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viernes, 22 de abril de 2022

Viejos mirando hacia el este

Aunque no lo veíamos, del otro lado del Plata estaba Uruguay. El río tranquilo, el horizonte recortado en el perfil de la larga hilera de cargueros aguardando su entrada a puerto. Una escena propia para saborear unos mates mientras Laura tomaba su consabido té.

Un Renault Clío gris se estacionó justo en medio, como un gato que se instala delante del televisor. Podría decir que bajó un matrimonio mayor, orillantes de las siete décadas, pero por el carácter áspero perceptible prefiero definirlos, lisa y llanamente, como viejos.

El hombre abrió el baúl, sacó dos sillones plegables y una mesa de patas rebatibles sobre la cual apoyó una caja metálica de color gris verdoso. Desplegó los sillones y con ayuda de su esposa buscó un área pareja del terreno: las ondulaciones hacían difícil la estabilidad de mesa y asientos.

Luego abrió una puerta trasera del auto, se sentó con sus pálidas piernas delgadas hacia afuera y se quitó prolijamente las zapatillas y las medias para calzarse un par de ojotas. Llevaba puesto además un bermudas de tela de vaquero, un buzo sobre una remera y una gorra con visera que parecía más un quepis militar.

De la caja rectangular sacó un plato, cubiertos y un vaso metálico. Cortó algo adentro del recipiente –queso o fiambre- y lo sirvió sobre el plato mientras la mujer buscaba estabilidad para su sillón que amenazaba tumbarse con ella arriba.

La señora trajo de auto un bolso matero decorado con el escudo de Racing Club. Sacó un termo, un mate con su bombilla y un tarro yerbero, también decorado en blanco y celeste y una bolsita con un cuarto kilo de pepas. En tanto, el hombre extrajo del baúl del auto una botella de cerveza Palermo transpirada, la destapó con el cuchillo y llenó el vaso haciendo caso omiso a las tribulaciones de la mujer y su silla. No intercambiaron palabra o, por lo menos, nada audible. Sólo miraban al río.

         La señora colocó la bombilla en el mate y luego la yerba, toda una aberración para mí. “¿¡Quién le enseñó a preparar el mate!? ¡Primero la yerba, luego un poco de agua y después la bombilla! ¡Qué barbaridad!”, dije, comentando mi horror a Laura. Y faltaba lo peor: un sobrecito de edulcorante que vació en el mate.

Para mí fue el límite. Sentí que me quemaba el pecho y vi dos manchas verdosas se impregnaron en mi remera.

Viejos de porquería, mirá lo que me hicieron hacer: volcar mi mate. ¿Será posible?

 

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