viernes, 9 de junio de 2017

Hagámoslo realidad

Foto de 1915, aparecida en el mensuario City Bell en 1942.
Podría decir que este artículo se empezó a escribir hace veinte años. Fue en octubre de 1997 cuando colgaron un cartel de venta en la ventana del primer piso de la casona de. Por ese entonces la vivienda estaba desocupada, casi que abandonada, como si en su entorno se ignorara que en la esquina de Cantilo y calle 7 se erige la primera edificación de City Bell. Lo que se dice la casa fundacional del pueblo, desde la cual la compañía urbanizadora administró la incipiente villa y en la cual moraban el administrador Tobías Büchele y su familia.


Ese caserón de 1914, de particular estilo, engalanado por entonces y desde tiempos lejanos de amarillo y rojo oscuro, sería el inicio de la historia edilicia y administrativa de nuestra ciudad y conservaba en su interior, por lo tanto, buena parte de nuestro patrimonio histórico y cultural.

Así la conocimos durante décadas.
Hace veinte años yo escribía en el semanario Hechos y Personajes y desde esas páginas insté a que alguien, desde el ámbito oficial o el privado, procurara que el inmueble fuera recuperado para el uso público, en lo posible con un destino cultural. Andrés Rivelli, director del semanario, decidió que el tema fuera noticia de tapa.

     1997 era, como éste, año electoral; se renovaban parcialmente los diferentes cargos legislativos y tal vez por eso una agrupación política aceptó el reto, recogió el guante y alquiló el inmueble para instalar el Centro de Estudios Sociales “Carlos Auyero”, un espacio intelectual que, era evidente, tenía su connotación ideológica pero fue presentado como abierto a todos los pensamientos.

     La patriada duró poco: la falta de fondos para mantener el edificio y pagar los servicios básicos le dio una pincelada de realismo al idealismo. O al oportunismo.

Después de algunos años con destinado comercial luego de haber pasado por un proceso de restauración –son otros sus propietarios-, la casa luce un nuevo cartel que la ofrece en alquiler.

     Hoy la conciencia de identidad local es otra. Se ha consolidado en los últimos años quizás por propia madurez, quizás como un modo de resistir al avance descontrolado de locales comerciales -y en particular, del rubro gastronómico- que en nombre de una dudosa fachada turística viene devastando no sólo la arquitectura sino aquello que atrajo a tantos residentes a la comarca: la tranquilidad del lugar, la sociabilidad de sus vecinos.

La casa, hoy. (Foto: Andrés Vendramín.
     El hecho de que la histórica construcción esté en alquiler nos hizo soñar nuevamente. ¿No será tiempo de que alguien reaccione y se haga lo necesario para que se la declare de interés público? Señores concejales, estimados diputados provinciales, el llamado es para ustedes o para algún filántropo que aporte lo necesario para poder acceder a esa propiedad.

     Estamos seguros que puede funcionar como centro de información turística e histórica, como pequeño museo elemental sobre nuestro pueblo, como centro de exposiciones de arte y disertaciones. ¿No es tiempo de que nos regalemos lo que nos merecemos?

     Debemos entender que nos toca la responsabilidad de defender aquellos ladrillos que asentaron uno sobre otro aquellas manos pioner


as y laboriosas que hace ciento tres años comenzaron a construir este City Bell que tanto defendemos, que tanto nos duele que nos lo arrebaten de nuestras vidas delante de nuestros propios ojos.

     Me gusta y defiendo un City Bell moderno para sentarnos a una mesa y charlar con amigos o la propia familia. Pero nuestra identidad reclama, también, preservar el medio histórico. Y la indiferencia que aparentemente produce el hecho de que la construcción más antigua de City Bell se convierta en una nueva cervecería es una nueva señal, palpable y alarmante, de la pérdida de nuestro pasado.

Intuyo que ya no es una utopía. El tiempo ha decantado las cosas lo suficiente como para que nos sintamos capaces de esta conquista. Si algo hemos crecido y progresado desde 1997, es hora de que lo demostremos, de que intentemos lo que parece inalcanzable, imposible. Para eso sirven los sueños, para asirnos a ellos y no soltarlos hasta hacerlos realidad.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Galileo tenía razón

En la previa de la operación pensaba mucho en el postoperatorio. Me preocupaban los eventuales dolores, la higiene general y la íntima, cuestiones todas inherentes a una situación como ésta, esperables sabiendo que me colocarían una prótesis de cadera.

