jueves, 19 de mayo de 2022
viernes, 22 de abril de 2022
La mano de Alejando
Lo cierto es que Alejandro es un muy buen tipo y tiene
algunos de mis libros. “Mate en mano” lo recibió hace pocas semanas.
Precisamente me dio una mano para hacerlo –literalmente hablando- porque
es su mano la que aparece en la foto de la página 35 y que publico acá
en su encuadre y colores originales.
Tipo de no hablar sin necesidad,
porque sí, no había hecho referencia al texto las dos o tres veces en
que nos volvimos a ver. Esta mañana había recogido lo que había ido a
buscar a la oficina donde trabajo los martes. Se iba y volvió sobre sus
pasos. Desde atrás del barbijo se animó: “Tengo algo que decirte. Hace
mucho que te lo quería decir y no me animaba y ahora sé por qué: tenés
una muy buena prosa”. Me puse colorado. “Me gusta lo que escribís y cómo
decís las cosas, pero no podía decírtelo porque no sabía el por qué me
gustaba, y ahora lo sé: escribís con la respiración. Uno te lee y la
lectura va acompañada del ritmo de la respiración. Por eso me gusta
tanto”.
Atiné a agradecerle sus palabras. Jamás había relacionado la escritura con el acto de respirar. Me dejó sin respiración.
Con un teléfono en el ojal
Chau teléfono, chau
Viejos mirando hacia el este
Aunque no lo veíamos, del otro lado del Plata estaba Uruguay. El río tranquilo, el horizonte recortado en el perfil de la larga hilera de cargueros aguardando su entrada a puerto. Una escena propia para saborear unos mates mientras Laura tomaba su consabido té.
Un Renault Clío gris se estacionó justo en medio, como un gato que se instala delante del televisor. Podría decir que bajó un matrimonio mayor, orillantes de las siete décadas, pero por el carácter áspero perceptible prefiero definirlos, lisa y llanamente, como viejos.
El hombre abrió el baúl, sacó dos sillones plegables y una mesa de patas rebatibles sobre la cual apoyó una caja metálica de color gris verdoso. Desplegó los sillones y con ayuda de su esposa buscó un área pareja del terreno: las ondulaciones hacían difícil la estabilidad de mesa y asientos.
Luego abrió una puerta trasera del auto, se sentó con sus pálidas piernas delgadas hacia afuera y se quitó prolijamente las zapatillas y las medias para calzarse un par de ojotas. Llevaba puesto además un bermudas de tela de vaquero, un buzo sobre una remera y una gorra con visera que parecía más un quepis militar.
De la caja rectangular sacó un plato, cubiertos y un vaso metálico. Cortó algo adentro del recipiente –queso o fiambre- y lo sirvió sobre el plato mientras la mujer buscaba estabilidad para su sillón que amenazaba tumbarse con ella arriba.
La señora trajo de auto un bolso matero decorado con el escudo de Racing Club. Sacó un termo, un mate con su bombilla y un tarro yerbero, también decorado en blanco y celeste y una bolsita con un cuarto kilo de pepas. En tanto, el hombre extrajo del baúl del auto una botella de cerveza Palermo transpirada, la destapó con el cuchillo y llenó el vaso haciendo caso omiso a las tribulaciones de la mujer y su silla. No intercambiaron palabra o, por lo menos, nada audible. Sólo miraban al río.
La señora colocó la bombilla en el mate y luego la yerba, toda una aberración para mí. “¿¡Quién le enseñó a preparar el mate!? ¡Primero la yerba, luego un poco de agua y después la bombilla! ¡Qué barbaridad!”, dije, comentando mi horror a Laura. Y faltaba lo peor: un sobrecito de edulcorante que vació en el mate.
Para mí fue el límite. Sentí que me quemaba el pecho y vi dos manchas verdosas se impregnaron en mi remera.
Viejos de porquería, mirá lo que me hicieron hacer: volcar mi mate. ¿Será posible?
sábado, 25 de diciembre de 2021
Luciano se ilusiona
Luciano-Lucho- lucha y se ilusiona. Drama para la madre: roto el tarro lo reta a la tarde rotando en el patio. Patea en patas. Grita como tigre, roe como reo un pan sin pena.
Lleva la llave del candado encantado. Nada anda. Usa sierra y el cierre cede. Abre la obra. Basta un bastidor para el vasto dibujo debajo del dintel, con pincel.
Poco lo copa. Ni el traje que trajo: se saca el saco en la parra que raspa y ve al perro reptar y trepar como una tropa. Lo atrapa.
Toma té y no tomate, Tomás. Meta mate tras la mata teme un timo, un tema todo dotado de data. Mató vino, no vid sino su jugo, un jugo desgajado y jade, verde de verdad.
Deja de beber: ya no es el bebé de Beba, la madre que rota y lo reta por el tarro roto en el patio mientras patea en patas.
Es Luciano, Lucho, que lucha y se ilusiona con la luz azul, a su lado, como duende, donde sea. Se ilusiona Luciano, lucha Lucho, y mucho. Macho.
Se aman; amanecen amasando. Tratan tantas tartas tartufas... De un bote lleva botellas. Baña el rebaño de patos que topa callando en la calle Callao. Calla el colla, tapa el tape, pucherea el mapuche, días de guita al diaguita. Puertea el porteño al platense con plata: pleito en la platea.
El tribunal en la tribuna arbitra sobre el vitral. Trasviste la tribu el buitre. Tres viejos con trebejos peinan naipes ahora. Es hora. Roja la jarra rajada, besan el vaso con sonrisa resinosa, re sanos. No rezan. Copan la copa, rascan la tarasca, a casa cortan el tranco, el tronco es corto, lo saltan altos pobres probos. Prueban.
