lunes, 20 de enero de 2020

El canto eterno del Chalchalero

Motivado por la muerte de Juan Carlos Saravia acaecida días pasados, recordé una engtrevista que le hice en marzo de 2000 para la revista Todo María. Fue en su casa de Buenos Aires y recuerdo que mientras charlábamos fueron llegando los otros tres integrantes: su hijo Facundo, Polo Román y Pancho Figueroa, quienes tras el saludo de rigor, uno a uno enfilaron hacia algún ambiente de la casa. Cuando empiezo a escuhar acordes y rasguidos de guitarra, Saravia me dice que en un rato comenzba un ensayo. Le comenté que me sorprendía que ensayaran en su casa. Y me respondió, con naturalidad y simpleza: "Es que nosotros no somos profesionales, somos cantores, nomás". 

Febrero/marzo de 1981. Los Chalchaleros en el Festival de Folklore de City Bell.
Lo que sigue es el texto de aquel reportaje aparecido en la mencionada revista católica.


EL REZO DEL CHALCHALERO


Como para comprobar que la fe y la riqueza interior van más allá de la fama y los escenarios, Juan Carlos Saravia –referente del conjunto folklórico “Los Chalchaleros”- se reconoce como una persona “muy mariana

“Yo siempre he sido muy mariano, devoto de la Virgen del Perpetuo Socorro, que está el la iglesia de San Alfonso, en Salta –relata a Todo María-. Es la única Virgen que tiene la escolta de los Gauchos de Güemes, que salen montados haciéndole la escolta. Me hice devoto además de la Virgen del Milagro, por supuesto, de la Virgen de San Nicolás. Hemos tenido la dicha de conocerla a Gladys (Motta) que es la vidente. En cuanto nos recibió mi mujer se puso a llorar. Hacía dos o tres días que había terminado la Semana Santa y nos mostró los estigmas que le estaban ya cicatrizando en la muñeca. El Padre Pío los tenía en las manos, pero Gladys los tiene en las muñecas y las heridas en los pies y en el costado, que le sangran y duelen mucho en esos dos o tres días”.