Y viendo todo el aliento que recibía en persona pero fundamentalmente a la distancia (a través de Facebook y Whatsapp), sabía que tenía la compañía asegurada. 

Llevo un cachito más de un mes de reposo en casa. Sé que no es la condena de nadie, pero si no fuera que tengo la cama junto a la ventana, se me haría muy difícil el encierro. Y si no fuera por mi esposa y mi hijo, por mi hermano y algunos otros pocos, moriría de aburrimiento. 

Galileo tenía razón: la vida no gira alrededor de nosotros. Somos apenas una partícula dentro del Universo.

lunes, 15 de mayo de 2017

Un nyc para la plaza

Parafraseando la picardía popular, en este caso no es la pampa sino la plaza la que tiene el ombú.

Ayer, 14 de mayo, en el marco de los festejos por los 103 años de la fundación de City Bell se plantaron tres árboles en la plaza San Martín. Uno de ellos es un ejemplar de ombú de menos de setenta centímetros de altura sembrado de semilla y criado por mí, en casa.

Uno de mis pasatiempos preferidos es ése: sembrar semillas de árboles o conseguirlos muy pequeños, cultivarlos y luego obsequiarlos a quien sé que lo va a valorar y cuidar. Alguno recaló en la vereda de casa: un ejemplar de timbó cuyas semillas traje desde la colonia 3 de Abril (Bella Vista, Corrientes) en 2012.

En el caso del ombú, en 2015 había comprado diez semillas de phytolacca dioica (ombú) y las sembré en almácigo el 14 de marzo de ese año. Ayer se cumplieron veintisésis meses de ese día. Sólamente germinaron tres, una de las cuales ya hunde sus raíces en Santa Clara del Mar, en la casa de mi amiga Beti. Otro ejemplar está en casa a la espera de ser protagonista de un proyecto que aguarda pacientemente ser aprobado por las autoridades de una escuela local. Y la tercera planta es la que ayer se plantó en presencia el Intendente municipal y otras autoridades y vecinos en el paseo citybellino. La foto muestra que mi esposa María Laura hundió sus manos en la tierra para acompañar a las raíces del pequeño arbusto a encontrar su destino.

Es sabido que el ombú es representativo de nuestra pampa. Pero para City Bell tiene un especial significado, dado que una de sus cuadras más bellas tiene ejemplares de phytolacca en abundancia: enmarcan lo que fuera la antigua entrada a la Estancia Grande a través de lo que hoy es la diagonal Jorge Bell. Contaba Lorna Bell, nieta del estanciero, que poner esos árboles había sido una de las peores ideas de su abuelo, ya que por su abundante sombra el barro era casi permanente. Luego se hizo la entrada por el camino Centenario, frente a las vías del ferrocarril, esta vez enmarcada por casuarinas.
Sus primeras hojas
El Intendente municipal, el Delegado , el Jefe de la Agrupación de
Comunicaciones 601, María Laura (de boina y campera marrón)
y vecinos en el momento de plantar el ombú (Ignoro el autor de la foto).


En la plaza San Martín subsisten ejemplares de ombúes casi con seguridad plantados por Bell antes de la fundación del pueblo. Son parte de nuestra idiosincrasia junto con algunos otros ejemplares que no es raro encontrar en la comarca. Por esas dos razones (la representativa de la pampa y la relacionada con City Bell) quise cultivar sus semillas.

Ya crecidos los ejemplares, pensé que bien merecía uno de ellos pasar a integrar la foresta local, echar raíces en un espacio público para que futuras generaciones disfruten de su sombra. Porque ese es el secreto: saber que uno está haciendo algo cuyos beneficios no va a disfrutar; sus raíces prominentes y aéreas, su sombra, su depuración del aire a través de las hojas, beneficiará a los que vengan. Nuestros nietos, por ejemplo. Que me nombraran por los micrófonos como donante no era lo pactado, pero en definitiva es un detalle menor.

