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lunes, 1 de enero de 2018

Los días contados



Desde tiempos inmemoriales el hombre usó almanaques y calendarios para organizar su vida. Entre gauchos y señoritas sin ropa, una ilusoria manera de detener el tiempo. Hacia 2008 publicaba lo siguiente en www.citybellinos.com.ar.

A doña Victoria y a don José debían gustarle los almanaques; tenían una pila de ellos colgando de un clavo inserto en una de las puertas del comedor. Cada año recibían más de un calendario de publicidad de los comercios del barrio y ellos los colgaban uno sobre otro, en ese clavo, sin retirar los de los años anteriores. Eran, mayormente, simples almanaques con una lámina en colores y las hojitas mensuales abrochadas en el margen inferior, las que debían arrancarse cada mes nuevo. Pero ellos no lo hacían; dejaban así, intactos, el de la carnicería, el de la panadería, el de la verdulería, el de la tienda, el del taller mecánico de su hijo, el de “El Buen Vasco”, negocio a donde una vez por mes y por muchos años iba el Viejo a comprar café y caramelos. Y sobre todos ellos, el reloj de bolsillo con cadena de don José, ese que en los años ‘30 había obtenido con la compra de un paquete de cigarrillos “Condal” y que solía usarlo a diario, ya sea para ir a la feria o adonde fuera.



De la gomería a la alpargata
Hay calendarios que hacen historia, no tanto por marcar el tiempo sino por su estética. La tradición y la chabacanería perpetuaron en muchos lugares los almanaques de gomería –en rigor, todos los del rubro automotor- con sus mujeres al desnudo haciéndolos no aptos para ser exhibidos en el ámbito familiar. Los de la marca Pirelli cotizan en el mercado transitando el discutido y discutible andarivel que separa lo erótico de lo pornográfico, lo artístico de lo grotesco. Agreguemos, por lo demás, que las pulposas figuras que alguna vez fueron de competencia casi exclusiva del rubro automotor, hoy son casi tan corrientes como el pato Donald y el ratón Mickey.

            En el otro extremo están los muy cotizados almanaques de la fábrica de Alpargatas, ilustrados por pinturas del pintor Florencio Molina Campos. Sus caricaturas gauchescas aún hoy son muy buscadas y reproducidas en infinidad de objetos, incluyendo nuevos almanaques cuya calidad poco y nada tienen que ver con la de las apetecidas láminas originales.

            Este cronista guarda celosamente un calendario de bolsillo desde sus tiempos de recluta, sobre el cual fue tachando, uno a uno, las jornadas que pasó bajo bandera esperando ansioso el día en que le darían la baja del Servicio Militar Obligatorio.

Almanaques y calendarios son considerados en el ámbito de la cultura como “literatura de hilo o cordel”. Una definición que no tiene nada de peyorativa y que se debe a la manera en que se exhibían para la venta estas publicaciones, colgadas con un hilo en las vidrieras de las librerías.

Pero han pasado siglos –y hasta algún milenio- desde el origen de los calendarios y muchas fueron las maneras de organizar el tiempo en días, semanas, meses, años. Nuestro calendario actual y occidental es el llamado “gregoriano”, sucesor del original “juliano”.

Almanaques y calendarios
Los calendarios nacieron para organizar el tiempo y, con él, las actividades de la sociedad. Para los primeros hombres, la sucesión del día y de la noche y de las fases de la Luna fueron los parámetros iniciales a partir de los cuales establecer un calendario. En la actualidad prevalecen aquellos inspirados en el ciclo que describe la Tierra alrededor del Sol y por eso mismo se los denomina “solares”. Para aquellas civilizaciones cuya subsistencia se basó en la agricultura, el calendario vino a cubrir una necesidad importante.

Un almanaque, a diferencia del calendario, es una publicación anual que contiene información sobre algunos temas determinados, ordenados a partir de un calendario. Se pueden encontrar datos astronómicos y diversas estadísticas, información de los movimientos del sol y de la luna, eclipses, días festivos y cronologías. Desde hace décadas se editan almanaques con toda la información de cada uno de los países del orbe, la síntesis noticiosa del último año e infinidad de información de interés general. La palabra “almanaque” proviene de la árabe al-manaakh, "el clima," reflejando su propósito original de ser útil para la agricultura, proporcionando información sobre las estaciones y el clima.

El precursor del almanaque fue el Parapegma, un calendario climático griego. Ptolomeo escribió un tratado –Phaseis ("fases de las estrellas y colección de los cambios climáticos" es la traducción completa de su título)- donde aparece una lista de cambios climáticos en las estaciones regulares, las primeros y últimas apariciones de estrellas y constelaciones al amanecer y al anochecer y eventos solares tales como los solsticios, organizados de acuerdo al año solar.

Con anterioridad los egipcios incursionaron en la materia a principios del tercer milenio a.C., ante la necesidad de predecir la crecida del río Nilo; fueron pioneros en este menester e increíblemente idearon un calendario de 365 días, dividido en tres estaciones, meses de 30 días y períodos de diez días.

Ya en tiempos del imperio romano se acordó usar un calendario de 304 días distribuidos en diez meses (seis meses de 30 días y cuatro de 31)que requería ser reajustado anualmente en el último mes, no siempre siguiendo un criterio astronómico. Tanto era el error que arrojaba, que el invierno caía en el otoño astronómico.