Señor y Virgen del Milagro.
A mediados de septiembre Saravia estuvo en su Salta natal, con el único objetivo de participar de la Fiesta del Señor y la Virgen del Milagro. “Tiene una historia muy curiosa esta fiesta. Hace 407 años, el obispo que funda Salta, cuando vuelve a España dice que va a mandar un Cristo para Salta y una imagen de la Virgen para Córdoba. Lo curioso del caso es que las cajas trayendo estas dos imágenes llegan por el Pacífico y llegan flotando, sin ninguna noticia de naufragio, al puerto de El Callao, en Perú. La gente, con gran devoción lleva en hombros al Cristo y a la Virgen en peregrinación: iban de un pueblo hasta el otro, salía la gente de ese pueblo hasta el que seguía y los otros se volvían a sus casas; y llega el Cristo a Salta. El cura resuelve dejarlo en la sacristía con la promesa de hacerle un altar especial. Queda ahí, se lo olvida, y tres días antes de cumplirse cien años de la llegada del Cristo a Salta empiezan unos terremotos tan espantosos que se hunden algunos pueblos y algunas ciudades como Esteco, que está a casi 130 kilómetros de la capital. Salta temblaba todo el día, con distinta intensidad. Un sacerdote que pasa por delante de la Virgen -que es de porcelana o yeso- ve que la imagen está en el suelo, a los pies del Cristo. La vuelve a poner en su nicho y con los temblores, al rato la Virgen otra vez a los pies del Cristo y sin romperse. Como a la cuarta o quinta vez, el sacerdote dice que debe ser un mensaje para que lo saquen a la calle al Cristo. Lo sacan y se tranquilizan los terremotos hasta siempre. Entonces la gente toma la devoción por el Cristo y la Virgen del Milagro”.
La fiesta dura diez días, incluida una novena. Tanto es el fervor de los salteños por el Señor y la Virgen del Milagro que se han olvidado de sus verdaderos patronos, los santos Santiago y Felipe. “Pero como hace trescientos años que el patrón es el Señor del Milagro, la gente ni sabe quiénes son los patronos, que fueron suplantados por el Cristo del Milagro y la Virgen del Milagro. Por eso yo siempre digo que en Salta tenemos de patrono a Dios, no andamos con macanas”, acota el folklorista.
Como ocurre con muchas devociones, llega un momento en que se va olvidando un poco, hasta que un nuevo temblor en 1948 hace recapacitar al pueblo. “La catedral se llena otra vez de gente que no le tiene miedo a los terremotos, va a donde está el Cristo y se queda con la tranquilidad maravillosa de toda la vida” agrega el Chalchalero.
“La fiesta del Milagro tiene una maravilla que es que en esos diez días toda la población está equiparada. No hay ninguna diferencia ni económica, ni social, de nada. Toda la gente va y reza y se codea y empuja porque antes que nada está el Cristo. Hay que verla a la procesión porque es una maravilla. Yo calculo que habrán ido entre quinientas y seiscientas mil personas. Lo que se le pide, lo que se le agradece, lo que representa para todo el pueblo de Salta es algo que hay que vivirlo”.
            Hacía 21 años que por compromisos artísticos Juan Carlos no iba a la Fiesta. “Y este año dije ‘tengo que estar ahí con mi patrono’. Y es una maravilla; es el único lugar donde no hay ningún tipo de preferencia, que porque yo sea cantor voy a tener mejor ubicación dentro de la iglesia o alguien me va a dejar pasar. Nada. Ahí nos codeamos, dejamos pasar al que puede pasar, pero somos una sola persona devota y no importa quién es: si es doctor, abogado, si es peón, lo que sea”.
Salta lo tuvo de gobernador al Señor del Milagro y figura en un libro de Antonio Zinny sobre gobernadores argentinos. En el siglo pasado, don José María Todd era el gobernador y le avisan que tropas tucumanas invaden el sur de la provincia. “Él sabía que el vicegobernador le quería ocupar el puesto, entonces antes de partir con las milicias hace sacar la imagen del Cristo de la catedral hasta la puerta para que bendiga las tropas y ante escribano público le deposita el bastón del mando en los pies del Cristo y lo nombra Gobernador –continúa el Chalchalero-. Vuelve a los veinte días y retoma el mando. Como lo nombró gobernador ante escribano público figura como tal y la crónica policial relata que es la época en que menos delitos hubo en la provincia. La gente le tiene tal devoción y tal respeto al Señor del Milagro”.

 “Las madres de todos los salteños -y mi madre- cada vez que uno se va de Salta dicen `hijito, andá a despedirte del Señor del Milagro’, y uno tiene que ir a rezarle un Padrenuestro aunque sea y contarle que uno se va. Y cuando uno llega, la madre empieza ‘hijito, andá a saludarle al Señor del Milagro’. Lamentablemente mis hijos ya se han criado aquí (en Buenos Aires), pero yo les voy contando para que ellos vayan sabiendo lo maravilloso que es esto de estar con la fe latiente constantemente”.
La fe es cosa seria para Saravia y, a la vez, algo sumamente sencillo. "Yo siempre digo que el hombre que vive sin fe es el hombre que está perdido en esa maraña de no saber qué es, quién es, adónde va. La fe es maravillosa. Por ejemplo, cuando nos casamos –me casé de 22 años- con mi mujer tuvimos un niño y al año se nos murió de un virus, la púrpura. A los cinco meses nace la segunda hija, y al año viene la epidemia de parálisis infantil y también le agarra a ella. Me rebelé un poco, porque en un examen de conciencia dije ‘tan malo no soy como para que me toquen estas cosas’. Después comprendí que son angelitos que han ido y son los que protegen a toda mi familia. Yo asumí que son los ángeles de la guarda de sus hermanos. Así que todas las mañanas les pego una rezada y comprendí que estos chicos se murieron por llamados de Dios para que entendiese yo que no todo es tan lecho de rosas en la vida, que tiene que haber montones de altibajos y me hace comprender que todo lo que sucede en la vida hay que vivirlo y sentirlo. Todas esas cosas que en su momento son muy serias, muy bravas, se borran con la primera alegría que nos dan. No se borran definitivamente; se borra ese momento y queda como un recuerdo muy hermoso lo que fue”.

Desde la fe el cantor tiene un mensaje claro para la juventud: “Lo que les puedo decir a los chicos es que la vida es muy cortita. Que se animen a afrontarla, que no tengan esos temores espantosos de tratar de buscar a través de un estimulante o de alguna cosa para no sufrirla. Hay que sufrir la vida; es muy corta y llena de sufrimientos. Pero también llena de alegría. La alegría que nos da la esperanza, la fe, y creer que uno está en manos de Tata Dios”.