Como yo, ese ombú es un "nacido y criado" en City Bell, un "nyc". Está en el sector de la plaza ubicado entre la calle 11 y el predio de la feria. Por mi convalescencia no pude ir y deberé esperar algunas semanas hasta que pueda acercarme. Vayan de mi parte, tómense una foto ahora y recuerden volver a hacer lo mismo en cinco o diez años. Va a ser fantástico comparar ambas imágenes. Y sean parte de este momento histórico.

viernes, 7 de abril de 2017

El legado del viejo Samuel


Cuando en 2009 llegué a la primera clase del curso para convertirme en radioaficionado encontré algunos grupos de letras seguidas de rayas y puntos desparramados sobre el pizarrón del Radio Club City Bell. Algo resultaba claro y evidente: había llegado tarde y la clase estaba empezada. Supe luego que no eran rayas y puntos sino una sucesión de "díes" y "daes", representación fonética de las letras de nuestro alfabeto, según el amigo Morse.

Samuel Morse (www.profesorenlinea.cl).
Pasa que don Samuel Finley Breese Morse, nació el 27 de abril de 1791 en Boston, Estados Unidos, y murió el 2 de abril de 1872, a los 80 años. Ambos aniversarios se cumplen este mes. Hoy encajaría perfectamente con la política estadounidense del presidente Trump, ya que era un activo anticatólico y antiinmigración en aquellos mediados del siglo XIX. Pese a ello era un hombre generoso y caritativo.
Volviendo a sus inventos, no hay dudas de que el Viejo Samuel la tenía clara: con su código podía lograrse una comunicación universal, más allá de lenguas y razas, de sapiencias y culturas. Como si se tratara del esperanto, el código que lleva su nombre era, al fin de cuentas, el complemento necesario de su otro gran invento: el telégrafo.

Los buenos instructores del Radio Club City Bell así lo hicieron saber y así lo entendimos los aspirantes a radioaficionados. Más aún, el profe Tito Corda se adelantó a la pregunta que se veía venir y dijo: "Aunque les parezca obsoleta e inútil, aún en las peores circunstancias la telegrafía les va a permitir establecer una comunicación o, por lo menos, pedir auxilio. Alguien los va a escuchar".

Así entendimos el por qué de la obligación de rendir un examen de habilidad en telegrafía para después hablar por radio. Hoy por hoy, realmente, cuesta creer que en la era de los satélites y las comunicaciones, hoy que con un teléfono satelital podemos establecer contacto con regiones remotas o que simplemente conectados a Internet podemos comunicarnos con un interlocutor residente en Japón o China más rápido que lo que duraría el vuelo estratosférico anunciado por un expresidente, puede parecer una estupidez perder el tiempo aprendiendo código Morse.

Sin embargo, -y permítase la comparación- la telegrafía es como las cucarachas: podrá venir un cataclismo, un terremoto, un tsunami, una explosión atómica, pero una y otras, seguirán ahí, vivitas y coleando, siempre listas. Durante el duro terremoto de Chile y el consecuente tsunami de 2010, sólo los radioaficionados con sus obsolescencias pudieron hacer llegar los primeros llamados en pos de auxilio. Y las comunicaciones más eficientes fueron las llevadas a cabo mediante telegrafía o, como la llaman en la jerga, el "CW". Alguien emitió un S O S (auxilio), y otro alguien respondió con un Q S L (recibido), y la ayuda comenzó a organizarse.
Manipulador para práctica de telegrafía, factura casera. 

Sin embargo debemos confesar algo: transmitir CW nos costó un poco, pero más o menos lo sacamos decentemente. Ahora, recibir... Dios mío.... ni papa.

    ¿Y por qué elegimos este tema para hoy? Porque la semana pasada se cumplió un aniversario del fallecimiento de Morse y porque desde hace más de medio siglo que en City Bell hay una institución donde se enseña y se practica la telegrafía: el Radio Club City Bell que, dicho sea de paso, está a punto de iniciar un nuevo curso destinado a aspirantes a ser radioaficionados.

    A la memoria de Morse, entonces, 7-3 (“saludos” en la jerga telegráfica) y larga vida a sus inventos.
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06 abr 17




domingo, 19 de marzo de 2017

Mate "canchado"

   


    El canchado es el primer proceso de molienda por el que pasa la yerba mate una vez cosechada y sapecada (una breve exposición a la llama directa para frenar el proceso de oxidación -el color y sabor de "hoja seca" que serían inevitables-. Es una molienda muy gruesa, cuyo producto es trozos grandes de hojas y gran cantidad de palo. De ahí pasa al secado y estacionamiento por unos doce meses antes de la molienda final. 

