En el umbral de 2018 –apenitas pasado el
mediodía del 1º de enero-, alguna cosa surge en referencia al año que acabó.
Vienen a la mente, por sobre todo, frases y lugares comunes que trataremos de
no repetir. Palabras de circunstancia, clichés acuñados involuntariamente a lo
largo de los años, de los muchos saludos prodigados y recibidos, de las
reflexiones oídas y leídas en torno de cada 31 de diciembre.
Por eso es posible que de estas líneas salga
algo que se le parezca mucho a todo eso que no queremos decir ni escribir, pero
hagamos el esfuerzo.
Ojear un poco las noticias
–antes hojeábamos los diarios y las revistas en su formato de papel, ahora
ojeamos esos y otro medios en sus versiones en internet- acaba por dejarnos un
misterioso sentimiento de tristeza y esperanza. La violencia cruzada a través
de las palabras y la generada por medio de las fuerzas de choque físicas y
armadas con armas de fuego, escudos, palos, piedras, cascos, capuchas y, por
sobre todo, odio por el que está enfrente. Sarmiento habría de reescribir su
civilización y barbarie. Me gustaría saber cómo contarán esto los Mitre, los
José María Rosa, los Pigna de dentro de unos años. Porque, lo que es hoy, son
hechos inexplicables que sólo alimentan la tristeza.
Por otro lado, ver que aquellos a los que
por algunos años hemos señalado como corruptos y malos funcionarios están
siendo convocados a entregar su cara ante los que detentan la autoridad de la
Justicia, nos genera un cierto alivio y la esperanza de que de aquí en más
pasen por los tribunales todos los que se queden con el dinero y los sueños del
pueblo, cualquiera sea el color de los globos que inflen.
Y paramos acá con el flanco político y social. Nos
gustaría dejar esta carilla con una sonrisa, al menos, y el encastre de las
piezas en este tema, por el momento, no nos provoca otra cosa que una mueca
torva.
A lo largo de 2017 en casa le hemos dado de
comer a traumatólogos, neumonólogos, infectólogos, médicos clínicos y de
familia, bioquímicos, radiólogos… y al farmacéutico de confianza, claro.
Pasa que lo que venía programado desde 2016 generó
una suerte de fenómeno contagioso y comenzaron a aflojarse tornillos varios ya no
sólo en mí sino en Laura y en José: fractura de dedo para una, neumonía para otro,
contagios respiratorios para todos…
Pero la pieza principal a reparar, la que
dio origen a la idea del mecano como alegoría para 2017, fue mi cadera
izquierda artrosada y su reemplazo por un trozo de titanio y porcelana.
Quizás de los juguetes que quise de chico y
que nunca tuve –no me puedo quejar de lo que mis viejos me/nos han regalado ni
de lo que logramos comprar entre Gabriel y yo- la pieza faltante fue el
Meccano. Quizás como una reivindicación hubo que colocarme esta prótesis y
asociarla con el juguete ayudó a tomarme el tema con cierta calma y humor.
Y dado que desde abril –fecha de la
operación- hacia acá mi vida es otra, no puedo menos que rescatar el mecano
(digo, mi operación) como el gran hecho positivo de 2017. Anoche compartí con
los míos (esposa, hijo, hermano, tíos, primos y sobrinos) esa gran felicidad.
Feliz futuro, entonces. Que las piezas de
2018 se ensamblen en un mañana pleno, solidario, fraterno, con sus piezas, sus
tornillos y tuercas dispuestos y ajustados para sostener bien alta la esperanza
y la certeza de que gracias a cada uno de nosotros, no nos quede más remedio
que estar un poco mejor.
Felicidades.
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01
ene 18