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domingo, 1 de octubre de 2017

La Historia en un papel

    Donde menos lo sospechamos hay un cachito de historia esperándonos. Es que hemos crecido con un concepto según el cual la Historia está encerrada en los libros o en las vitrinas de los viejos museos y por eso nos cuesta tanto, a veces, relacionar un concepto aprendido con un objeto observado. Poco nos dice que ese objeto haya pertenecido a Fulano o Mengano si no conocemos la cotidianidad del personaje, los usos y costumbres de la sociedad y la época en que se desenvolvió.

    Nos pasó con la historia de City Bell. Cuando comenzamos a trabajar en el orden del material del que disponíamos, con la mirada puesta en escribir el que acabó siendo el primer libro con la historia local, nos encontramos paralelamente con objetos que habían pertenecido a la familia Bell y al personal de la Estancia.


Tuvimos en nuestras manos la documentación original que dio entidad jurídica al pueblo y la que daba testimonio de cómo la zona había ido pasando de mano en mano. Ya no nos la estaban contando, ya no la estábamos viendo: la estábamos tocando, palpando.

Estábamos escuchando dar las horas al reloj que perteneció a la sala del casco de la Estancia Grande. Teníamos notas y correspondencia inherentes al funcionamiento de la nueva villa. Pusimos nuestro ojo en el visor de la cámara fotográfica con que Tobi Büchele registró escenas de aquellos ya centenarios tiempos y, cien años después, estábamos ocupando su lugar.

    La Historia, entonces, forma parte de nuestro pasado en tanto y en cuanto nos cuenta sobre los tiempos idos, pero también de nuestro presente, dado que permanece viva en los objetos que alguna vez fueron adornos, herramientas, utensilios, impresos, arte.

Días pasados nos encontramos con la historia de un pedacito de City Bell en un aviso de venta: “Afiche Carnaval, Paginas De Oro, Americo De Rose - City Bell”. Se trataba de un afiche callejero original que promocionaba los bailes del Argentino Juvenil Club en sus años de gloria de finales de la década de 1940 y mediados de la siguiente.

Tenemos avisos recortados de los diarios, como quien ha querido guardar esos trocitos de papel impreso como recuerdo, como testimonio o lo que sea. Pero nunca habíamos visto un afiche de gran tamaño y en tinta color.

Sabíamos de esos artistas porque sus nombres los hemos escuchado de labios de nuestros padres. Valoramos el pasado del club de Cantilo y 19 porque en aquellos años esplendorosos, don Domingo Molfino, abuelo de este cronista, fue presidente de la Institución hacia 1956 o 1957.

Entonces, encontrarnos con ese trozo de papel amarillento de setenta centímetros por un metro detallando las atracciones de esa noche de Carnaval de hace unos sesenta o setenta años, escondido en un rincón del mercado de San Telmo, fue toparnos con cachito de historia del Club, de la de City Bell, y de la familiar misma.
   
    A los diseñadores gráficos de hoy les podrá interesar en el aspecto estético por tratarse de una pieza concebida antes de que su oficio se profesionalizara en el país.

    A un productor de espectáculos le servirá para darse cuenta que entonces y ahora el recurso publicitario es el mismo; pegatina de afiches en la vía pública.

    A quienes investigamos el pasado de nuestra comunidad, contar con ese afiche ajado pero aún colorido nos ayuda a sentirnos más cerca de lo que fueron esas fiestas en las que se gestaron muchas familias del City Bell de hasta hace quince, veinte años: los bailes de los clubes locales produjeron romances, parejas y matrimonios que han dejado su huella en un pueblo que por entonces era demasiado joven.

    No disponemos de grabaciones de los artistas anunciados en ese afiche, pero podríamos escuchar, mientras lo contemplamos, interpretaciones de Varela-Varelita, o de las grandes orquestas típicas que han trascendido en el tiempo de la mano de Pugliese, D’Arienzo, Cambareri y otros asiduos y famosos animadores de aquellas noches citybellinas a cielo abierto.

    Por eso, cuando al afiche le sumamos recuerdos y testimonios, nombres y costumbres que le son contemporáneos, ese pedazo de papel adquiere otra dimensión. Es, ahora, un trozo de historia.

