“Sgreeeeeeessssch,
sgreeeeeeessssch, sgreeeeeeessssch”. Más o menos así sonaban las mañanas y las
siestas de City Bell de hace cuarenta años, cuando muchos vecinos cortaban el
césped con una maravilla de la técnica: la cortadora de pasto “Cidand” tracción
a sangre o, como se decía, “manual”.
Nada de
gimnasio ni de aparatos mágicos para sacar bíceps y gemelos, fortalecer
dorsales y redondear glúteos. Dos horitas en pantalones cortos dándole a la
Cidand, y que me vengan a hablar del fitness y de la cama solar.
La llegada de una de esas
curiosidades a la casa del escriba fue casi providencial cuando contaban con
una cortadora de pasto eléctrica de factura casera. Sus ruedas hechas de madera
aún deben subsistir reencarnadas en otro destino, pero una tarde el baqueteado
motor dijo “basta”: la cuchilla se detuvo y el artefacto comenzó a humear como
carrito de manisero. Aquel sábado el jardín quedó a medio rasurar y algún
improperio habrá recaído sobre la maquinaria exhausta.
En la noche –de ese mismo día o
de alguno cercano- el azar se apiadó de los Defranco –o de su pelilargo parque-
y durante una cena de la asociación que nuclea a los talleres mecánicos -una de
esas cenas en las que se sortean premios varios-, una flamante Cidand manual de
color azul coronó el número de su tarjeta.
Por varios años fue “la máquina
del pasto” familiar. Por más que el jardín no era muy grande, había que darle y
darle prendidos a las manoplas al ritmo del “sgreeeeeeessssch” característico
de su funcionamiento. Con la llegada del verano, en uno y otro jardín de City
Bell ese inconfundible sonido se repetía sin cesar.
Funcionan, como hemos dicho, con
tracción a sangre. Empujándola hacia delante corta el pasto, cuyas hojitas
saltan hacia atrás, expulsadas por cuatro planchuelas de acero retorcidas que a
la vez mantienen afilada la cuchilla, cuya altura es regulable. Una segunda
pasada empareja lo cortado, y entonces se sigue con el resto. Un ejercicio
bastante completo, como se verá, que hasta los abdominales se deben
desarrollar. Y además no consume ni nafta ni electricidad. Lo que se dice un
artificio ecológico.
Seguramente ha habido más de una
marca que fabricara máquinas similares. La Cidand era producida en La Plata por
alguien de apellido Andreucci –y sospechamos de que ahí viene parte de la
marca-, y uno recuerda ver la fábrica sobre la avenida 44 antes de llegar a
Olmos, a mano derecha, como quien va para tomar la ruta 2 con destino
vacacional.
Días pasados la herramienta
maravillosa ganada en una cena asomó de entre las sombras en un rincón del
garaje que ya no es. Pintura saltada, óxido, falta de lubricación, pero con su
marca y la goma de sus ruedas intactas. Y a pesar de la herrumbre, sus
mecanismos funcionan a la perfección.
Aferrarse a sus manoplas y
empujarla sobre el césped fue volver a oír su “sgreeeeeeessssch” inconfundible
después de muchísimos años. Fue oír el canto de las chicharras, fue sentir el
olor del pasto quemado después de cortado, de cuando en City Bell nos dábamos
esa clase de lujos. Gloria eterna a la Cidand, prodigiosa, ecológica e
inmortal.
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