Lo cierto es que Alejandro es un muy buen tipo y tiene
algunos de mis libros. “Mate en mano” lo recibió hace pocas semanas.
Precisamente me dio una mano para hacerlo –literalmente hablando- porque
es su mano la que aparece en la foto de la página 35 y que publico acá
en su encuadre y colores originales.
Tipo de no hablar sin necesidad,
porque sí, no había hecho referencia al texto las dos o tres veces en
que nos volvimos a ver. Esta mañana había recogido lo que había ido a
buscar a la oficina donde trabajo los martes. Se iba y volvió sobre sus
pasos. Desde atrás del barbijo se animó: “Tengo algo que decirte. Hace
mucho que te lo quería decir y no me animaba y ahora sé por qué: tenés
una muy buena prosa”. Me puse colorado. “Me gusta lo que escribís y cómo
decís las cosas, pero no podía decírtelo porque no sabía el por qué me
gustaba, y ahora lo sé: escribís con la respiración. Uno te lee y la
lectura va acompañada del ritmo de la respiración. Por eso me gusta
tanto”.
Atiné a agradecerle sus palabras. Jamás había relacionado la escritura con el acto de respirar. Me dejó sin respiración.
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