    Lo decíamos al principio: cachitos de historia que nos esperan donde menos lo esperamos. Esa historia que no está en los libros sino en el relato de los mayores que, por ley de la vida, se van yendo con sus recuerdos.
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 28 sep 16


viernes, 9 de junio de 2017

Hagámoslo realidad

Foto de 1915, aparecida en el mensuario City Bell en 1942.
Podría decir que este artículo se empezó a escribir hace veinte años. Fue en octubre de 1997 cuando colgaron un cartel de venta en la ventana del primer piso de la casona de. Por ese entonces la vivienda estaba desocupada, casi que abandonada, como si en su entorno se ignorara que en la esquina de Cantilo y calle 7 se erige la primera edificación de City Bell. Lo que se dice la casa fundacional del pueblo, desde la cual la compañía urbanizadora administró la incipiente villa y en la cual moraban el administrador Tobías Büchele y su familia.


Ese caserón de 1914, de particular estilo, engalanado por entonces y desde tiempos lejanos de amarillo y rojo oscuro, sería el inicio de la historia edilicia y administrativa de nuestra ciudad y conservaba en su interior, por lo tanto, buena parte de nuestro patrimonio histórico y cultural.

Así la conocimos durante décadas.
Hace veinte años yo escribía en el semanario Hechos y Personajes y desde esas páginas insté a que alguien, desde el ámbito oficial o el privado, procurara que el inmueble fuera recuperado para el uso público, en lo posible con un destino cultural. Andrés Rivelli, director del semanario, decidió que el tema fuera noticia de tapa.

     1997 era, como éste, año electoral; se renovaban parcialmente los diferentes cargos legislativos y tal vez por eso una agrupación política aceptó el reto, recogió el guante y alquiló el inmueble para instalar el Centro de Estudios Sociales “Carlos Auyero”, un espacio intelectual que, era evidente, tenía su connotación ideológica pero fue presentado como abierto a todos los pensamientos.

     La patriada duró poco: la falta de fondos para mantener el edificio y pagar los servicios básicos le dio una pincelada de realismo al idealismo. O al oportunismo.

Después de algunos años con destinado comercial luego de haber pasado por un proceso de restauración –son otros sus propietarios-, la casa luce un nuevo cartel que la ofrece en alquiler.

     Hoy la conciencia de identidad local es otra. Se ha consolidado en los últimos años quizás por propia madurez, quizás como un modo de resistir al avance descontrolado de locales comerciales -y en particular, del rubro gastronómico- que en nombre de una dudosa fachada turística viene devastando no sólo la arquitectura sino aquello que atrajo a tantos residentes a la comarca: la tranquilidad del lugar, la sociabilidad de sus vecinos.

La casa, hoy. (Foto: Andrés Vendramín.
     El hecho de que la histórica construcción esté en alquiler nos hizo soñar nuevamente. ¿No será tiempo de que alguien reaccione y se haga lo necesario para que se la declare de interés público? Señores concejales, estimados diputados provinciales, el llamado es para ustedes o para algún filántropo que aporte lo necesario para poder acceder a esa propiedad.

     Estamos seguros que puede funcionar como centro de información turística e histórica, como pequeño museo elemental sobre nuestro pueblo, como centro de exposiciones de arte y disertaciones. ¿No es tiempo de que nos regalemos lo que nos merecemos?

     Debemos entender que nos toca la responsabilidad de defender aquellos ladrillos que asentaron uno sobre otro aquellas manos pioner


as y laboriosas que hace ciento tres años comenzaron a construir este City Bell que tanto defendemos, que tanto nos duele que nos lo arrebaten de nuestras vidas delante de nuestros propios ojos.

     Me gusta y defiendo un City Bell moderno para sentarnos a una mesa y charlar con amigos o la propia familia. Pero nuestra identidad reclama, también, preservar el medio histórico. Y la indiferencia que aparentemente produce el hecho de que la construcción más antigua de City Bell se convierta en una nueva cervecería es una nueva señal, palpable y alarmante, de la pérdida de nuestro pasado.

Intuyo que ya no es una utopía. El tiempo ha decantado las cosas lo suficiente como para que nos sintamos capaces de esta conquista. Si algo hemos crecido y progresado desde 1997, es hora de que lo demostremos, de que intentemos lo que parece inalcanzable, imposible. Para eso sirven los sueños, para asirnos a ellos y no soltarlos hasta hacerlos realidad.

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