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jueves, 9 de agosto de 2018

Prodigiosa, ecológica e inmortal


“Sgreeeeeeessssch, sgreeeeeeessssch, sgreeeeeeessssch”. Más o menos así sonaban las mañanas y las siestas de City Bell de hace cuarenta años, cuando muchos vecinos cortaban el césped con una maravilla de la técnica: la cortadora de pasto “Cidand” tracción a sangre o, como se decía, “manual”.


            Nada de gimnasio ni de aparatos mágicos para sacar bíceps y gemelos, fortalecer dorsales y redondear glúteos. Dos horitas en pantalones cortos dándole a la Cidand, y que me vengan a hablar del fitness y de la cama solar. 


La llegada de una de esas curiosidades a la casa del escriba fue casi providencial cuando contaban con una cortadora de pasto eléctrica de factura casera. Sus ruedas hechas de madera aún deben subsistir reencarnadas en otro destino, pero una tarde el baqueteado motor dijo “basta”: la cuchilla se detuvo y el artefacto comenzó a humear como carrito de manisero. Aquel sábado el jardín quedó a medio rasurar y algún improperio habrá recaído sobre la maquinaria exhausta.


En la noche –de ese mismo día o de alguno cercano- el azar se apiadó de los Defranco –o de su pelilargo parque- y durante una cena de la asociación que nuclea a los talleres mecánicos -una de esas cenas en las que se sortean premios varios-, una flamante Cidand manual de color azul coronó el número de su tarjeta.

Por varios años fue “la máquina del pasto” familiar. Por más que el jardín no era muy grande, había que darle y darle prendidos a las manoplas al ritmo del “sgreeeeeeessssch” característico de su funcionamiento. Con la llegada del verano, en uno y otro jardín de City Bell ese inconfundible sonido se repetía sin cesar.

Funcionan, como hemos dicho, con tracción a sangre. Empujándola hacia delante corta el pasto, cuyas hojitas saltan hacia atrás, expulsadas por cuatro planchuelas de acero retorcidas que a la vez mantienen afilada la cuchilla, cuya altura es regulable. Una segunda pasada empareja lo cortado, y entonces se sigue con el resto. Un ejercicio bastante completo, como se verá, que hasta los abdominales se deben desarrollar. Y además no consume ni nafta ni electricidad. Lo que se dice un artificio ecológico.

Seguramente ha habido más de una marca que fabricara máquinas similares. La Cidand era producida en La Plata por alguien de apellido Andreucci –y sospechamos de que ahí viene parte de la marca-, y uno recuerda ver la fábrica sobre la avenida 44 antes de llegar a Olmos, a mano derecha, como quien va para tomar la ruta 2 con destino vacacional.

Días pasados la herramienta maravillosa ganada en una cena asomó de entre las sombras en un rincón del garaje que ya no es. Pintura saltada, óxido, falta de lubricación, pero con su marca y la goma de sus ruedas intactas. Y a pesar de la herrumbre, sus mecanismos funcionan a la perfección. 

Aferrarse a sus manoplas y empujarla sobre el césped fue volver a oír su “sgreeeeeeessssch” inconfundible después de muchísimos años. Fue oír el canto de las chicharras, fue sentir el olor del pasto quemado después de cortado, de cuando en City Bell nos dábamos esa clase de lujos. Gloria eterna a la Cidand, prodigiosa, ecológica e inmortal.

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 30 ene 12

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