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domingo, 12 de mayo de 2024

Necesito un ideógrafo

 

Necesito un ideógrafo

 

         Yo no sé si se llamaría así lo que me gustaría tener. Es algo que, casi con seguridad, no existe; y si existe, no debe estar al alcance de cualquiera.

          Yo lo llamo “ideógrafo”, pero lo que me imagino es un artilugio que tome nota de mis pensamientos y los escriba.

          Si bien soy de buen dormir, hay noches en que me ataca el insomnio y mi cabeza se llena de pensamientos, ideas de cosas para hacer y, sobre todo, temas acerca de los cuales escribir. Y paso dos o tres horas tratando de conciliar el sueño mientras esas ideas rondan en mi cabeza y me impiden dormir, descansar. Y si enciendo la luz para tomar nota, hacer apuntes, puede ser que me desvele por el resto de la noche.

          Lo malo de eso es que a la mañana, cuando me despierto con la sensación de haber descansado poco, tengo la certeza de que el insomnio fue muy creativo, pero no recuerdo cuáles son esas ideas que parecían muy buenas para implementarlas.

          Es lo que me pasa por no tener un ideógrafo, un aparato –por ahora imaginario- que tome nota de las cosas que se me ocurren mientras estoy tratando de dormir y ellas se interponen en mi camino. 

miércoles, 24 de mayo de 2017

Galileo tenía razón

En la previa de la operación pensaba mucho en el postoperatorio. Me preocupaban los eventuales dolores, la higiene general y la íntima, cuestiones todas inherentes a una situación como ésta, esperables sabiendo que me colocarían una prótesis de cadera.

Y viendo todo el aliento que recibía en persona pero fundamentalmente a la distancia (a través de Facebook y Whatsapp), sabía que tenía la compañía asegurada. 

Llevo un cachito más de un mes de reposo en casa. Sé que no es la condena de nadie, pero si no fuera que tengo la cama junto a la ventana, se me haría muy difícil el encierro. Y si no fuera por mi esposa y mi hijo, por mi hermano y algunos otros pocos, moriría de aburrimiento. 

Galileo tenía razón: la vida no gira alrededor de nosotros. Somos apenas una partícula dentro del Universo.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Conócete a ti mismo

Tarde o temprano iba a suceder; el mundo no es tan grande como para que no nos cruzáramos algún día. Y sucedió: lo conocí a Guillermo J. Defranco. El mismo pero otro, diferente.

Más de una vez había recibido llamados telefónicos para Guillermo Defranco preguntando para cuándo iba a estar arreglado el televisor o, más aún, para pedirme prestado un amplificador de sonido porque quien llamaba era músico, tenía que ir a tocar y se le acababa de quemar el suyo. Esa vez eran más de la una de la madrugada.

Claramente se trataba de otro Guillermo Defranco, aunque en la guía telefónica figuro sólo yo. Por alguna publicidad en una revistita barrial supe de un Guillermo Julián Defranco dedicado a reparar aparatos de electrónica en La Plata. Y ahí empecé a entender por dónde iba la cosa.

Hasta que una tarde, en la sala de espera de la clínica de City Bell, quien se sentó a mi lado me preguntó si yo era Defranco. No era adivino, en realidad; me había escuchado cuando hacía mi trámite administrativo en la recepción y, además, de ojito había leído mi apellido en el sobre de los estudios que yo le llevaba al médico. Le contesté que sí y ahí nomás me estiró su diestra: “Guillermo Defranco, mucho gusto”, me dijo.

Más que entender, creo que imaginé lo que estaba sucediendo. Lo miré bien y era una persona de carne y hueso y no un espejo. De haberlo sido, se habría tratado de uno de bastante mala calidad porque lo que reflejaba no se parecía a lo reflejado. Morocho, sí, como yo. Pero sensiblemente más delgado (la diferencia era más que obvia) y algo más bajo que yo. Creo, también, que con unos diez años menos.

Nos miramos y nos empezamos a reír. Ahí supe que si a mí me llamaron por teléfono por cuestiones de su trabajo, a él lo han llamado del diario para hacerle una nota por mis libros y mis charlas abiertas. Confesó que no es capaz de escribir tres renglones seguidos, tantos como soldaduras y conexiones soy capaz de realizar yo.

Intercambiamos nuestras tarjetas personales, nos dimos nuevamente la mano y nos despedimos con un “Chau, Guillermo Defranco”. 

jueves, 1 de diciembre de 2016

Andando por la colectora




Como las autopistas, el ciberespacio también nos ofrece sus calles colectoras. Nos permiten andar más despacio y sin exponernos tanto a los riesgos de compartir espacio con quienes, por expertos o por inconscientes, nos pasan por arriba como a alambre caído. Y todo sin perder de vista la meta, el destino. La vía del blog es, además, la alternativa para publicar textos que por extensión o por contenido no tienen cabida en las páginas y el perfil de Facebook. Acá inicio mi blog, entonces. Bienvenidos, pasen, vean y pónganse cómodos.



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