A menudo tenemos tantas cosas en la cabeza que olvidamos algunas de ellas. No son olvidos permanentes o de larga data. Simplemente olvidamos lo que estamos buscando, lo que queríamos decir, lo que teníamos que hacer.
No acordarnos de algo no implica que lo hayamos olvidado irremediablemente. De modo similar, acordarnos de que tenemos algo pendiente no garantiza que no lo olvidemos en el momento más inoportuno.
Hay, también, cosas que quisiéramos olvidar y rondan nuestro pensamiento y nuestro recuerdo de manera recurrente: los compases de un tema musical, el jingle de una publicidad, suelen perseguirnos por días cuando serían lo último que quisiéramos escuchar.
José Cela supo tener su taller de reparaciones de cocinas, estufas y calefones y el trabajo no le faltaba. Con algunos años sobre sus encorvadas espaldas, repartía sus horas laborales entre las tareas en el local y las que realizaba a domicilio. Ese era el karma de su clientela: podían estar semanas esperándolo sin que él fuera a solucionar un problema, por lo general, urgente.
- ¿Se va a acordar de ir? –solían preguntarle, casi como un ruego.
- Sí, sí, yo me acuerdo, lo que pasa es que me olvido –se sinceraba el gasista en lo que parecía una burla involuntaria.
Y el cliente se iba esperanzado, sabiendo que el hombre se acordaba, sólo que se olvidaba.
29 abr 23
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