    Tal vez haya sido el tipo de molienda que usaban los guaraníes. Hoy es desconocida para la gran mayoría de materos, y su consumo está orientado fundamentalmente para mate frío o tereré. Yo la usé ayer para mate caliente. Queda un mate de sabor suave y sin espuma. Pero muy rico...

lunes, 27 de febrero de 2017

Amigos

    Estuve hablando de amigos con algunos amigos. Digo de amigos, no de amistad. ¿Sí? Hace cerca de un año cenábamos juntos Bernardo y yo. Nos conocimos en el jardín de infantes, con cinco años cumplidos y nos juntamos a celebrar nuestro medio siglo de amistad. Nos vemos poco, no coincidimos en muchos gustos, pero hay un extraño sentimiento que subyace a todo eso y mantiene viva la fidelidad. Y le conté entonces de mis contados amigos.

    "Fidelidad a la historia", solía decir otro amigo, el bueno de Juancarlitos, que se hizo cura y dejó los hábitos para casarse, sí, pero también por fidelidad a su conciencia. "No podría mirar a los ojos a mis feligreses que me creerían célibe si yo estuviera con una mujer".  Y eso se lo dijo a su superior. Y se casó y fue feliz, hasta que murió joven, a punto de cumplir sus 53 años, y de su partida mañana se cumplirán nueve.

    Con mi tocayo Guillermo tuvimos una fuerte amistad basada en los viejos valores de la confianza, del compartir lo más difícil y lo más plenificante. En un momento ambas familias llegaron a parecer una. Veinticinco años de una bella amistad hasta que algo se cruzó: un malentendido, algún estorbo en el alma que no se dijo a tiempo, un consejo mal dado. Lo cierto es que el cable se cortó de repente y murió toda comunicación. Como la de Juancarlitos, fue una amistad arrancada a mis sentimientos.

Mi amigo Marcelo regalando su humor.
    "No lo puedo creer", decía mi amiga Gabriela al escuchar mi relato sobre lo de Guillermo y las hipótesis de los porqué. Con Gabriela la amistad tiene raíces ancestrales y hoy nosotros procuramos cuidarla y cultivarla como a la más delicada de las plantas.

    Por ella lo conocí a Marcelo. Un gran amigo y compañero de vida del último cuarto de siglo hasta que un sábado se durmió escuchando radio y aún lo debe seguir haciendo. Cómo te extraño, Marcelo. Por eso, de mis amigos en serio, elegí una foto con él para acompañar estos pensamientos.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Menonitas en la ciudad

Amish y menonitas son comunidades de religión cristiana (protestantes) con origen en el cisma de los anabaptistas del siglo XVI. A primera vista se caracterizan por vivir de manera no primitiva pero sí “atrasada”: no uso de tecnología, trabajo de sol a sol en el campo o los talleres artesanales con los que se ganan el pan.

Sus vestimentas y costumbres parecen ancladas en el siglo XVII y viven en comunidades aisladas del resto de la sociedad, excepto para el intercambio comercial.


Sin embargo, a diferencia de los amish, los menonitas aceptan cierta innovación tecnológica y, de hecho, puede encontrarse en internet algunos sitios oficiales; menonitas.net y menonitas.org. Desde hace algunas décadas están afincados en Guatrache, provincia de La Pampa.

Hoy creo haber encontrado a tres de ellos en el centro porteño... ¡en una casa de venta de computadoras e insumos informáticos! El mayor de todos –bajito de estatura, larga barba cana- estaba parado en la vereda, con pantalón de vestir –pero con signos de años de uso-, camisa y tiradores más un sombrero de paja muy característico de su cultura. 

 Los otros dos -un tanto más jóvenes pero con un aspecto similar- intercambiaban opiniones junto a la vidriera del comercio acerca del equipo de su conveniencia. Uno hablaba un perfecto español con acento local; el otro le respondía en inglés, pero evidentemente entendía a la perfección lo que le decía su compañero.

Muy cerca los escuchaba el propietario del comercio, quien se escabulló cuando adivinó que yo empuñaba el teléfono con intenciones de tomar una foto.



Me pareció una escena por demás extraña: gente con apariencia de doscientos años atrás, cuya cultura no gira en torno a la computación, en un comercio del rubro en el centro de la ciudad de Buenos Aires.

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