por desmemoria de ahora.
Hugo
Guerrero Marthinheitz, Antonio Carrizo, Alberto Magdaleno, Julio Lagos,
Pedro Aníbal Mansilla, Nora Perlé, Ariel Delgado, Pinky, Jorge Fontana,
Héctor Larrea, Víctor Sueiro, Blakie, Beto Badía, Leo Rivas, Betty Elizalde,
Graciela Mancuso, Alberto Tahler, Enrique Manchini, Quique Pesoa, Luis
Garibotti, Marisa Cassia, María Ester Vignola, Rina Morán, Calle
Corrientes, La revista dislocada, La gallina verde, Rulos y moños,
Garaycochea, Miguel Ángel Merellano, El show del minuto, Carburando,
José María Muñoz, Benardino Veiga, Fioravanti, Faustino García, Fernando
Bravo, Rubén Aldao, Daniel López, Ricardo Jurado, Eduardo Aliverti,
Luisa Delfino, Juan José Lujambio, Alberto Hugo Cando, Raúl Urtizberea,
Omar Cerasuolo, Osiris Troiani, Magdalena Ruiz Guiñazú, Oscar Gómez Castañón,
Las dos carátulas, El rotativo del aire y sus trompetas, el gong de
radio El Mundo… Además, radios Belgrano, Provincia, Universidad,
Rivadavia, Colonia, Carve, Real, Splendid, Excelsior, Continental,
Argentina, Antártida, del Plata, Nacional, la FM 103 Inolvidable,
Municipal y, muchísimo más acá en el tiempo, radio Signo con mi
experiencia junto a Juanjo Vendramin, Hablando de City Bell. Y siguen las firmas y la nostalgia. O, como dijo la poeta, mucha “dulzalgia”.
La radio, la que creían muerta con la aparición de la televisión, la que no podría contra internet y las emisoras on line, la amplitud modulada que caería rendida a los pies de la frecuencia modulada, sopla hoy cien jóvenes y fortalecidas velitas.
Por su fidelidad, su compañía, su cualidad de ejercitar nuestra fantasía, su poder de introducir la cultura en nuestros hogares, por haber sido convocante de la familia, por acercarnos las emociones de un partido de fútbol y de un aterrizaje en la Luna, por contarnos las cosas antes de que aparecieran los diarios y por seguir firme en el aire a pesar de su siglo en el éter, gracias, salud y larga vida.