Tomar caña con ruda el primer día de agosto es algo así como vacunarse contra todo lo que venga. Es, también, un acto de gratitud. Por alguna razón este ritual arcano en el tiempo va penetrando poco a poco la cultura urbana de este tercer milenio, adaptándose a las personas y las circunstancias porque, como el mate, es mucho más que beber y tragar.
En lo personal me rehusé durante mucho tiempo a la invitación de un amigo para chinchinear con él un vasito de caña cada invierno: nunca me atrajo demasiado ninguna bebida alcohólica y hoy por hoy es casi veneno para mi hígado herido y susceptible.
En 2019, el 1º de agosto estábamos con Laura en Bella Vista, Corrientes, y mientras revolvíamos en una compraventa buscando una antigüedad para su hermano Pablo –cumple años ese día y le gusta el rubro-, los dueños del comercio nos preguntaron si ya habíamos tomado nuestra medida de caña con ruda. Enterados de que no, sirvieron dos vasos del brebaje y nos convidaron.El pueblo correntino es muy respetuoso de sus mayores y sus tradiciones. Descendientes de la cultura guaraní –aún muy presente en el Gran Chaco y el Litoral, además de Paraguay y el sur de Brasil- cultivan una religiosidad de tinte mariano (Nuestra Señora del Carmen y la Virgen de Itatí, fundamentalmente) enlazada con la popular donde además de los llamados “santos populares” como Antonio Gil, son fervorosos creyentes en la Madre Tierra o Pachamama, nombre que nos ha llegado del quechua con ese significado.
Lo cierto es que desde tiempo inmemorial los descendientes de los pobladores precolombinos –fundamentalmente del noroeste y el litoral argentinos- cada 1º de agosto rinden culto a la tierra que les da alimento, les permite cultivar y criar sus animales, les da casa y cobijo; y le agradecen lo recibido en los últimos doce meses al tiempo que piden prosperidad y, sobretodo, salud para el año siguiente.
Dicen que hay que tomarla en ayunas para limpiar el alma y el organismo, en tres sorbos (o siete, dicen otros) o, mejor, de un trago, aunque también se aconseja dejar caer un chorrito sobre la tierra, para la Pachamama.
La ruda tiene muchas aplicaciones medicinales y también está rodeada de creencias y leyendas vinculadas a la buena o mala fortuna de la familia que la plante junto a la puerta de su hogar. Macerada por buen tiempo en caña (de 15 días a un año varían las recomendaciones) en una botella de vidrio bien tapada irá perdiendo color con el correr de los meses al tiempo que la bebida tomará una tonalidad amarillo ámbar.
Si el mate consumido pasara a las venas, podría decir que tengo sangre guaraní en abundancia, pero dudo que sea así. Lo cierto es que me animaría a decir que quienes nos convidaron caña con ruda –“rudacaña” le dicen popularmente, aunque puede usarse grapa o ginebra para prepararla- lo hicieron con cierta unción, con devoción y respeto por el momento que compartíamos, y ahí entendí por dónde iba la cosa.
No se trata de superstición; no es tomarse una “birrita” ni adorar a la Pachamama (al menos en mi caso). Es mucho más que encenderle una vela a un santo pero no equivale tampoco a un sacramento. Ni siquiera es, para mí, una manera de sentir que estaré más o menos protegido particularmente en materia de salud, aunque mal no vendría en los tiempos coronavirósicos que corren. Lo hice por mi voluntad en 2020 y lo haré este año: a mi manera, busco acompañar el respeto ancestral por la tierra, la cultura y las tradiciones de quienes por milenios caminaron y habitaron esta tierra. A su salud y la nuestra, chamigos.
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