sábado, 21 de septiembre de 2024

Patitos

 


Desde el portón del fondo del taller, el mecánico lo veía a menudo: un rubiecito de menos de cuatro años caminaba media cuadra, sentaba a la sombra de un paraíso de la vereda de enfrente, junto a la calle cortada, y compartía con ellos pellizcos de pan, o granos de maíz, o alguna otra cosa que picoteaban con ansias.

 Una mañana la portada del diario dio cuenta de la desaparición de una profesora. Separada de su esposo, quien vivía con sus hijos a cincuenta metros del taller mecánico, se había mudado a unas veinte cuadras de allí. La noche de su desaparición su hijo más chico estaba con ella. Lo encontraron los vecinos en la madrugada, llorando en la vereda, sin nadie que lo cuidara.

 En pocos días la desaparición de la profesora mutó en crimen, y su exesposo, en sospechoso. La prensa amarillista hizo guardia permanente en la puerta de su casa y desde un techo lindero mostró el jardín posterior de la vivienda, ahora deshabitada. Llamó la atención media docena de patitos hambrientos. El mecánico cayó en la cuenta: hacía varios días que no veía al rubiecito y sus mascotas a la sombra del paraíso.    

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