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sábado, 7 de diciembre de 2019

Cascos en la calle




                De repente me di cuenta: cuánto hacía que no sentía ese sonido. Una suerte de música, un ritmo acompasado que venía de la calle. Los cascos de un caballo que tiraba de un carro, posiblemente de un cartonero, esos que antes llamábamos botelleros, poco importa.

         Cuando era chico era un sonido más del barrio. El sodero pasaba en carro; cuando era más chico aún, el lechero también lo hacía. Y sé que en otra época lo hizo el panadero y el verdulero y hasta el carnicero. Los repartidores domésticos,  casi todos se movían en un carro tirado por un caballo. Eran animales cuidados, bien alimentados, dado que de ellos dependía el poder salir a trabajar cada día a ganarse el sustento. Nadie pensaba en que fuera un maltrato.

         Lo cierto es que esta mañana vinieron a mí el lechero Bonessi, el sodero Delgado, el viejito Masa, “Bondía-bondía” -como llamábamos a ese italiano que pasaba al trote y saludaba desde el pescante de su carro sin que supiéramos cómo se llamaba-. Todos estaban en los cascos de ese caballo que pasó por frente a casa resonando por sobre los demás sonidos del barrio.

Hoy los carros calzan neumáticos, lo que los hace más silenciosos que los de entonces, sobre sus ruedas de madera y aros de hierro. Pero bastó el aplauso de los cascos del caballo sobre el pavimento para evocar aquellos otros sobre la calle de tierra.

Había olvidado esa música del barrio. Hoy volvió por pocos segundos a mis oídos y durante todo el día resonó en mí.

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