En la escuela primaria aprendimos que el Abrazo de Yatasto entre los dos próceres máximos de la Independencia, había tenido una significación trascendental. Tal vez no nos quedaba muy claro de qué se trataba, pero no nos lo enseñaban como un encuentro, una conversación, un compromiso. Era un abrazo.
Cincuenta años atrás, con mis amigos adolescentes nos saludábamos con un apretón de manos o un abrazo; nada de besos entre los varones.Durante la pandemia por Covid, con las reglas de la distancia social, del no contacto físico, una de las cosas que más me costó fue el abrazo reprimido. Por alguna razón, socialmente hablando el abrazo me significa mucho más que un beso.
“Abrazo de oso” suele decirse o escribirse a modo de saludo. “Abrazo rompecostillas”, escuché decir entre colegas radioaficionados. Ambas expresiones hablan de la intensidad que encierra el abrazo.
El abrazo físico implica conexión, cercanía, refiere poner mi corazón junto al tuyo y hacerlos latir el uno contra el otro. El apretón de manos se complementa con la mirada cara a cara, con las miradas que se entrecruzan. El abrazo, ante la imposibilidad de mirarse mutuamente, vuelca su sentimiento en ese estrecharse de torsos, en sujetar o palmear la espalda o el hombro para transmitir el sentimiento de afecto.
En esos brazos
que estrechan va el alma misma, sincera, abierta, plena. La vida misma en un
abrazo.
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