“Yo creo que perdurar cincuenta años es un milagro de Dios. Lo más patente que me pasa a mí es saber que esto no es por la obra de cuatro tipos cantores; no. Hay un milagro de Dios que nos hace seguir cantando con el acompañamiento del afecto de la gente”, dice con referencia al más de medio siglo de vida del conjunto, del cual él es el único integrante fundador que perdura.

 

Folklore y religiosidad están muy unidos. Saravia dice que “hay canciones que hablan sobre hechos, le cantan a los angelitos. Se muere un niño y no se hace una fiesta pero sí hay música y se le canta al angelito para que el angelito no termine de irse y acompañe a toda la gente. Parece una barbaridad pero es casi una alegría –no para los padres, pero sí para la gente- que alguien se haya muerto y se convierta en angelito para que los cuide y proteja a todos. Eso le hace entender a uno que le está dando al Cielo la posibilidad de un espíritu bueno que los va a acompañar a todos. Yo creo que no hay pueblo más necesitado que aquél que más fe tiene; en cualquier parte del mundo. Uno lo ve en Kosovo, donde la gente no tiene más que rezar y pedirle a su Dios. Medjugorje es un caso patente”.

 “Hay canciones muy bellas que le cantan al Niño Dios, que le cantan a la Virgen, que cantan por imaginación cómo fue la huida a Egipto, gente que no tiene la menor idea de dónde queda Egipto; le habrán llegado de España algunas coplas y las han amoldado a la zona. Hay tantas coplas que hablan de lo religioso, coplas serias, coplas sublimes, coplas en broma. En Colombia he sentido una copla popular que dice ’ayer te persignaste, mis ojos fueron testigo. Me gustaría besarte donde dices enemigo. Yo lo decía en el escenario y muy poca gente caía en cuenta. Y ellos tres un día me dicen ¿en qué momento se dice enemigo? El persignarse es ‘Por la señal de la Santa cruz, de nuestros enemigos’... Si hay algo más puro que eso...”, explica este profesional del folklore que no se siente un artista: “Yo siempre digo que todavía no hemos aprendido  a ser artistas. Seguimos siendo gente, no más. Es muy agradable”.

“Sinceramente me siento gente, no más. Lo mucho o poco que yo tengo se lo debo a la gente y se lo debo a Dios. Entonces, siento una gran felicidad cuando puedo ayudar a gente económicamente, visitándola”, completa.

Entrevista y fotos: Guillermo J. Defranco          


Recuadro:
CON EL PADRE MARIO.
Juan Carlos, Saravia contó además su testimonio acerca del padre Mario Pantaleo, a quien conoció en ocasión de la enfermedad del Chalchalero fallecido, Ernesto Cabeza. “Yo no creía. Cuando Ernesto ya no podía tragar sólidos, la mujer me llama y me dice ‘el médico me ha dicho que ya no tiene solución, que hay que operarlo, sacarle el esófago, medírselo y hacerle milimetralmente un esófago de plástico‘. Pero Ernesto no quería operarse y entonces me dice ella del P. Mario. Un día nos recibió a las seis de la mañana. Era un hombre que no impresionaba para nada, ni con algo de santidad ni nada. Me pasó el péndulo sin que yo se lo pidiera. Además, no quería que me lo pasara, a ver si tenía algo fulero... Yo estaba al lado de Ernesto, le pasó la mano por la garganta y la espalda y me pregunta si yo lo veía mejor. Le digo ‘vea, padre, yo soy daltónico; no veo el cambio de rubor de la gente, no sé si está mejor o no de semblante’. Me pasa el péndulo y me dice ‘tenés razón, tenés más daltonismo de este ojo que del otro. Todo lo demás, estás bárbaro’. Pero me dejó con una tranquilidad maravillosa que me dijera que no tenía nada. Fue la única vez que fui a González Catán y lo conocí. Al cabo de cuatro o cinco meses Ernesto empieza a tragar sólido, a comer asado. El médico le había dicho que si no se lo operaba ya, no duraba tres meses”. Pese a la mejoría, Cabeza muere derrotado por una gripe durante una ausencia temporal del P. Mario.
G.D.                

