sábado, 15 de junio de 2024

Como una flor

 


Ni Fabio Zerpa lo hubiese creído. El tipo estaba mirando las estrellas del cielo, oteando el infinito en alarde de su curiosa curiosidad. Algo lo encegueció de repente, otro algo lo ensordeció y un algo más lo sacudió en su generosa humanidad. Cuando se repuso, constató que el corazón aún le palpitaba. Y vio a su lado un nuevo objeto de su curiosidad.

“Linda piedra para el jardín”, pensó, pero comprendió que no era nada inanimado. Chiquito, negro, delgado, con ojos de noche estrellada (de allí había provenido), pero por sobre todo inquieto e inquisidor era eso con apodo de hormiga y había llegado a su lado –lo presentía- para nunca más despegarse de él. 

Comprendió que la taba estaba echada y que como cayó, quedó. Amigo de los desafíos, sabía que no querría una vuelta atrás. Que no se bajaría del escenario hasta que cayera el telón final. Que no conocía el libreto, pero que le gustaba el papel y también su partenaire.

 Pasaron muchos años pero la curiosidad sigue intacta. Y aunque finalmente no era una piedra sino una hermosa mujer, decidió ponerla en su jardín interior. Al fin y al cabo, no desentona –ni mucho menos- entre las flores.

 

 

 

Infancias

 

         Si no somos como niños –dice el Evangelio- nunca entraremos al Reino de los Cielos; los únicos privilegiados –dijo un general- son los niños. Todos llevamos un niño en un rincón del corazón –y esto no lo dijo ningún cardiólogo- al tiempo que los niños son la esperanza del mundo. Acerca de los niños, evidentemente, podríamos hablar largo y tendido. Niño bien, pretencioso y engrupido –dice el tango- y acá las cosas cambian de color.

          La infancia –oímos comentar - es como los impuestos de emergencia: uno sabe cuándo empieza, pero nunca se sabe muy bien cuándo y dónde termina. Varias décadas atrás, por lo menos, se sabía que la cosa se relacionaba con el estreno de los pantalones largos, pero nunca quedó muy claro qué cosa era consecuencia de cuál.

          Lo que queda claro, entonces, es que toda infancia tiene una época, y que cada época tiene su infancia. Y los chicos –nuestros hijos- son, de algún modo, nuestra propia proyección, nuestro reservorio de ilusiones y esperanzas, semillero de ideales. Que nadie nos quite la niñez, al fin y al cabo, que fue el comienzo de nuestra historia, esta que transitamos siendo adultos, añorando aquel tiempo de la infancia, cuando éramos simplemente niños.

 

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