Ni Fabio Zerpa lo hubiese creído. El tipo estaba mirando las estrellas
del cielo, oteando el infinito en alarde de su curiosa curiosidad. Algo lo
encegueció de repente, otro algo lo ensordeció y un algo más lo sacudió en su
generosa humanidad. Cuando se repuso, constató que el corazón aún le palpitaba.
Y vio a su lado un nuevo objeto de su curiosidad.
“Linda piedra para el jardín”, pensó,
pero comprendió que no era nada inanimado. Chiquito, negro, delgado, con ojos
de noche estrellada (de allí había provenido), pero por sobre todo inquieto e
inquisidor era eso con apodo de hormiga y había llegado a su lado –lo
presentía- para nunca más despegarse de él.
Comprendió que la taba estaba echada y que como cayó, quedó. Amigo de los desafíos, sabía que no querría una vuelta atrás. Que no se bajaría del escenario hasta que cayera el telón final. Que no conocía el libreto, pero que le gustaba el papel y también su partenaire.
Pasaron muchos años pero la curiosidad sigue intacta. Y aunque finalmente no era una piedra sino una hermosa mujer, decidió ponerla en su jardín interior. Al fin y al cabo, no desentona –ni mucho menos- entre las flores.