jueves, 15 de agosto de 2024

Los mates nunca mueren


Los mates nunca mueren. Llega un momento de su existencia, claro, en el que por su cansancio deben llamarse a reposo. Pero los mates, sean del material que sean, no se descartan, no se tiran. ¿Por qué?

 

Porque el mate siempre se comparte aún cuando el que lo toma está solo. Porque si el mate no es motivo de agasajo, si no es compartido entre dos o más personas, a menudo el matero solitario lo toma para saciar su apetito pero también para hacerse compañía. Y cuando es compartido es siempre sinónimo de bienvenida.

 

Dicen que en su interior conserva ruedas de amigos conversando, paisajes y caminos recorridos, gente trabajando; el devenir de las olas del mar, el arrullo de un arroyo, el canto de los pájaros, los perros ladrando en la lejanía, el silencio de las largas noches, el frufrú de las copas de los árboles al menearse... Todo eso anida en su corazón.

 

Porque los mates usados son portadores de vida. Cada uno de ellos, en cada cebadura, transmitió la emoción de la amistad, como un abrazo. Pequeñeces, tristezas, problemas, alegrías, sueños, proyectos, decisiones, afectos; todo eso se mezcló con el agua y la yerba a lo largo de la vida útil de cada mate.

 

Vacíos y estériles, nos muestran por dentro y por fuera las marcas del tiempo, del uso, del migrar constantemente de una mano a otra, acompañando la vida de sus antiguos dueños y convidados. No están vacíos, están llenos de espumosa historia.

 

lunes, 12 de agosto de 2024

Rita reta a Rito

     Rito torra de a ratos. Rita lo reta, lo trata de rata, de turro. Repta Rito en la tierra, se arrastra en tórrido terreno, repta y rota a la torre; roto el tarro -tirria y arrebato-, trota con treta y un tanto de resto. Traga en ritual tarta tartufa; trémulo, trae el catre, Rito atorrante. Rita está harta.

martes, 6 de agosto de 2024

Problemas

         De un antiguo programa de radio nos viene aquello de tener más problemas que los Pérez García. Quien más, quien menos, no existe persona a la que en el día a día no se le aparezca un inconveniente, un problema, un contratiempo que altere su anhelada tranquilidad.

          Un compromiso ineludible, una noticia desagradable, cuestiones familiares, laborales, económicas, de salud, todo puede ser caratulado de “problema”.

          Es que todos tenemos problemas -¿a qué negarlo?-, a todos nos suceden cosas que a menudo superan nuestra propia capacidad de enfrentarlos, de resolverlos. Al punto tal que, a veces, nos sentimos morir. De eso hablábamos días atrás con nuestra amiga, “la Tana”, quien acodada en la cabecera de la mesa suspiró largo antes de reflexionar:

“Me pasan tantas cosas que el día que me muera no voy a poder ir a mi velorio”.

 No poder cumplir con nuestro propio velorio porque tuvimos un imprevisto cuando nos tocaba morir, no sería en sí mismo un problema, después de todo.

 

lunes, 5 de agosto de 2024

Daikiri

          La cita era en una filial bancaria del centro platense para concretar en un mismo acto la compraventa de dos propiedades, dólares en efectivo. Loncho vendía su casa a un matrimonio al tiempo que compraba un departamento amueblado en Pinamar a una tercera persona.

         “Traten de no llamar mucho la atención, es mucha plata”, advirtió Loncho, temeroso. Si quería pasar desapercibido en un banco en hora pico atestado de empleados y clientes, Loncho no tuvo en cuenta que un traje color manteca con corbata y pañuelo sobresaliente en el bolsillo de arriba no era la mejor elección, pero se fue vestido así y nada malo sucedió.

         Escribanos y martilleros de por medio, se leyó la documentación, se entregó el dinero y cuando estaba a punto de estampar la firma que lo convertía en propietario del deseado departamento equipado en la Costa, Loncho preguntó: “Pará, ¿hay licuadora en el depto?”. La vendedora dudó, pero acabó diciendo que sí.

“Ah, porque si no, no lo compro. ¿Con qué hago los daikiri, si no?”.

         Loncho rubricó la escritura, todos respiraron hondo, y él se fue con su traje casi blanco, saboreando de antemano unos licuados de ron con fruta y hielo. Mucho hielo, bien licuado.

 


martes, 16 de julio de 2024

Cuerpo a tierra


          “Quierda, quierda, quierdaderechiquierda; re-doblado. Aaal-to. Soldados: la rotura de marcha se realiza con el pies izquierdo. ¿Tamo? Carrera march, cuerpo a tierra. Carrera march”.