Llega el gallego a su casa sin saco ni caso. Del tano notan su ausencia en esencia. Hay zurra al ruso y el turco terco cortó de manga. Mongo. Felipe perfila y zafa con farsa.
Algo olisquea el galgo de Olga. De Ema y de Ana hay algo que emana esta semana; es maná. Lando orla y decora: está orlando en lo de Cora mientras silba Ana, Silvana, y Alejo de aleja.
Rapé, el perro canela, anhela pero espera pera y durazno; es asno; duro. Bala y se lava la oveja vieja. Chilla el cuchillo por tener tenedor como si escuchara la cuchara. Cava la vaca y el toro atorado levita. Lo evita Evita.
sábado, 31 de julio de 2021
Comienza agosto
Pocas plantas deben tener una carga simbólica y de creencias como la ruda. Que trae buena o mala suerte según de qué lado de la puerta se la plante; que si se seca es porque alguien que visitó el hogar traía muy mala energía que afectó a la ruda, que macho, que hembra, que guaraníes, incas, mapuches… Lo único casi indiscutible acerca de este vegetal debe ser su olor penetrante, entre dulce y amargo si es que los aromas y las fragancias pueden calificarse como los sabores.
Algo de todo eso debe ser cierto, dado que forma parte inseparable del folklore y la religiosidad sudamericanos, particularmente del litoral argentino y sus alrededores. Y lo curioso es que la especie no es originaria de aquí sino del Mediterráneo y el sudoeste de Asia y ha llegado a nosotros con los aventureros españoles y sus sucesores los inmigrantes. Ahora entiendo que mis abuelos calabreses tuvieran un ejemplar a cada lado del portoncito verde del frente y alguno que otro en el patio y la quinta del fondo.El otro mito es si la que tiene mejores dotes es la ruda macho o la hembra. Todo un problema a desmitificar: no hay ruda de uno u otro sexo. Todas son hermafroditas y son más de sesenta las variedades de ruda; la llamada por nosotros “macho” es Ruta chalepensis y la “hembra”, Ruta graveolans, ambas con órganos masculinos y femeninos en un mismo ejemplar, sólo que son diferentes especies.
En la página web de la Secretaría de Cultura de la Nación se le reconoce múltiples propiedades medicinales contra parásitos y malestares gastrointestinales, además de su uso para calmar el ardor y la irritación de picaduras de bichos y alimañas. En realidad, aclara, eso sostiene la tradición guaraní.
No queda claro si la combinación de hojas de ruda con caña es una iniciativa local; lo cierto es que muchos inmigrantes europeos preparan un brebaje similar macerando hojas de esta planta en grapa o ginebra, y si bien no lo ofrendan a la Pachamama (Madre Tierra para nuestras culturas precolombinas), lo beben en la certeza (o la esperanza, o la ilusión) de asegurarse buena salud para los meses venideros.
El pueblo guaraní dedica el primer día de agosto en honrar a la Madre Tierra y en su honor cumplen una serie de ritos que incluye tomar caña con hojas de ruda y dejan caer un chorrito sobre la tierra, un gesto que encierra el significado de compartirlo con ella. El acto lleva consigo la gratitud por las cosechas y la cría de ganado durante el año precedente como así también pedir prosperidad para el tiempo que viene. Además y por sobre todo, salud, que lo demás va y viene.
Hace algunos años un querido amigo –de sangre italiana por donde se lo mirara- me instó a compartir el ritual cada 1º de agosto. No tuvo éxito: la ruda había tenido mala prensa en mi vida y nunca me sedujo demasiado la bebida alcohólica; mucho menos si es blanca.
Pero ese día de 2019 paseaba por Bella Vista, Corrientes, y en un comercio dedicado a la compraventa de objetos usados me invitaron con una medida de caña con ruda (se sirve el líquido, las ramitas quedan en la botella). Los caballeros me explicaron su significado y entendí que ellos, aún seres manifiestamente urbanos, se habían preparado especialmente para la fecha y querían compartir conmigo el espíritu guaraní que merodeaba la ciudad y el almanaque.
Rechazar el convite habría sido, más que una descortesía, un desprecio y una falta de respeto. Bebí y brindé con ellos y salí del comercio convencido de que no podía volver a mi pueblo sin una petaquita de rudacaña (la caña con ruda), que conseguí comprar en no recuerdo qué lugar y que luego regalé a algún familiar.
En 2020, plena pandemia pero creído aún de que pasaría pronto, compré mi plantita de ruda y mi botella de caña Legui. La preparé y el primer día de agosto tomé mis traguitos. No me importó si tres, siete o fondo blanco (las recetas difieren). Tampoco lo hice en ayunas (tomo medicamentos que requieren ser ingeridos en esa condición y no me pareció oportuno sumar a ellos el elixir milenario), pero sí lo hice pensando en los siglos de los siglos durante los cuales tanta gente sabia de cómo vivir menos contaminado, viene cumpliendo el ritual cada vez que termina el mes de julio.
Tengo la sospecha de que algo está pasando –bueno o malo, no lo sé- que hace que viejas y ancestrales costumbres se vuelvan a instalar entre nosotros. No estoy diciendo que cada 1º de agosto, cuando empino mi medida de caña con ruda lo hago en adoración de nadie. Sólo que, como cuando preparo, convido y tomo mate, siento que hago algo que me acerca a todos aquellos que agradecen lo vivido y disfrutan de lo mucho que vendrá.
31 jul 21