Julio César fue quien reformó el calendario romano, buscando subsanar esa falla. Así se cambió el calendario de 10 a 12 meses, iniciándose en enero y no en marzo. Agreguemos que así surgen el mes de abril –en honor a la diosa Afrodita- y el de mayo -por la diosa Maia, madre de Mercurio-.

 

El calendario juliano

Se dice que Sosígenes de Alejandría colaboró con Julio César en la reforma del calendario y en fijar las estaciones y fiestas romanas correspondientes en concordancia con los movimientos astronómicos.

El nuevo calendario se implantó en el año 46 a. C. con el nombre de Julius, en honor al emperador Julio César. Ese año inicial fue un largo año: tuvo 445 días  en lugar de los 365 normales para corregir los errores de arrastre del calendario anterior. Los años del nuevo calendario constaban de 365 días y cada cuatro años se agregaría un día: se llamaran años “bisiestos”, porque se fechaban dos días consecutivos como 24 de febrero (último día del calendario romano de ese entonces). Ese 24 de febrero se llamaba “ante diem sextum kalendas martias” y cuando era año bisiesto, el día adicional se llamaba “ante diem bis-sextum kalendas martias”; de allí el nombre de “bisiesto”. El cálculo de los días era inclusivo: se contaba el día de partida y el de llegada, ya que los romanos no conocían el número 0 (cero), que no llegará a occidente hasta la invasión mora.

El calendario juliano –muy cercano a la exactitud científica- consideraba que el año estaba constituido por 365,25 días, mientras que la cifra correcta es de 365,242189, es decir 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,16 segundos. Esos más de 11 minutos contados adicionalmente a cada año habían supuesto en los 1257 años que mediaban entre 325 y 1582, un error acumulado de aproximadamente 10 días, que fueron tenidos en cuenta por el calendario gregoriano.

 

La manera de contar los días siguió la tradición romana hasta que los visigodos introdujeron la costumbre de numerar los días, que adoptó Carlomagno. No obstante, hasta bien entrada la Edad Moderna, la manera de referirse a un día concreto era aludiendo al santo que se conmemoraba. Así, por ejemplo, era muy común encontrar expresiones como "llegamos el día de san Froilán". Y de allí, la costumbre ya casi en desuso, de consignar el santoral en los calendarios e imponer a los recién nacidos el nombre el santo conmemorado ese día.

 

            En el 321 de nuestra era, Constantino implantó la semana de siete días  copiada de los mesopotámicos, establecida en base a los planetas (tomados por tales el sol y la luna) que se podían observar desde la tierra: domingo, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado. Esta división, con el tiempo, se difundiría en todo el mundo moderno.

 

Calendario gregoriano

Los diez días de error acumulados durante la vigencia del calendario juliano desaparecen en el momento en que se adopta la reforma gregoriana, la cual establece una nueva fórmula para el cálculo de los años bisiestos, de manera que al jueves 4 de octubre de 1582 del calendario juliano le sigue el viernes 15 de octubre de 1582 del actual calendario gregoriano. Los diez días faltantes, se los tragó la tierra.

Algunos países adoptaron la reforma varios años después de 1582. Por ejemplo Rusia, que esperó hasta el jueves 14 de febrero de 1918, que sucedió al miércoles 31 de enero, logrando la curiosidad de que la Revolución Rusa de octubre de 1917 sucediera en noviembre para el resto de países que ya se regían por el nuevo calendario.

La migración de un sistema a otro no fue simultánea, como hemos dicho, y gracias a ello se generaron aparentes y curiosas coincidencias que en realidad no lo son. Por ejemplo, en España el calendario gregoriano se convirtió en oficial en 1582, mientras que en Inglaterra (y sus dependencias) no los sería hasta 1752. Por tanto, el Día Internacional del Libro que se celebra el 23 de abril por la coincidencia del fallecimiento de William Shakespeare y de Miguel de Cervantes, no resulta tal cosa. Cervantes murió el 22 de abril de 1622 y fue sepultado el 23. En tanto Shakespere, falleció el 3 de mayo de 1616 según calendario gregoriano, pero dado que Inglaterra seguía aplicando el juliano, allí era aún también el 23 de abril.

El tiempo detenido
Pero seguramente a don José y a doña Victoria no les interesaban demasiado estas cuestiones. A lo sumo, se fijarían en el almanaque cuándo cambiaba la luna para hacer rendir un poco más la tierra de la quintita del fondo o saber cuándo empollarían las gallinas. O leerían el reverso de las hojitas de cada mes para consultar el santoral.

Quién sabe si tenían todos esos almanaques ahí acumulados con ánimo de coleccionar sus figuras (muchas de ellas repetidas), de tenerlos simplemente como recuerdo, o si era una manera de retener un poco el tiempo viendo que las décadas se les iban acumulando en sus vidas como los calendarios en aquel clavo.

Si hoy vivieran, seguirían acopiando almanaques de propaganda en el clavo que alguna vez pusieron en la puerta color cremita y seguirían atesorando unos sobre otro los años transcurridos. Como una manera de paralizar el tiempo.



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