Doña Victoria se solazaba de haber parido a sus cuatro hijos arriba
de la mesa de la cocina. Don José daba crédito de los dichos de
su esposa y Humberto, el mayor de su
descendencia, no recordaba que en su casa, siendo chico él, hubiese habido otra
mesa en la cocina que no fuera esa.
Victoria y José no eran
familia de dinero y llegaron de Italia con escasez de liras en los bolsillos.
La mesa que compraron para su cocina, por tanto, era bastante austera: patas de
pinotea y tablero de quién sabe qué, cajoncito con divisiones al frente y nada
más.
Humberto la llevó consigo cuando formó su familia, luego la prestó
a su cuñado cuando hizo lo propio, y después el mueble cumplió algunas otras
funciones, incluida la de trasto en el altillo. A lo largo de sus años (tal
vez, tres cuartos de siglo o más), la mesa
de la cocina y de parir de la gringa Victoria,
acumuló varias capas de pintura (grises, azules, blancos) y algún que otro
remiendo oculto siempre bajo sus hules y manteles de rigor. Hace pocos años
abandonó su retiro de depósito, recuperó su posición de mesa y, con las patas
otra vez sobre la tierra, se aprestó a sentirse nuevamente mesa.
Los usos y las
costumbres
Elemento de uso diario si lo hay,
la mesa es, casi, una extensión del
cuerpo. En ella nos apoyamos para comer, para cocinar, para trabajar, para
jugar. La mesa es la caja donde resuena
una palmada que puede denotar enojo o indignación, o prolongar una carcajada
salida del alma. Ponemos las cartas sobre
la mesa para pasar un buen rato entre amigos o para mantener cara a cara
una conversación sin ambigüedades.
Sobre la mesa apoyamos nuestros
codos para sostener el mentón entre las manos, como si ese gesto nos ayudara a
pensar. O cruzamos los brazos sobre los cuales reposar el rostro lloroso de
tristeza e impotencia.
¡A la mesa! convoca la señora de la casa al momento de servir la
comida, y esa simbiosis de mobiliario y trabajo culinario simboliza la magia de
la reunión familiar. Tanto que,
cuando la familia crece en número, se dice que hay que agrandar la mesa.
La mesa es, también, refugio para el gato que busca ocultarse
del dueño que lo persigue con la intención de sacarlo al patio, o del purrete
atemorizado en una tarde de rayos y de truenos.
El piso de las manos
En una evolución que comenzó
hacia el año 2700 a.C.
en Egipto, el mueble acompañó los cambios
y progresos de la humanidad desde la concepción de cuatro de ellos en
particular: la cama, la silla, el armario y la mesa. Pero la mesa no siempre fue mesa, ni fue desde
siempre mueble.
Se diría que la invención y la
evolución de la mesa van a la par de la
evolución del hombre. Cuando el mono dejó de ser mono para llamarse Adán,
el suelo empezó a quedarle un poco lejos de sus manos, y necesitó
"subirlo", necesitó apoyarse en algo para hacer cualquier trabajo que
fuera manual, porque ya se paraba sólo sobre sus patas traseras y le quedaban
los brazos colgando. Y previsor como era, no esperó a que le doliera el
esqueleto para buscar una posición mejor. La mesa, entonces, se inventó ante la necesidad de que las manos tuvieran un
suelo, una superficie de apoyo más elevada, más cercana.
La arqueología nos cuenta que las
más antiguas civilizaciones tallaban mesas en la roca para destinarlas, en
muchos casos, a sacrificios divinos. Eran, en realidad, altares, verdaderas mesas fijas que, por esa misma condición de no
poder ser trasladadas, no eran móviles, no eran muebles.
Se dice que si en algo le erró Leonardo Da Vinci al pintar la Última
Cena, fue precisamente en la mesa. En aquellos tiempos de la Palestina de Jesús no se acostumbraba a comer en una
mesa con patas, tal como lo dictan nuestros usos y costumbres. Era, en todo
caso, una estera tendida en el piso y recostados junto a ella se ubicaban los
comensales. Eso explica el pasaje evangélico en el que el Maestro lava los pies
de los discípulos la misma noche de aquella cena: era de buena educación
lavarse no sólo las manos sino también los pies antes de acercarse a la mesa,
dado que éstos quedaban muy cerca de la cabeza del comensal contiguo.