          El cabo Baigorria (podía haber sido Torres o cualquiera de los otros) instruía a la tropa a su cargo  acerca del ejercicio de marcha. El suboficial, cordobés hasta las tripas, arrastraba inevitablemente las “r”; además, agregaba una “s” sobrante a “pie” y hablaba de “rotura” en lugar del tecnicismo “ruptura”. Y todo acababa con baile: cuerpo a tierra, carrera march, cuerpo a tierra.

          Creo que jamás en mi vida me había tirado cuerpo a tierra antes del servicio militar. Nunca tuve –ni tengo- agilidad ni plasticidad para el movimiento físico. Por lo tanto la simple perspectiva de lanzarme al suelo panza abajo como parte de una rutina cotidiana era en sí misma un desafío supremo para mí, y eso significaba que debía poner toda mi energía en ese simple acto. Sobre cardos espinosos, sobre pastos escarchados o sobre el cemento ardiente de la plaza de armas bajo un mediodía de verano, me zambullía de cara y pecho al piso poniendo las manos abiertas para frenar el impacto al ritmo del silbato o la voz de mi superior.

          Oficiales y suboficiales, y aún mis compañeros de colimba, se sorprendían de mi aplicación a la hora de hacer cuerpo a tierra. Me decían que estaba loco, que por qué me tiraba así, tan efusivo. No iba a revelarles que de todas las exigencias que implicaba la conscripción, era la que más me costaba y que sabía que hacerle frente sin pensar, me permitía disimular mi inutilidad para todas las otras actividades militares a las que también estaba obligado a enfrentar.

          Mientras estuve bajo bandera y más aún después de ello, el cuerpo a tierra se convirtió en símbolo de dificultad, de desafío a vencer. ¿Problemas laborales? Es hacer cuerpo a tierra. ¿Necesito un implante de cadera? Cuerpo a tierra. ¿Se incendió parte de la casa? Cuerpo a tierra.

          Cada día se presenta con dificultades que son desafíos que tarde o temprano tendré que superar. Cada nuevo día es un cuerpo a tierra al que ineludiblemente me deberé tirar.

sábado, 15 de junio de 2024

Como una flor

 


Ni Fabio Zerpa lo hubiese creído. El tipo estaba mirando las estrellas del cielo, oteando el infinito en alarde de su curiosa curiosidad. Algo lo encegueció de repente, otro algo lo ensordeció y un algo más lo sacudió en su generosa humanidad. Cuando se repuso, constató que el corazón aún le palpitaba. Y vio a su lado un nuevo objeto de su curiosidad.

“Linda piedra para el jardín”, pensó, pero comprendió que no era nada inanimado. Chiquito, negro, delgado, con ojos de noche estrellada (de allí había provenido), pero por sobre todo inquieto e inquisidor era eso con apodo de hormiga y había llegado a su lado –lo presentía- para nunca más despegarse de él. 

Comprendió que la taba estaba echada y que como cayó, quedó. Amigo de los desafíos, sabía que no querría una vuelta atrás. Que no se bajaría del escenario hasta que cayera el telón final. Que no conocía el libreto, pero que le gustaba el papel y también su partenaire.

 Pasaron muchos años pero la curiosidad sigue intacta. Y aunque finalmente no era una piedra sino una hermosa mujer, decidió ponerla en su jardín interior. Al fin y al cabo, no desentona –ni mucho menos- entre las flores.

 

 

 

Infancias

 

         Si no somos como niños –dice el Evangelio- nunca entraremos al Reino de los Cielos; los únicos privilegiados –dijo un general- son los niños. Todos llevamos un niño en un rincón del corazón –y esto no lo dijo ningún cardiólogo- al tiempo que los niños son la esperanza del mundo. Acerca de los niños, evidentemente, podríamos hablar largo y tendido. Niño bien, pretencioso y engrupido –dice el tango- y acá las cosas cambian de color.

          La infancia –oímos comentar - es como los impuestos de emergencia: uno sabe cuándo empieza, pero nunca se sabe muy bien cuándo y dónde termina. Varias décadas atrás, por lo menos, se sabía que la cosa se relacionaba con el estreno de los pantalones largos, pero nunca quedó muy claro qué cosa era consecuencia de cuál.

          Lo que queda claro, entonces, es que toda infancia tiene una época, y que cada época tiene su infancia. Y los chicos –nuestros hijos- son, de algún modo, nuestra propia proyección, nuestro reservorio de ilusiones y esperanzas, semillero de ideales. Que nadie nos quite la niñez, al fin y al cabo, que fue el comienzo de nuestra historia, esta que transitamos siendo adultos, añorando aquel tiempo de la infancia, cuando éramos simplemente niños.

 

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