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jueves, 10 de octubre de 2024

El tilo de Ramiro

         Ramiro no sale de su asombro: su casa de crianza, de la que se fue hace hace alrededor de medio siglo, fue arrasada por la piqueta. Posiblemente no se había dado cuenta de que le habían quedado recuerdos y sentimientos en los rincones de esa construcción de la década del ’50 que, remodelaciones mediante, hasta semanas atrás se veía en buen estado, mantenida, elegante.

          Sin embargo, en el rostro de Ramiro hay huellas de que cada martillazo a las paredes y el techo que tan bien conoció, le dolía a él. Justo a él, que pasados sus setenta años, le sigue poniendo el pecho al día a día.

          De eso hablábamos uno y otro, como viejos vecinos que fuimos. De repente se le iluminaron los ojos y, como quien sabe que no está vencido, que no todo está perdido, me dijo con firmeza:

 -         ¿Sabés qué? Lo que quedó en pie, lo único que no tiraron abajo, es el tilo de la vereda. Yo tenía cinco años cuando le ayudé a mi Viejo a plantarlo. Tiene casi 70 años, je…

         Y se quedó en silencio, con una sonrisa que le florecía luminosa entre el follaje de su rostro.

sábado, 29 de abril de 2023

Acordarse y olvidarse

 

         A menudo tenemos tantas cosas en la cabeza que olvidamos algunas de ellas. No son olvidos permanentes o de larga data. Simplemente olvidamos lo que estamos buscando, lo que queríamos decir, lo que teníamos que hacer.

          No acordarnos  de algo no implica que lo hayamos olvidado irremediablemente. De modo similar, acordarnos de que tenemos algo pendiente no garantiza que no lo olvidemos en el momento más inoportuno.

          Hay, también, cosas que quisiéramos olvidar y rondan nuestro pensamiento y nuestro recuerdo de manera recurrente: los compases de un tema musical, el jingle de una publicidad, suelen perseguirnos por días cuando serían lo último que quisiéramos escuchar.

          José Cela supo tener su taller de reparaciones de cocinas, estufas y calefones y el trabajo no le faltaba. Con algunos años sobre sus encorvadas espaldas, repartía sus horas laborales entre las tareas en el local y las que realizaba a domicilio. Ese era el karma de su clientela: podían estar semanas esperándolo sin que él fuera a solucionar un problema, por lo general, urgente.

-         ¿Se va a acordar de ir? –solían preguntarle, casi como un ruego.

-      Sí, sí, yo me acuerdo, lo que pasa es que me olvido –se sinceraba el gasista en lo que parecía una burla involuntaria.

 Y el cliente se iba esperanzado, sabiendo que el hombre se acordaba, sólo que se olvidaba.

  29 abr 23

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