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sábado, 15 de junio de 2024

Como una flor

 


Ni Fabio Zerpa lo hubiese creído. El tipo estaba mirando las estrellas del cielo, oteando el infinito en alarde de su curiosa curiosidad. Algo lo encegueció de repente, otro algo lo ensordeció y un algo más lo sacudió en su generosa humanidad. Cuando se repuso, constató que el corazón aún le palpitaba. Y vio a su lado un nuevo objeto de su curiosidad.

“Linda piedra para el jardín”, pensó, pero comprendió que no era nada inanimado. Chiquito, negro, delgado, con ojos de noche estrellada (de allí había provenido), pero por sobre todo inquieto e inquisidor era eso con apodo de hormiga y había llegado a su lado –lo presentía- para nunca más despegarse de él. 

Comprendió que la taba estaba echada y que como cayó, quedó. Amigo de los desafíos, sabía que no querría una vuelta atrás. Que no se bajaría del escenario hasta que cayera el telón final. Que no conocía el libreto, pero que le gustaba el papel y también su partenaire.

 Pasaron muchos años pero la curiosidad sigue intacta. Y aunque finalmente no era una piedra sino una hermosa mujer, decidió ponerla en su jardín interior. Al fin y al cabo, no desentona –ni mucho menos- entre las flores.

 

 

 

lunes, 16 de abril de 2018

Hace 10.957 días


El nombre del mes en el que estamos, abril, deriva del latín "aprilis" y éste de "aprire" (abrir), porque es la época de la primavera nórdica en la cual comienzan a abrir las flores, a desarrollarse la vegetación. Acá, en el sur órbico, es otoño y, muy a pesar del calentamiento global, las plantas tienden más a ser oclusivas que aprilistas.

         Pero lo que sucedió hace 1564 semanas resultó bien primaveral. Hace treinta años todavía se diferenciaban bastante bien los cambios de estación y dado que estaban en otoño, ella decidió estrenarse el pulóver color magenta que había comprado en la liquidación de El Siglo, durante los últimos latidos de la por entonces prestigiosa casa de ropa masculina. Habían ido a revolver estanterías, muebles y trastos viejos para nutrir la escenografía de una obra de teatro y ella aprovechó la ganga del abrigo de lana, cuello redondo.

         Pasaron 360 meses y les parece que fue ayer cuando encararon el paseo por San Telmo. Escucharon a músicos y poetas, apreciaron a otros artistas, vieron infinidad de antigüedades, lo mismo que a personajes que por su atuendo o actitud llamaban por mucho la atención. Y tomaron no pocas fotografías aún cuando la técnica seguía siendo con rollo de celuloide para luego imprimir las tomas sobre papel. Ese día él no pensaba en el costo del laboratorio. Simplemente encuadraba, enfocaba y gatillaba. Arrastraba con la palanca para un nuevo fotograma y nuevamente a encuadrar, enfocar y gatillar.

         Casi sin darse cuenta caminaron tomados de la mano. Algo lo deslumbraba de ella y no era su pulóver color magenta. Tal vez su peinado asimétrico, quizás sus ojos llenos de noche estrellada y su sonrisa abizcochada.

         Cuando el sol empezó a estirar las sombras guiaron sus pasos hacia el café Tortoni: claramente era una tarde vintage pero eso no era lo principal del paseo. Repusieron fuerzas, charlaron, se rieron y emprendieron el regreso a casa. Hace 10.957 días la autopista a La Plata era una quimera aún y el acceso Sudeste resultaba –créase o no- la vía más recomendable. Otros tiempos, claro.

         A mitad de camino –ya en la ruta 36- él sintió que el otoño era particularmente primaveral entre ellos. Salió a la banquina y detuvo el motor. Sudaba como en verano. Ella le preguntó si se sentía bien; él le dijo que sí pero que no podía hacer todo a la vez y la miró a los ojos. Se rieron. Ella le dijo que sí.

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17 abr 18

miércoles, 14 de febrero de 2018

El amor antes de San Valentín


            Le pedí a mi hermano que le avisara a Laura que no iría al ensayo porque él me había invitado a ir a Mar del Plata por tres días y no me lo iba a perder.  No sólo le avisó sino que también la invitó a sumarse al viaje: al fin de cuentas, el motivo era el cumpleaños de una amiga en común.

            Mar del Plata estuvo bueno. Como si fuera una fotografía tengo un par de imágenes visuales que en su momento dieron pie a otros tantos escritos. Recuerdo como si fuera hoy el episodio doméstico que luego del almuerzo dio lugar al enojo de Laura con la dueña de casa. Tanto, que imaginé que le había cortado la digestión. Un par de horas más tarde una ocurrencia mía le arrancó una carcajada. “Fue como un eructito, ¿no?”, le dije, y se siguió riendo.

            Fue durante la caminata por la arena, entre gaviotas que buscaban sus trofeos en la playa al atardecer y gente jugando a la paleta. ¿Cuánto caminamos? Ufff.

            En el viaje de vuelta paramos un rato en la banquina. La ruta 2 era aún el viejo y angosto camino que nos llevaba y nos traía de la costa sin distinción de destino ni de clase. Laura tenía sus anteojos espejados y vi el atardecer reflejado en sus cristales. Un plano corto hecho foto en papel se ocupó de perpetuar el momento.


            Ella dice aún hoy que mis chistes a lo largo de ese fin de semana fueron una tortura. Pero lleva treinta años tolerándolos y festejándolos.

         Faltaba un tiempo aún para que pasara “algo” entre nosotros. Habían transcurrido pocos días desde San Valentín, el Día de los Enamorados, pero nosotros no entrábamos todavía en esa categoría y, además, nadie sabía de esa fecha en este rincón del orbe: ni Internet ni la televisión por cable o satelital eran parte de nuestra cotidianidad, penetrando nuestra cultura y nuestras costumbres como un bicho taladro horada la madera.

Después vinieron los ensayos de “Lo mejor de vos, lo mejor de mí”, la obra de teatro musical que sobre textos e ideas de Laura y bajo su dirección estaba elaborando en conjunto el grupo Belén, del cual yo era un muy novel integrante que haría la prensa.

Pero pasó que en un ensayo faltó el coprotagonista. Y tomé un libreto y le di los pies que necesitaba el protagonista para repasar su parte.  Y en el ensayo siguiente, y en el otro… hasta que me dijeron que el papel era mío.

Pero algo más estaba pasando y entonces no sólo me quedé con el rol de oficinista de ficción: también puse entre mis petates a la autora y directora. Pasaron ya seis lustros de aquellos sucesos, de esa época en la que ignorando la existencia de San Valentín y el Día de los Enamorados, comenzamos a darnos mutuamente “lo mejor de vos, lo mejor de mí” sin pensar lo lejos que podríamos llegar.  

Feliz día, chica del atardecer en los ojos.




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