-Acá falta un lago. O sobra. A ver: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… ¿ves? Son ocho, no siete.
Perplejo ante su descubrimiento, Jorge –llegado desde Rosario junto a su esposa Natalia- sacaba cuentas con los dedos atento a lo que figuraba en el croquis del mirador del lago Hermoso, un eslabón en la cadena de la ruta de los Siete Lagos, en Neuquén, entre San Martín de los Andes y Villa La Angostura.
Mientras observaba la gráfica se perdía uno de los paisajes más maravillosos que pueda pensarse y que quedaba ahí, delante mismo de sus propios ojos.
Un morocho que acababa de bajar de un auto se acercó lentamente con mirada inquisidora, como de “¿qué pasa?”.
-Son ocho, maestro; no son siete.
-Como los Orozco –sonrió el otro- “son ocho los monos: Pocho, Toto, Cholo, Tom, Moncho, Rodolfo, Otto, Pololo” –el chiste fácil era cantado.
-Pero, en serio, cuente: Lácar, Machónico, Hermoso, Falkner, Villarino, Escondido, Correntoso, Espejo… ¿Ve? ¡Ocho!
-Tenés
razón pero no levantes la perdiz; a ver si al final del recorrido nos cobran la
diferencia… -le aconsejó, burlón.
El morocho tomó un par de fotos del paisaje, otra de su esposa con el cerro nevado de fondo, y se subió al auto en busca del siguiente lago. Mientras tanto Jorge, el rosarino, seguía sacando cuentas y le daba, una vez más, que los famosos Siete Lagos son, en suma, ocho. Como si fuera una discusión entre el profesor Jirafales y el Chavo del Ocho.
04 dic 24