En un ataque de procrastinación (acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables) ayer a la tarde dejé de hacer lo que debía hacer y decidí limpiar el tiraje de la salamandra. Del lado de adentro es un tubo de fundición de 1 metro de altura por 10 centímetros de espesor, con un codo de igual material que va calzado arriba. Lo limpio desde su boca externa, siempre igual, desde hace unos 25 años.
Lo cierto es que ayer se salieron caño y codo, se cayeron sobre una silla de algarrobo (se quebró una tabla del asiento) y del caño se rompieron dos pedazos de unos diez centímetros de largo uno de ellos, un poco más chico el otro.
Un poco de sellador, tijera, chapa y alambre para reparar la chimenea; madera y cola para la silla.
Después, a guardar lo usado para las reparaciones. Maniobrando en esos menesteres, engancho un balde que estaba sobre la mesada del lavadero y que yo no sabía que toda la lluvia de los últimos días estaba ahí adentro. Sí, señor: terminó en mi pantalón, mis medias, mis zapatillas...,
Horas después, previo a la merecida ducha, paso por el inodoro (¿para qué explicar?). Al sentarme se rajó la tabla y terminé con un pellizcón en el pómulo póstero.
Abro el celular, entro en Facebook y ahí entendí todo: ayer, 27 de junio, fue el Día Nacional del Boludo. Gracias.