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viernes, 22 de abril de 2022

La mano de Alejando

Alejandro Opacak es uno de esos tipos de los cuales siempre se aprende algo sin que él pretenda enseñarte nada. Somos compañeros de trabajo aunque no compartimos ni espacio físico ni tiempo. Simplemente trabajamos en la misma organización y cada tanto nos cruzamos. Excepto cuando en 2014 en poco más de 72 horas fuimos y volvimos de Pampa Napenay, una localidad a las puertas del impenetrable chaqueño. Adrián y él eran los choferes, Romina y yo hacíamos la parte más protocolar de visitar una escuela apadrinada por nuestra Mutual y a la cual llevábamos cientos de kilos de donaciones.


Lo cierto es que Alejandro es un muy buen tipo y tiene algunos de mis libros. “Mate en mano” lo recibió hace pocas semanas. Precisamente me dio una mano para hacerlo –literalmente hablando- porque es su mano la que aparece en la foto de la página 35 y que publico acá en su encuadre y colores originales.


Tipo de no hablar sin necesidad, porque sí, no había hecho referencia al texto las dos o tres veces en que nos volvimos a ver. Esta mañana había recogido lo que había ido a buscar a la oficina donde trabajo los martes. Se iba y volvió sobre sus pasos. Desde atrás del barbijo se animó: “Tengo algo que decirte. Hace mucho que te lo quería decir y no me animaba y ahora sé por qué: tenés una muy buena prosa”. Me puse colorado. “Me gusta lo que escribís y cómo decís las cosas, pero no podía decírtelo porque no sabía el por qué me gustaba, y ahora lo sé: escribís con la respiración. Uno te lee y la lectura va acompañada del ritmo de la respiración. Por eso me gusta tanto”.


Atiné a agradecerle sus palabras. Jamás había relacionado la escritura con el acto de respirar. Me dejó sin respiración.

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