jueves, 31 de octubre de 2024

Racismo explícito

          Sin que le preguntara nada, Plácida necesitó que la escuchara.

 -Fui a ver a un brujo. De los buenos, ¿eh? Y le llevé la foto de mi hijo y la de la pareja de él. No, la de mi nuera, no; esa es buenecita. Pero el Chino se emputeció con esta otra chirucita y la dejó a la de él, la mamá de mis nietos.

Y el brujo me dijo que lo tiene agarrado de los pies a él. Que no le va a soltar por nada. Y yo sé que es así, porque ella es la que hizo que la dejara a la otra. Con la foto de la negra esa, la mujer de ahora, me dijo que es una turra. Entonces yo de dije que le hiciera un mal, algo malo para joderla. Ni quiero saber qué daño, pero que la joda bien jodida.

Porque encima es negra. No, no de raza como los brasileños y los franceses del Mundial, no; pero es de piel oscura y yo soy racista, sí, y los morochos no me gustan para nada.

Usted me va a decir que mi marido es negro. Pero él tiene la cara así porque es parquero y trabaja todo el día al aire libre. Pero debajo de los pelos del pecho tiene la piel blanquita, si viera.

Y a mi hijo le pasó esto porque él también es morocho. Y ahora, con 38 años, ya le agarró la pitopausia. Y seguro que es por culpa de la bruja con que se juntó. ¿A usted le parece a esa edad, ya estar pitopáusico?

         Plácida dijo todo esto en su inocultable acento paraguayo enarcando sus cejas oscuras que hacen que uno dude por un instante de la autenticidad del tono rojizo de su cabellera recogida detrás de la nuca.

 -Yo sé que está mal, pero los negros, los de piel oscura, no me gustan para nada.

          Guardé un educado y piadoso silencio, consciente y orgulloso de mi morochez evidente.

 -Así que ayer, que Maradona hubiera cumplido años, que había nacido en 1960 y tenía 60 años cuando se murió, fui y le jugué al 60. ¿Y puede creer que salió? Setenta mil, me gané. Así que le dije a mi marido que hoy no cocino, que vamos a comer afuera.

          No me animé a recordarle a Plácida que Maradona era morocho, como las cejas que coronan los ojos guaraníes de ella.

 


31 oct 24

lunes, 21 de octubre de 2024

QTE

 

             


            El código Morse –ideado por Samuel Morse en 1832- consiste en combinaciones de puntos y rayas para formar letras y palabras, muy útiles en comunicaciones mediante el telégrafo. La letra A se escribe con un punto y una raya (·-), la M con dos rayas (--), pero la Q se simboliza con dos rayas, un punto y una raya (--·-). La T es una raya (-) y la E, solamente un punto (·).

             Los telegrafistas –y más aún los radioaficionados que practican esa modalidad de comunicación- se valen de abreviaturas de tres letras en Morse para sintetizar una frase entera. Así, por ejemplo, “QTE” hace referencia a la posición geográfica de las estaciones que mantienen una comunicación. Pero sucede que, tal como se explica en el párrafo anterior, si a la letra Q (--·-) la descomponemos en dos partes, nos estaría quedando una M (--) y una A (·-).

 La chanza que suele hacerse a los operadores novicios en telegrafía es ponerlos a hacer “QTE”, con la oculta intención de que preparen y ceben MATE. QTE, un fonema que, con un poco de imaginación y buena voluntad, hasta puede sonar a guaraní.

 

 

jueves, 10 de octubre de 2024

A vos te conozco

          En la cola del banco los hombres se miraron y uno de ellos tomó la iniciativa. Saludó al otro, le preguntó cómo andaba…

          El otro respondió afable, le comentó que andaba haciendo trámites. Le preguntó por la familia, los chicos…

          Bien, dijo el otro. Por suerte, todos bien, comen y respiran, je. Comentó que también hacía unos trámites, pagando impuestos. ¿Tu gente?

         Ufff. Los chicos, grandes. Mi señora, trabajando, también. Qué se le va a hacer… Es la lucha.

         Le tocó el turno al primero; el otro, fue por la caja de al lado. Cuando terminó y salió, encontró a su interlocutor esperándolo en la vereda.

         Disculpame, pero no recuerdo de dónde te conozco…

         Empezaron a cruzar datos; colegio, barrio, trabajo, familiares, amigos… Nada. No se conocían de ningún lado, pero ninguno de los dos se animó a decirlo en el principio de la conversación. Conversación que no fue profunda, más bien de circunstancia, pero les hizo creer, por pocos minutos, que se conocían de toda la vida.

El tilo de Ramiro

         Ramiro no sale de su asombro: su casa de crianza, de la que se fue hace hace alrededor de medio siglo, fue arrasada por la piqueta. Posiblemente no se había dado cuenta de que le habían quedado recuerdos y sentimientos en los rincones de esa construcción de la década del ’50 que, remodelaciones mediante, hasta semanas atrás se veía en buen estado, mantenida, elegante.

