En la cola del banco los hombres se miraron y uno de ellos tomó la iniciativa. Saludó al otro, le preguntó cómo andaba…
El otro respondió afable, le comentó que andaba haciendo trámites. Le preguntó por la familia, los chicos…
Bien, dijo el otro. Por suerte, todos bien, comen y respiran, je. Comentó que también hacía unos trámites, pagando impuestos. ¿Tu gente?
Ufff. Los chicos, grandes. Mi señora, trabajando, también. Qué se le va a hacer… Es la lucha.
Le tocó el turno al primero; el otro, fue por la caja de al lado. Cuando terminó y salió, encontró a su interlocutor esperándolo en la vereda.
Disculpame, pero no recuerdo de dónde te conozco…
Empezaron a cruzar datos; colegio, barrio, trabajo, familiares, amigos… Nada. No se conocían de ningún lado, pero ninguno de los dos se animó a decirlo en el principio de la conversación. Conversación que no fue profunda, más bien de circunstancia, pero les hizo creer, por pocos minutos, que se conocían de toda la vida.