viernes, 7 de abril de 2017

El legado del viejo Samuel


Cuando en 2009 llegué a la primera clase del curso para convertirme en radioaficionado encontré algunos grupos de letras seguidas de rayas y puntos desparramados sobre el pizarrón del Radio Club City Bell. Algo resultaba claro y evidente: había llegado tarde y la clase estaba empezada. Supe luego que no eran rayas y puntos sino una sucesión de "díes" y "daes", representación fonética de las letras de nuestro alfabeto, según el amigo Morse.

Samuel Morse (www.profesorenlinea.cl).
Pasa que don Samuel Finley Breese Morse, nació el 27 de abril de 1791 en Boston, Estados Unidos, y murió el 2 de abril de 1872, a los 80 años. Ambos aniversarios se cumplen este mes. Hoy encajaría perfectamente con la política estadounidense del presidente Trump, ya que era un activo anticatólico y antiinmigración en aquellos mediados del siglo XIX. Pese a ello era un hombre generoso y caritativo.
Volviendo a sus inventos, no hay dudas de que el Viejo Samuel la tenía clara: con su código podía lograrse una comunicación universal, más allá de lenguas y razas, de sapiencias y culturas. Como si se tratara del esperanto, el código que lleva su nombre era, al fin de cuentas, el complemento necesario de su otro gran invento: el telégrafo.

Los buenos instructores del Radio Club City Bell así lo hicieron saber y así lo entendimos los aspirantes a radioaficionados. Más aún, el profe Tito Corda se adelantó a la pregunta que se veía venir y dijo: "Aunque les parezca obsoleta e inútil, aún en las peores circunstancias la telegrafía les va a permitir establecer una comunicación o, por lo menos, pedir auxilio. Alguien los va a escuchar".

Así entendimos el por qué de la obligación de rendir un examen de habilidad en telegrafía para después hablar por radio. Hoy por hoy, realmente, cuesta creer que en la era de los satélites y las comunicaciones, hoy que con un teléfono satelital podemos establecer contacto con regiones remotas o que simplemente conectados a Internet podemos comunicarnos con un interlocutor residente en Japón o China más rápido que lo que duraría el vuelo estratosférico anunciado por un expresidente, puede parecer una estupidez perder el tiempo aprendiendo código Morse.

Sin embargo, -y permítase la comparación- la telegrafía es como las cucarachas: podrá venir un cataclismo, un terremoto, un tsunami, una explosión atómica, pero una y otras, seguirán ahí, vivitas y coleando, siempre listas. Durante el duro terremoto de Chile y el consecuente tsunami de 2010, sólo los radioaficionados con sus obsolescencias pudieron hacer llegar los primeros llamados en pos de auxilio. Y las comunicaciones más eficientes fueron las llevadas a cabo mediante telegrafía o, como la llaman en la jerga, el "CW". Alguien emitió un S O S (auxilio), y otro alguien respondió con un Q S L (recibido), y la ayuda comenzó a organizarse.
Manipulador para práctica de telegrafía, factura casera. 

Sin embargo debemos confesar algo: transmitir CW nos costó un poco, pero más o menos lo sacamos decentemente. Ahora, recibir... Dios mío.... ni papa.

    ¿Y por qué elegimos este tema para hoy? Porque la semana pasada se cumplió un aniversario del fallecimiento de Morse y porque desde hace más de medio siglo que en City Bell hay una institución donde se enseña y se practica la telegrafía: el Radio Club City Bell que, dicho sea de paso, está a punto de iniciar un nuevo curso destinado a aspirantes a ser radioaficionados.

    A la memoria de Morse, entonces, 7-3 (“saludos” en la jerga telegráfica) y larga vida a sus inventos.
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06 abr 17




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