jueves, 22 de diciembre de 2016

Buen tipo, ese Papá Noel

Diciembre estuvo misericordioso aquella noche en el parque del jardín de infantes. La temperatura había bajado a dieciséis benditos grados, más soportables que los treinta y uno que durante el día habían amenazado con una actuación calurosa más por el clima que por la ternura de los pibes. La tranquilidad que a lo largo de las horas previas había cultivado el cronista condenado a un papanoelismo histriónico, se acabó cuando la profesora de música le espetó: "¿Cómo? ¿No te dijeron qué tenés que hacer y decir?". Nadie le había dicho nada. Y una cosa es improvisar ante los inocentes pibes preescolares, y otra es poner la cara delante de padres y abuelos llegados a borbotones como habitantes de un hormiguero que alguien acabara de patear.

¿Existe Papá Noel?
San Nicolás nació por el año 280 en Patara de Licia, en la actual Turquía. Hay de él muchas noticias, pero es difícil distinguir las pocas auténticas del gran número de leyendas tejidas alrededor de su vida. Estamos hablando también de san Nicolás de Bari y, aunque parezca mentira, del mismísimo Papá Noel o Santa Claus, entre sus muchas otras identidades. Con lo cual, ya estamos respondiendo a uno de los interrogantes que por siglos ha desvelado a la humanidad: Papá Noel existe. O, por lo menos, existió.

El culto a san Nicolás se difundió en Europa cuando sus presuntas reliquias fueron llevadas de Mira y colocadas, el 9 de mayo de 1087, en la catedral de Bari, en Italia, para evitar que fueran profanadas por los turcos. En la Leyenda Áurea se lee: "Nicolás nació de ricas y santas personas. Cuando lo bañaron el primer día, se paró solito en la tina...". Ya más grandecito "rehusaba las diversiones y las vanidades y frecuentaba la iglesia". (La Leyenda Áurea o Leyenda Dorada es una compilación de relatos hagiográficos reunida por Santiago de la Vorágine, arzobispo de Génova, a mediados del siglo XIII).
Al perder a sus padres un tío suyo, que era obispo de Mira, lo ayudó a que se ordenara sacerdote. Pero como aquella vida tampoco le llenaba, decidió abandonar el mundo y se retiró a la Tebaida. Elevado a la dignidad episcopal tras la muerte de su tío, el santo pastor se dedicó a su grey distinguiéndose sobre todo por su gran caridad, cuando se dio cuenta de que los bienes de esta tierra no hacen la felicidad y se dedicó a ayudar a todos los necesitados con la fortuna que había heredado de su familia.

No hubo nadie que no encontrase remedio a su miseria si recurría a Nicolás. El hombre se privaba de lo más necesario para sí con tal de que los demás no padeciesen dificultades. Entonces empezó ya a obrar milagros de los que está llena su biografía y la devoción popular ha hecho llegar hasta nosotros. Se habla de que un hombre prostituyó a sus tres hijas a fin de ganar el dinero que les permitiera ser desposadas por sendos caballeros. Sabedor de la situación, Nicolás se ocupó de dejar en esa casa una bolsa con oro para cada una de las niñas a la edad en que se fueron haciendo casamenteras.

Y obras como esa, muchas son las que se mezclan entre la leyenda y la tradición. Nicolás habría resucitado a tres niños a los que un carnicero había asesinado para comercializar su carne, como así también se le atribuye al personaje navideño muchas buenas obras en beneficio de navegantes y marinos.


Los nombres del mito
La devoción a san Nicolás es la de mayor popularidad en muchos países, sobre todo por celebrarlo como "Santa Klaus" y como abogado ante los peligros. Tiene muchas iglesias dedicadas en todo el mundo, sobre todo en Grecia. Se le llama "de Bari" porque desde el siglo XI reposan allí sus reliquias. El nombre de "Noel" procede de Finlandia.

Alrededor de 1624 los inmigrantes holandeses fundaron la ciudad de Nueva Amsterdam -más tarde llamada Nueva York- y llevaron consigo sus costumbres y sus mitos, entre ellos el de "Sinterklaas", su patrono (cuya festividad se celebra en Holanda entre el 5 y el 6 de diciembre, en curiosa coincidencia con la fiesta católica de san Nicolás).
En 1809 Washington Irving escribió una sátira, Historia de Nueva York, en la que deformó a "Sinterklaas" en "Santa Claus". Clement Clarke Moore, catorce años más tarde, publicó un poema donde alude a un Santa Claus enano y delgado como un duende, pero que regalaba juguetes a los niños en víspera de Navidad y que se transporta en un trineo tirado por renos.
Recién en 1863 Papá Noel recibió la actual fisonomía de obeso barbudo y bonachón que más se le conoce, creación del dibujante alemán Thomas Nast, quien diseñó este personaje para sus tiras navideñas en el semanario Harper's Weekly. Allí adquirió su atuendo, posiblemente inspirado en el de los obispos de antaño. Pero para entonces, ya poco quedaba del santo de Mira en el personaje del mito. Y ni hablemos del significado religioso de la fecha.