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Con Papá Noel en la vereda


En la Tardebuena de ayer, mientras puertas adentro se preparaban muchas cenas y celebraciones a la espera de la Navidad, una conversación se colaba desde la calle hacia adentro de casa. “Te van a estar esperando”, “La idea es que no me vean llegar”, “¿Te traigo algo de comer?” y cosas así se decían las dos personas que conversaban junto a un Ford Focus con menos kilómetros que los que hay desde Laponia hasta City Bell. El uno era un joven padre de familia a quien la visera de su gorra no le alcanzaba a ocultar el entusiasmo y la ansiedad por sorprender a sus hijos en la medianoche de la Nochebuena. El otro era el mismísimo Papá Noel enfundado en su inconfundible traje rojo y su barba algodonosa.


No sé si fue mayor la curiosidad o las ganas de corroborar que era cierto lo que se veía a través de la ventana de la cocina, pero en pocos minutos, cuando el de la gorra se alejaba y Santa Claus ponía en marcha su vehículo que no era un trineo, salimos a la calle.

María Laura le pidió permiso para tomarle una foto –“para mi sobrinito” mintió sin mentir- , y Noel se ofreció a grabarle un video ahí, en la vereda, en clara señal de sentirse a gusto. Preguntó para quién era, recordó los nombres de los sobrinos de Laura, y se despachó ante la cámara del teléfono celular con su mensaje de paz y bondad, anunciando su visita para esa noche. Mientras tanto, desde los autos llegaban bocinas de saludo y caras de curiosidad. Más de un peatón se paró a la distancia con seguras ganas de acercarse y hacer algún pedido de última hora.

Papá Noel es Cristian, 41 años, instructor de yoga, meditación y otras artes orientales, actividades que realiza adhonorem en una fundación. Se gana el pan en el comercio del rubro repuestos del automotor de su padre en La Plata y ha llevado su conocimiento de la mente y el espíritu a zonas de desastre como sismos y otras catástrofes. Habla entonces del último terremoto en Ecuador, de la inundación de La Plata, del metro y medio de cenizas que dejó la actividad de un volcán en la Patagonia.

Cristian/Papá Noel cuenta que la actividad navideña la hace por su propia iniciativa, que recorre casas de conocidos y desconocidos que lo llaman para sorprender a sus hijos, y que luego va al centro de City Bell a repartir cariño y algunas chicherías que lleva en su bolsa mágica: sobre el asiento del acompañante del auto hay una bolsa de tela roja desde donde emana música navideña que lleva grabada en su teléfono.

Se levanta por un momento su cutis de goma para acomodarse un poco los rasgos mirándose en la ventanilla del auto y cuenta. “Fui a la casa de un amigo a visitar a sus hijos chiquitos. Uno de ellos me trae juguetes, porque además de conocerlo quería ayudar a Papá Noel. En ese momento pasa un cartonero en un carro con tres criaturas. Entonces lo llamo y le doy a los nenes los juguetes que me acababa de dar el hijo me mi amigo. Así que no sólo ayudó a Papá Noel con regalos, sino que vio cómo le eran dados a chicos con necesidad. Para mí es inolvidable”, dice y se le adivina humedad en sus ojos por los orificios del látex facial.

Cristian saluda con un apretón de manos y de sus guantes enormes y blancos saca un puñado de caramelos para Laura y otro para mí. “Son sin azúcar –aclara- para que todos puedan comerlos”.

Entonces subió a su trineo, cerró la puerta y bajó el vidrio de la ventanilla, puso primera a sus renos y salió deslizándose suavemente, esquivando los baches y los lomos de burro de la calle 12 y dobló por la 25 dejando a lo largo de la cuadra su ¡Jo jo joooooo! inconfundible, en su misión de hacer realidad las fantasía y las ilusiones de tantos pibes y de ese chico que habita aún en cada grande.

sábado, 7 de diciembre de 2019

Cascos en la calle




                De repente me di cuenta: cuánto hacía que no sentía ese sonido. Una suerte de música, un ritmo acompasado que venía de la calle. Los cascos de un caballo que tiraba de un carro, posiblemente de un cartonero, esos que antes llamábamos botelleros, poco importa.