Por eso los romanos utilizaban el
triclino, especie de amplio lecho
para tres personas en forma de "U", al que se agregaba una mesa
central donde colocaban los alimentos a la hora de comer. Desaparecido el
imperio y sus fiestas bacanales, el triclino
fue reemplazado por la cama en los
dormitorios y por la mesa en el
comedor.
Mesa académica
El diccionario de la Real Academia define
a la mesa con frialdad. "Mueble para
comer, escribir, etcétera, compuesto de un tablero horizontal sostenido por uno
o varios pies", dice. Esta enumeración de utilidades (para comer, para
escribir...) y la forma de su estructura, resultan insuficientes. ¿Acaso un pupitre con el tablero inclinado no es
una mesa? ¿Acaso no son mesas esos apoyos
que, sin necesidad de pies o de patas, se elevan sobre el suelo colgados en
soportes amarrados a la pared de una oficina pública?
Los académicos de la lengua no
saben ver lo que realmente una mesa es. La mesa es un tablero, sin duda, pero
requiere estar a una altura tal que tenga que ver con las manos de la persona
que las utilice: las mesas son superficies
para manipular y, por ello, si se elevan excesivamente, aun conservando la
estructura, se convierten en un techo
(como le ocurre al gato de los primeros párrafos); y si se baja más allá de un
límite se convierte en un podio, en
un estrado sobre el cual subirse para
recitar, verbigracia, "los zapatitos
me aprietan, las medias me dan calor", o para pronunciar un discurso
de ocasión.
Dice José G. Moreno de Alba que el significado de bufé (mesa en que se sirven bebidas y alimentos) se relaciona con
varias acepciones del francés buffet
(colación, merienda) y también con el mueble aparador. "Más remoto parece el parentesco entre el
francés buffet y el español bufete -agrega-, que cuenta con varias acepciones, entre ellas las dos siguientes: mesa
de escribir con cajones y estudio o despacho de un abogado".
A la buena mesa
Sobre la base de esto, podríamos
suponer que el armario de oficina y el escritorio se introdujeron juntos de la
mano en la vida cotidiana, como la mesa de comer lo debe haber hecho con el
aparador de cocina.
Hasta principios del siglo XIX el
vocablo bufete aparece siempre con el
único significado de "mesa",
para alternar luego los significados de "mesa" y de "despacho".
Pasará más tarde a significar "despacho
de abogado", y sólo relacionarse con lo culinario en tanto y en cuanto
buffet es sinónimo de bar o cantina de un club o institución.
Sentarse a la mesa es arrimarse a
ella para, por ejemplo, comer, y de paso prolongar el momento en amena sobremesa. Pero la mesa puede ser de
trabajo o de noticias, de operaciones o de juego. Puede ser la mesa de
conducción de, por ejemplo, un gremio o la mesa de deliberaciones de señores
que se sienten importantes. Puede ser la mesa de luz que ponemos junto a la
cama o la mesa de saldos en cualquier comercio. Y podría ser, además, una mesa
de dinero o también una mesa redonda donde se debaten superfluidades aunque su
forma sea, por lo general, rectangular.
Patitas chuecas
Del pupitre del escolar al escritorio
del secretario general de las Naciones Unidas, todas las mesas suelen tener
algo en común: sería raro que alguna no necesitara un papel doblado o una
chapita de gaseosa debajo de una de sus patas para evitar que se tambalee y se
vuelque, por ejemplo, la sopa.
Es que, la vieja mesa de que
hablamos al inicio de este escrito, aunque chueca, luce henchida sus remiendos.
Otro José, bisnieto del anterior, la
untó con amor teñido de pintura y barniz que resaltan sus heridas de toda una
vida orgullosa. Y a esa misma tabla con patas sobre la que Victoria parió a sus hijos y amasó la pasta dominguera, este
escriba, que es su nieto, la ha convertido en su escritorio, su especial mesa
de trabajo. No podía caberle un destino mejor.
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