Papá Noel refresca mejor
Ya en el siglo XX, en 1931, la Coca-Cola Company encargó al pintor Habdon Sundblom que "aggiornara" la figura papanoelina para hacerla más humana y creíble. Sin embargo, nada tendría que ver el color rojo de la multinacional con el de las ropas de Noel, dado que era indistinto que el personaje apareciera ataviado de verde o de rojo. Si embargo, sí es cierto que con el tiempo la publicidad de la gaseosa contribuyó a la popularización de esos colores y del mito mismo. Hay muchas ilustraciones anteriores en las que es común el color rojo y blanco de la vestimenta de Nicolás, si bien es cierto que desde mediados de 1800 hasta principios de 1900 no hubo una asignación concreta al color de Papá Noel.
Más allá de todo refresco y de toda disquisición, genera curiosidad saber que en Chile es llamado "Viejito Pascuero", en Venezuela es pronunciado como "Santa Clos", en osta Rica lo llaman "Colacho", en Alemania es "Nikolaus" o "Weihnachtsmann" ("hombre de navidad"), en Finlandia "Joulupukki", en Hungría "Télapó", y sigue la lista.

Puesta en escena
Pero estábamos hablando de cuando nos tocó hacer de Papá Noel, hace ya muchos años, y eso que teníamos entonces mucha menos panza que ahora... Escondido en la planta alta, el escriba se enfundaba en el traje rojo brilloso mientras por la buhardilla espiaba lo que pasaba en el parque. El arbolito de navidad se agitaba al viento mientras sus luces prendían y apagaban al ritmo de los latidos de todos los corazones infantiles. El Niño Dios de carne y hueso no lloraba como suele suceder en los pesebres vivientes y los pastorcitos hacían lo suyo, los reyes magos también, y las flores engalanaban las nubes sacando de su corazón todo el misterio de su color, su perfume y su belleza.

La celosía del primer piso era una posición de privilegio para ver todo lo que sucedía allí abajo. Era la visión recortada de una aldea aguardando algo de lo alto, que en este caso debía encarnar uno mismo. Susana Pietrángeli agitaba sus cascabeles al ritmo de villancicos con la misma alegría y pasión con que lo hacía en su época de maestra de quien ahora hacía de Papá Noel. Y Fito Paunero compartiendo la trastienda, marcando el tiempo de cargar las bolsas con todos los regalos y bajar la escalera para aparecer entre la multitud.
Eran cientos de ojitos encendidos como luciérnagas que brillaban en la penumbra del parque. Y entre pedidos de regalos, una vocecita con mirada inquisidora ametralló el alma del gordo de rojo y borceguíes un tanto "heavy": "Vos no sos papá Noel; vos sos el de la Estación de Servicio". "Cerrá el pico o o te pateo el culo con estos borceguíes y en tu casa no te dejo ningún regalo", le dijo el émulo de Noel, y se perdió entre la multitud enana.

Dar la cara
"Hacé una bozarrona gruesa", le habían pedido, sin saber que uno nunca había bajado de una segunda voz toda vez que la señora Teresa de Sal Gómez pretendía organizar un coro en las clases de música del colegio. Así que de lo más hondo de su garganta, Papá Noel sacó un alarido tratando de suplir la potencia de un micrófono que, como ocurre en los actos escolares, nunca anda o se acopla con los parlantes. De la tradicional carcajada del personaje, mejor ni hablar.

En muchos padres pudo adivinarse la nostalgia de una infancia lejana. La expresión de otros delataba el recuerdo de tantas navidades pasadas en esa misma casa en los tiempos en que pertenecía a los Quintana. Y Papá Noel saludó otra vez, acarició y besó nenes, y se fue custodiado otra vez por Fito para quien por su bondad y su servicialidad, todo el año es Navidad.
Terminada la función, había llegado el momento de sacarse la careta y ser uno más de los padres. Y ahí se acabó la magia y siguió la fiesta. El cronista abrió el bolso, guardó su disfraz de tela roja, y con cuidado, enrolló junto con él el secreto de la ficción y la sensación de que ese día, el purrete que fue alguna vez no pudo tocar ni abrazar a Papá Noel, como todos los demás.

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