         Cuando era chico era un sonido más del barrio. El sodero pasaba en carro; cuando era más chico aún, el lechero también lo hacía. Y sé que en otra época lo hizo el panadero y el verdulero y hasta el carnicero. Los repartidores domésticos,  casi todos se movían en un carro tirado por un caballo. Eran animales cuidados, bien alimentados, dado que de ellos dependía el poder salir a trabajar cada día a ganarse el sustento. Nadie pensaba en que fuera un maltrato.

         Lo cierto es que esta mañana vinieron a mí el lechero Bonessi, el sodero Delgado, el viejito Masa, “Bondía-bondía” -como llamábamos a ese italiano que pasaba al trote y saludaba desde el pescante de su carro sin que supiéramos cómo se llamaba-. Todos estaban en los cascos de ese caballo que pasó por frente a casa resonando por sobre los demás sonidos del barrio.

Hoy los carros calzan neumáticos, lo que los hace más silenciosos que los de entonces, sobre sus ruedas de madera y aros de hierro. Pero bastó el aplauso de los cascos del caballo sobre el pavimento para evocar aquellos otros sobre la calle de tierra.

Había olvidado esa música del barrio. Hoy volvió por pocos segundos a mis oídos y durante todo el día resonó en mí.

lunes, 21 de octubre de 2019

Denisse y Daniel

Denisse trabaja en la casa de Daniel. Va dos veces por semana, de común acuerdo, a ganarse el pan dignamente, no más de tres horas por vez, aunque a veces trabaja dos y se lleva el importe por tres. Más el costo del pasaje. El papá de Denisse, además, algunos fines de semana corta el pasto en lo de Daniel.

Denisse, su mamá y alguna de sus hermanas trabajan también en una cooperativa que atiende un comedor barrial y por esa tarea cobran planes sociales que maneja un puntero. Hacen su tarea con seriedad y responsabilidad.


Pero a cambio, lo que no figura en el estatuto de la cooperativa ni en la ley que dispone el otorgamiento de los planes sociales, es que ellas deben concurrir a las marchas que el coordinador les indica. Al subir y bajar del micro que las lleva y las trae, les toman asistencia. Si no están, no hay plan social ni tampoco el plus en pesos con que las tientan por la concurrencia.


Daniel es empleado en una empresa en Buenos Aires y la mayoría de los días tiene complicaciones para llegar a su trabajo o para volver de él: las marchas y los piquetes de protesta y reclamo son la causa de sus retrasos y desvelos. Denisse suele ser partícipe de esas manifestaciones.


Más aún, los días en que debe ir a una de esas marchas le avisa a la esposa de Daniel que no irá a trabajar porque tiene que ir a cortar una calle para reclamar trabajo.


Daniel no quiere agrandar la grieta. Por el contrario, hace todo lo posible por achicarla, al menos por donde él se mueve. Pero algo, además de la grieta, no le cierra. Hay algo mal que no está bien en este asunto y Daniel no avizora dónde está la solución.

martes, 3 de septiembre de 2019

La caída

Miércoles - 11:48:16 horas.
Termino de sembrar unas semillas en almácigos sobre la mesada de la parrilla. Giro hacia la derecha, tropiezo con un ladrillo, empiezo a caer. Uy, mi cadera operada. El médico me había dicho que evitara golpeármela, que me cuidada de las caídas. No, no es la operada, esa es la izquierda y estoy cayendo hacia la derecha. Sí, me estoy cayendo. ¿Cuánto tiempo hace que no me caigo? Un montón. Pero ahora me estoy cayendo y por suerte no es del lado donde tengo la prótesis, no. ¿Cuánto hace que estoy cayendo? No termino más.

