Donde menos lo sospechamos hay un cachito de
historia esperándonos. Es que hemos crecido con un concepto según el cual la
Historia está encerrada en los libros o en las vitrinas de los viejos museos y
por eso nos cuesta tanto, a veces, relacionar un concepto aprendido con un
objeto observado. Poco nos dice que ese objeto haya pertenecido a Fulano o
Mengano si no conocemos la cotidianidad del personaje, los usos y costumbres de
la sociedad y la época en que se desenvolvió.
Nos pasó con la historia de City Bell.
Cuando comenzamos a trabajar en el orden del material del que disponíamos, con
la mirada puesta en escribir el que acabó siendo el primer libro con la
historia local, nos encontramos paralelamente con objetos que habían pertenecido
a la familia Bell y al personal de la Estancia.
Tuvimos en nuestras manos la documentación original que dio entidad
jurídica al pueblo y la que daba testimonio de cómo la zona había ido pasando
de mano en mano. Ya no nos la estaban contando, ya no
la estábamos viendo: la estábamos tocando, palpando.
Estábamos escuchando dar las horas al reloj que perteneció a la sala
del casco de la Estancia Grande. Teníamos notas y correspondencia inherentes al
funcionamiento de la nueva villa. Pusimos nuestro ojo en el visor de la cámara
fotográfica con que Tobi Büchele registró escenas de aquellos ya centenarios
tiempos y, cien años después, estábamos ocupando su lugar.
La Historia, entonces, forma parte de
nuestro pasado en tanto y en cuanto nos cuenta sobre los tiempos idos, pero también
de nuestro presente, dado que permanece viva en los objetos que alguna vez
fueron adornos, herramientas, utensilios, impresos, arte.
Días pasados nos encontramos con la historia de un
pedacito de City Bell en un aviso de venta: “Afiche
Carnaval, Paginas De Oro, Americo De Rose - City Bell”. Se trataba de un
afiche callejero original que promocionaba los bailes del Argentino Juvenil
Club en sus años de gloria de finales de la década de 1940 y mediados de la
siguiente.
Tenemos avisos recortados de los diarios, como quien
ha querido guardar esos trocitos de papel impreso como recuerdo, como
testimonio o lo que sea. Pero nunca habíamos visto un afiche de gran tamaño y
en tinta color.
Sabíamos de esos artistas porque sus nombres los
hemos escuchado de labios de nuestros padres. Valoramos el pasado del club de
Cantilo y 19 porque en aquellos años esplendorosos, don Domingo Molfino, abuelo
de este cronista, fue presidente de la Institución hacia 1956 o 1957.
Entonces,
encontrarnos con ese trozo de papel amarillento de setenta centímetros por un
metro detallando las atracciones de esa noche de Carnaval de hace unos sesenta
o setenta años, escondido en un rincón del mercado de San Telmo, fue toparnos
con cachito de historia del Club, de la de City Bell, y de la familiar misma.
A los diseñadores gráficos de hoy les podrá
interesar en el aspecto estético por tratarse de una pieza concebida antes de
que su oficio se profesionalizara en el país.
A un productor de espectáculos le servirá
para darse cuenta que entonces y ahora el recurso publicitario es el mismo;
pegatina de afiches en la vía pública.
A quienes investigamos el pasado de nuestra
comunidad, contar con ese afiche ajado pero aún colorido nos ayuda a sentirnos
más cerca de lo que fueron esas fiestas en las que se gestaron muchas familias
del City Bell de hasta hace quince, veinte años: los bailes de los clubes
locales produjeron romances, parejas y matrimonios que han dejado su huella en
un pueblo que por entonces era demasiado joven.
No disponemos de grabaciones de los artistas
anunciados en ese afiche, pero podríamos escuchar, mientras lo contemplamos,
interpretaciones de Varela-Varelita, o de
las grandes orquestas típicas que han trascendido en el tiempo de la mano de Pugliese,
D’Arienzo, Cambareri y otros asiduos y famosos animadores de aquellas noches
citybellinas a cielo abierto.
Por eso, cuando al afiche le sumamos
recuerdos y testimonios, nombres y costumbres que le son contemporáneos, ese
pedazo de papel adquiere otra dimensión. Es, ahora, un trozo de historia.
Lo decíamos al principio: cachitos de
historia que nos esperan donde menos lo esperamos. Esa historia que no está en
los libros sino en el relato de los mayores que, por ley de la vida, se van yendo
con sus recuerdos.
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28 sep 16