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sábado, 15 de junio de 2024

Como una flor

 


Ni Fabio Zerpa lo hubiese creído. El tipo estaba mirando las estrellas del cielo, oteando el infinito en alarde de su curiosa curiosidad. Algo lo encegueció de repente, otro algo lo ensordeció y un algo más lo sacudió en su generosa humanidad. Cuando se repuso, constató que el corazón aún le palpitaba. Y vio a su lado un nuevo objeto de su curiosidad.

“Linda piedra para el jardín”, pensó, pero comprendió que no era nada inanimado. Chiquito, negro, delgado, con ojos de noche estrellada (de allí había provenido), pero por sobre todo inquieto e inquisidor era eso con apodo de hormiga y había llegado a su lado –lo presentía- para nunca más despegarse de él. 

Comprendió que la taba estaba echada y que como cayó, quedó. Amigo de los desafíos, sabía que no querría una vuelta atrás. Que no se bajaría del escenario hasta que cayera el telón final. Que no conocía el libreto, pero que le gustaba el papel y también su partenaire.

 Pasaron muchos años pero la curiosidad sigue intacta. Y aunque finalmente no era una piedra sino una hermosa mujer, decidió ponerla en su jardín interior. Al fin y al cabo, no desentona –ni mucho menos- entre las flores.

 

 

 

viernes, 22 de abril de 2022

Con un teléfono en el ojal


Días pasados debía encontrarme con una persona a quien no conocía físicamente; sólo habíamos hablado por teléfono. Quedamos en encontrarnos en un café de la diagonal 9 de Julio pero omitimos el cómo nos reconoceríamos. Así que cuando llegué le envié un whatsapp: “No sé cuál sos. Yo estoy en la vereda, con un buzo color bordó y anteojos”. Me respondió enseguida: “Estoy adentro, soy canoso y tengo una chomba bordó”. Lo encontré fácil.
 
Nos reímos con la situación; no habíamos previsto ese detalle. En otra época, en un encuentro entre un caballero y una dama él podía haberle dicho “llevaré un clavel en el ojal”. O ella: “Tendré un pimpollo en mis manos, un velo cubriéndome el rostro”. Pero ya no se usan flores; casi no se usan sacos con solapa y ojal para este tipo de encuentros y las damas no usan tampoco velos. Además, era un hombre la persona del encuentro.
 
Por una cuestión de edad los protagonistas de la anécdota estamos a décadas luz de ser millenials, esos seres humanos que se entienden de maravillas con computadoras, tablets y teléfonos celulares. Sin embargo nos las ingeniamos para encontrarle a este último una aplicación que no figura entre las disponibles: la de ser una flor en el ojal.

 

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