Siento que la rodilla choca contra algo semiduro y me salpico hasta la cara. Sigo cayendo, apoyo mi mano derecha en el ángulo entre la vereda y la pared, que como está revocada con salpicré, me raspa un poco. Me golpeo fuerte el lateral de la mano y la muñeca, que queda bastante retorcida. Me la quebré. Seguro que me la quebré. No termino más de caerme.
Estoy en el suelo, entre la parrilla, la cisterna y la pared con salpicré. Con la otra mano busco apoyo y me levanto. La rodilla me duele un poco y la mano, más. ¿La podré mover? A ver… sí, la muevo. Los dedos, la muñeca, parece que está todo bien. Me toco la cadera izquierda, la operada, no me duele, no me la golpeé. La otra, tampoco. Igual me voy a poner hielo en la mano, la muñeca y la rodilla. Y me tengo que cambiar. Estoy mojado y embarrado. Mejor me baño. ¿Sangre? No, sangre no me veo.
Busco con qué me tropecé. Con un ladrillo que debía estar enterrado, como si fuera una baldosa y se ve que estaba medio levantado. Al lado del ladrillo díscolo está el tacho de aluminio donde les ponemos agua a los gatos. Bueno, lo que quedó de él, en realidad. Tiene el borde hundido, abollado con la forma exacta de mi rodilla. Igual creo que todavía sirve.
Ya estoy parado, me miro la mano, me toco la rodilla. Pienso en mi cadera. Es una suerte que caí del otro lado. Uf, por fin; una eternidad cayendo. Miro la hora.
11:48:18 horas.

viernes, 28 de junio de 2019

Mi Día Nacional

En un ataque de procrastinación (acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables) ayer a la tarde dejé de hacer lo que debía hacer y decidí limpiar el tiraje de la salamandra. Del lado de adentro es un tubo de fundición de 1 metro de altura por 10 centímetros de espesor, con un codo de igual material que va calzado arriba. Lo limpio desde su boca externa, siempre igual, desde hace unos 25 años.
Lo cierto es que ayer se salieron caño y codo, se cayeron sobre una silla de algarrobo (se quebró una tabla del asiento) y del caño se rompieron dos pedazos de unos diez centímetros de largo uno de ellos, un poco más chico el otro.
Un poco de sellador, tijera, chapa y alambre para reparar la chimenea; madera y cola para la silla.
Después, a guardar lo usado para las reparaciones. Maniobrando en esos menesteres, engancho un balde que estaba sobre la mesada del lavadero y que yo no sabía que toda la lluvia de los últimos días estaba ahí adentro. Sí, señor: terminó en mi pantalón, mis medias, mis zapatillas...,
Horas después, previo a la merecida ducha, paso por el inodoro (¿para qué explicar?). Al sentarme se rajó la tabla y terminé con un pellizcón en el pómulo póstero.
Abro el celular, entro en Facebook y ahí entendí todo: ayer, 27 de junio, fue el Día Nacional del Boludo. Gracias.

lunes, 1 de abril de 2019

Mateando en el bar


Había pautado una entrevista para las tres de la tarde, en lugar histórico frente al río. Conocía a mi entrevistado de antemano y decidí llevarle de regalo una planta de yerba mate.
Hizo calor ayer. Él estaba terminando con una fajina doméstica –limpieza y orden-; me saludó, me invitó a pasar, a usar sus equipos de radio. Le recordé que habíamos coordinado de charlar los tres: él, mi grabador y yo. Me dijo que en un ratito, con unos mates de compañía.
Lo dejé hacer, recorrí el lugar, tomé fotografías, me metí en el tema doloroso del de habríamos de conversar. Cerca de las cuatro llegó un remís. Mi futuro reporteado guardó un llavero en su mochila, me extendió la mano y me dijo: “Disfrutá de la visita, hermano”. Y lo vi alejarse a bordo del remís.
Un bar para tomar mate.
Para premiar mi fracaso decidí ir a conocer Matea, el bar matero que hay en el centro de La Plata. Dese hace tiempo me viene haciendo cosquillas la neurona de la curiosidad en torno a este tema del mate en un bar. Me gustó el ambiente al entrar pese a no haber clientes. La empleada tenía un hablar más del Orinoco que del Paraná –luego me confirmaría que es venezolana-, pero más que suficiente para explicarme el funcionamiento del lugar. De los cuatro tipos de yerba orgánica y de secado natural que ofrecen (Takuapy, Tupá, Guasú y Yací)  opté por el tercero, de sabor ahumado. Exquisito.
El servicio consiste en un mate de vidrio con las tres cuartas partes de la yerba elegida más un termo de medio litro y una bombilla de aluminio. Además, una pequeña jarrita con agua tibia para humedecer la yerba. En la carta, además de la oferta gastronómica, explican cómo preparar el mate, cómo cebarlo y  hay referencias a las bondades de la yerba mate. Claro y preciso.
Consumí mi agua, compré yerba de marcas que andaba buscando para probarlas y me volví a casa contento. La entrevista había sido un éxito.


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