          Sin embargo, en el rostro de Ramiro hay huellas de que cada martillazo a las paredes y el techo que tan bien conoció, le dolía a él. Justo a él, que pasados sus setenta años, le sigue poniendo el pecho al día a día.

          De eso hablábamos uno y otro, como viejos vecinos que fuimos. De repente se le iluminaron los ojos y, como quien sabe que no está vencido, que no todo está perdido, me dijo con firmeza:

 -         ¿Sabés qué? Lo que quedó en pie, lo único que no tiraron abajo, es el tilo de la vereda. Yo tenía cinco años cuando le ayudé a mi Viejo a plantarlo. Tiene casi 70 años, je…

         Y se quedó en silencio, con una sonrisa que le florecía luminosa entre el follaje de su rostro.

lunes, 23 de septiembre de 2024

Muletillas

      

Ehhh, bueno. O sea. Cuestión, quería referirme a las muletillas, ¿no? Esas apoyaturas, o sea, que reusamos al hablar, ¿no? Es decir, esteeeee, tipo esas palabritas que onda que no suman nada al contexto porque, o sea, es decir, tipo que no tienen nada que ver pero renecesitamos pronunciarlas; re. Literal, ¿está? ¿me explico?

Mismo, alguien dijo, o sea, una vez, esteeeee… tipo que si usáramos esas muletillas para caminar, nada… llegaríamos muy lejos, re. O sea, onda que no sé, ¿me explico?

Bueno, ehhh, ¿qué te iba decir? Ah, sí, claro, re. Esteeee… bueno, eso, ¿ta? Mismo o sea, nada, qué se yo, claro, a veces tipo descubren palabras que onda que re están desde hace siglos, o sea, tipo en el diccionario, ¿viste? Y tipo nunca las usaron hasta ahora y, nada, las  pronuncian cada dos frases, re. Es decir, te meten, por ejemplo, o sea, la palabra “empatía” onda como sinónimo de solidaridad, o de simpatía, o no sé, qué se yo, un decir, ¿viste? Y, o sea, “empatía” re que quiere decir, o sea, más o menos, onda “sentimiento de identificación con el otro”, ¿viste? Y ahora, ¿ta?, resulta, cuestión, o sea, que todos te piden, o sea, que seas empático. Qué se yo.

Bueno, eso. Re quería ser onda sintético, tipo claro, ¿me explico? Obvio, sí, más vale. Que me entiendas, que re tengas empatía.  Literal, ¿sí?

Abrazos

En la escuela primaria aprendimos que el Abrazo de Yatasto entre los dos próceres máximos de la Independencia, había tenido una significación trascendental. Tal vez no nos quedaba muy claro de qué se trataba, pero no nos lo enseñaban como un encuentro, una conversación, un compromiso. Era un abrazo.

Cincuenta años atrás, con mis amigos adolescentes nos saludábamos con un apretón de manos o un abrazo; nada de besos entre los varones.

Durante la pandemia por Covid, con las reglas de la distancia social, del no contacto físico, una de las cosas que más me costó fue el abrazo reprimido. Por alguna razón, socialmente hablando el abrazo me significa mucho más que un  beso.

“Abrazo de oso” suele decirse o escribirse a modo de saludo. “Abrazo rompecostillas”, escuché decir entre colegas radioaficionados. Ambas expresiones hablan de la intensidad que encierra el abrazo.

El abrazo físico implica conexión, cercanía, refiere poner mi corazón junto al tuyo y hacerlos latir el uno contra el otro. El apretón de manos se complementa con la mirada cara a cara, con las miradas que se entrecruzan. El abrazo, ante la imposibilidad de mirarse mutuamente, vuelca su sentimiento en ese estrecharse de torsos, en sujetar o palmear la espalda o el hombro para transmitir el sentimiento de afecto.

En esos brazos que estrechan va el alma misma, sincera, abierta, plena. La vida misma en un abrazo.

sábado, 21 de septiembre de 2024

Patitos

 


Desde el portón del fondo del taller, el mecánico lo veía a menudo: un rubiecito de menos de cuatro años caminaba media cuadra, sentaba a la sombra de un paraíso de la vereda de enfrente, junto a la calle cortada, y compartía con ellos pellizcos de pan, o granos de maíz, o alguna otra cosa que picoteaban con ansias.

 Una mañana la portada del diario dio cuenta de la desaparición de una profesora. Separada de su esposo, quien vivía con sus hijos a cincuenta metros del taller mecánico, se había mudado a unas veinte cuadras de allí. La noche de su desaparición su hijo más chico estaba con ella. Lo encontraron los vecinos en la madrugada, llorando en la vereda, sin nadie que lo cuidara.

 En pocos días la desaparición de la profesora mutó en crimen, y su exesposo, en sospechoso. La prensa amarillista hizo guardia permanente en la puerta de su casa y desde un techo lindero mostró el jardín posterior de la vivienda, ahora deshabitada. Llamó la atención media docena de patitos hambrientos. El mecánico cayó en la cuenta: hacía varios días que no veía al rubiecito y sus mascotas a la sombra del paraíso.    

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