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martes, 3 de septiembre de 2019

La caída

Miércoles - 11:48:16 horas.
Termino de sembrar unas semillas en almácigos sobre la mesada de la parrilla. Giro hacia la derecha, tropiezo con un ladrillo, empiezo a caer. Uy, mi cadera operada. El médico me había dicho que evitara golpeármela, que me cuidada de las caídas. No, no es la operada, esa es la izquierda y estoy cayendo hacia la derecha. Sí, me estoy cayendo. ¿Cuánto tiempo hace que no me caigo? Un montón. Pero ahora me estoy cayendo y por suerte no es del lado donde tengo la prótesis, no. ¿Cuánto hace que estoy cayendo? No termino más.

Siento que la rodilla choca contra algo semiduro y me salpico hasta la cara. Sigo cayendo, apoyo mi mano derecha en el ángulo entre la vereda y la pared, que como está revocada con salpicré, me raspa un poco. Me golpeo fuerte el lateral de la mano y la muñeca, que queda bastante retorcida. Me la quebré. Seguro que me la quebré. No termino más de caerme.
Estoy en el suelo, entre la parrilla, la cisterna y la pared con salpicré. Con la otra mano busco apoyo y me levanto. La rodilla me duele un poco y la mano, más. ¿La podré mover? A ver… sí, la muevo. Los dedos, la muñeca, parece que está todo bien. Me toco la cadera izquierda, la operada, no me duele, no me la golpeé. La otra, tampoco. Igual me voy a poner hielo en la mano, la muñeca y la rodilla. Y me tengo que cambiar. Estoy mojado y embarrado. Mejor me baño. ¿Sangre? No, sangre no me veo.
Busco con qué me tropecé. Con un ladrillo que debía estar enterrado, como si fuera una baldosa y se ve que estaba medio levantado. Al lado del ladrillo díscolo está el tacho de aluminio donde les ponemos agua a los gatos. Bueno, lo que quedó de él, en realidad. Tiene el borde hundido, abollado con la forma exacta de mi rodilla. Igual creo que todavía sirve.
Ya estoy parado, me miro la mano, me toco la rodilla. Pienso en mi cadera. Es una suerte que caí del otro lado. Uf, por fin; una eternidad cayendo. Miro la hora.
11:48:18 horas.

lunes, 1 de enero de 2018

El año del Meccano



En el umbral de 2018 –apenitas pasado el mediodía del 1º de enero-, alguna cosa surge en referencia al año que acabó. Vienen a la mente, por sobre todo, frases y lugares comunes que trataremos de no repetir. Palabras de circunstancia, clichés acuñados involuntariamente a lo largo de los años, de los muchos saludos prodigados y recibidos, de las reflexiones oídas y leídas en torno de cada 31 de diciembre.

Por eso es posible que de estas líneas salga algo que se le parezca mucho a todo eso que no queremos decir ni escribir, pero hagamos el esfuerzo.

Ojear un poco las noticias –antes hojeábamos los diarios y las revistas en su formato de papel, ahora ojeamos esos y otro medios en sus versiones en internet- acaba por dejarnos un misterioso sentimiento de tristeza y esperanza. La violencia cruzada a través de las palabras y la generada por medio de las fuerzas de choque físicas y armadas con armas de fuego, escudos, palos, piedras, cascos, capuchas y, por sobre todo, odio por el que está enfrente. Sarmiento habría de reescribir su civilización y barbarie. Me gustaría saber cómo contarán esto los Mitre, los José María Rosa, los Pigna de dentro de unos años. Porque, lo que es hoy, son hechos inexplicables que sólo alimentan la tristeza.

Por otro lado, ver que aquellos a los que por algunos años hemos señalado como corruptos y malos funcionarios están siendo convocados a entregar su cara ante los que detentan la autoridad de la Justicia, nos genera un cierto alivio y la esperanza de que de aquí en más pasen por los tribunales todos los que se queden con el dinero y los sueños del pueblo, cualquiera sea el color de los globos que inflen.

Y paramos acá con el flanco político y social. Nos gustaría dejar esta carilla con una sonrisa, al menos, y el encastre de las piezas en este tema, por el momento, no nos provoca otra cosa que una mueca torva.

A lo largo de 2017 en casa le hemos dado de comer a traumatólogos, neumonólogos, infectólogos, médicos clínicos y de familia, bioquímicos, radiólogos… y al farmacéutico de confianza, claro.

Pasa que lo que venía programado desde 2016 generó una suerte de fenómeno contagioso y comenzaron a aflojarse tornillos varios ya no sólo en mí sino en Laura y en José: fractura de dedo para una, neumonía para otro, contagios respiratorios para todos…

Pero la pieza principal a reparar, la que dio origen a la idea del mecano como alegoría para 2017, fue mi cadera izquierda artrosada y su reemplazo por un trozo de titanio y porcelana.

Quizás de los juguetes que quise de chico y que nunca tuve –no me puedo quejar de lo que mis viejos me/nos han regalado ni de lo que logramos comprar entre Gabriel y yo- la pieza faltante fue el Meccano. Quizás como una reivindicación hubo que colocarme esta prótesis y asociarla con el juguete ayudó a tomarme el tema con cierta calma y humor.

Y dado que desde abril –fecha de la operación- hacia acá mi vida es otra, no puedo menos que rescatar el mecano (digo, mi operación) como el gran hecho positivo de 2017. Anoche compartí con los míos (esposa, hijo, hermano, tíos, primos y sobrinos) esa gran felicidad.

Feliz futuro, entonces. Que las piezas de 2018 se ensamblen en un mañana pleno, solidario, fraterno, con sus piezas, sus tornillos y tuercas dispuestos y ajustados para sostener bien alta la esperanza y la certeza de que gracias a cada uno de nosotros, no nos quede más remedio que estar un poco mejor.

Felicidades.
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01 ene 18

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