Necesito un lenguaraz. Los conquistadores españoles de los
siglos XV y XVI tenían uno. Y los que siguieron después, tratando de entenderse
con los habitantes de la pampa y alrededores, también. Un lenguaraz no en la
acepción que le da hoy el diccionario, de “persona
que habla con descaro y
desvergüenza” sino en el sentido de
intérprete, traductor, alguien capaz de entenderse con quien habla otra lengua
aún sin dominarla.
Me pasa que entre las vidrieras de los comercios y las publicidades
hechas en spanglish o directamente en el inglés más rancio y puro y lo que leo
en Facebook y Whatsapp –no tengo cuenta en otras redes-, cada día me cuesta más
entender lo que se dice.
Admito que las más de las veces pongo mis dedos en la tecla
equivocada (bueno, el teléfono ya no tiene teclas y casi tampoco botones) y que
no siempre advierto el error antes de enviar el mensaje. Pero al menos procuro
seguir las reglas gramaticales: signos de interrogación y exclamación de
apertura y cierre, acentos, palabras completas, ortografía… Y trato de entenderme con el corrector
de textos y de utilizarlo.
Lo del inglés, admitámoslo, viene de arrastre. Desde los
tiempos de los frigoríficos ingleses consumimos rosbif (roast beef o bife asado, cocido al fuego) y bistec (beef beef steak, bife de carne de
vaca). Y ni hablar de un deporte tan popular como el fútbol, que desde su misma denominación nos remite al origen sajón.
El orsay es off side, el centrojás es un center half o delantero
central y le siguen el fau, el güin y el insái, por poner algunos ejemplos.
Pero esto de ver las vidrieras de los comercios promocionar
sus ventas en inglés, ya es otra cosa: “sale
30% off”, lejos de ser una promoción de repelente para mosquitos a precio
de oferta, es una indicación de que ciertos productos valen treinta por ciento
menos que su precio de lista.
Un black friday no
es un viernes negro, sino un día de grandes ofertas en el cual los comercios
participantes cobran por única vez lo que deberían cobrar todos y cada uno de
los días de la semana.
“Mummy’s day”,
decía el escaparate de una casa dedicada a indumentaria femenina que vio el Día
de la Madre
como una buena oportunidad –por cierto de está en todo su lícito derecho- para
atraer clientes y hacer buenas ventas.
Y otra cosa: ya no hay ventas sino que todas son “sales”. Las cosas “sale 30% off” o, para hispanizarnos un poco, podemos encontrar una
“gran
barata”, pero casi no hay liquidaciones
u ofertas como antes.
Es cierto que hacer estos planteos desde un pueblo que porta
un nombre de base inglesa parece un tanto irracional, aún cuando “City Bell” no es una construcción
legítima gramaticalmente hablando. Pero la cuestión pasa por otro lado. Somos
argentinos, orgullosos habitantes de estas tierras y como tales, heredamos la
lengua del conquistador español. Nuestra identidad
y nuestra idiosincrasia se componen
en gran medida de ella.
Tendría más lógica que mezcláramos en nuestra cotidianidad
vocablos guaraníes, o quechuas, o pampas, o mapuches, por poner ejemplos.
Porque a este paso la Pachamama va a acabar
siendo la Groundmother o la Earthmother ,
para ponernos a tono con los usos y costumbres de esta sociedad que estamos
siendo. Estamos terminando octubre, así que muy pronto vendrán las merry christmas y el happy new year con la nieve, Santa Claus y los renos
incluidos.
Retomando la cuestión de las redes sociales y cómo nos
comunicamos a través de ellas, resulta casi tenebroso comprobar cómo nos
embrutecemos en el día a día. Sin hacer estadísticas podemos arriesgar que es
una amplia mayoría la que escribe sin signos de puntuación, que reemplazan el
binomio qu por la letra k, que ponen puntos para separar
palabras, que ignoran casi deliberadamente las más elementales reglas de la
gramática y de la ortografía y mucho me temo que eso no sea falta de instrucción
–que no sería algo atribuible a los actores de la cuestión- sino lisa y
llanamente un desinterés deliberado por ajustarse a aquello que nos permite entendernos: nuestra lengua,
Por eso, decía al inicio, habremos de necesitar un lenguaraz
que cumpla las funciones de intérprete cada vez que leemos una vidriera, que
vemos una publicidad por televisión (o la escuchamos por radio) o que recibimos
el más elemental saludo a través del teléfono: emoticones, emojis y demás
bichitos dibujados son lo más parecido a los jeroglíficos del antiguo Egipto.
Ojalá seamos capaces de legar a las generaciones venideras la centésima parte
de lo que los egipcios nos dejaron,
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23 oct 18
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