lunes, 5 de agosto de 2024

Daikiri

          La cita era en una filial bancaria del centro platense para concretar en un mismo acto la compraventa de dos propiedades, dólares en efectivo. Loncho vendía su casa a un matrimonio al tiempo que compraba un departamento amueblado en Pinamar a una tercera persona.

         “Traten de no llamar mucho la atención, es mucha plata”, advirtió Loncho, temeroso. Si quería pasar desapercibido en un banco en hora pico atestado de empleados y clientes, Loncho no tuvo en cuenta que un traje color manteca con corbata y pañuelo sobresaliente en el bolsillo de arriba no era la mejor elección, pero se fue vestido así y nada malo sucedió.

         Escribanos y martilleros de por medio, se leyó la documentación, se entregó el dinero y cuando estaba a punto de estampar la firma que lo convertía en propietario del deseado departamento equipado en la Costa, Loncho preguntó: “Pará, ¿hay licuadora en el depto?”. La vendedora dudó, pero acabó diciendo que sí.

“Ah, porque si no, no lo compro. ¿Con qué hago los daikiri, si no?”.

         Loncho rubricó la escritura, todos respiraron hondo, y él se fue con su traje casi blanco, saboreando de antemano unos licuados de ron con fruta y hielo. Mucho hielo, bien licuado.

 


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