sábado, 5 de mayo de 2018

Es al ñudo que te fajen


Desde el momento mismo en que nacimos venimos acumulando una vasta experiencia en el tema de las dietas y sospechamos que tenemos el abdomen atiborrado de ella. En materia de alimentación sana, dos más dos nunca es cuatro cuando de bajar de peso se trata. Y eso es lo que hacemos: tratar de bajar de peso o, por lo menos, de que nos entre la ropa. Nada de “a barriga llena, corazón contento”.



-Usted nunca va a ser flaco- nos dijo un especialista durante la primera consulta, dándonos ánimo. 
-Nunca lo fui, así que ya pasados los 40, dejó de ser ni siquiera una ilusión- le contestamos. 
Pero el tipo insistía, como atajándose de que no le pidiéramos milagros. Sospechamos que no se tenía fe ni para hacernos bajar medio kilo en un año, y los meses transcurridos en tratamiento nos dieron la razón.

Otro especialista llegó a la conclusión de que padecemos una insuficiencia de la glándula tiroidea. “Eso es lo que no te permite bajar de peso”, dijo triunfalista, y nos indicó que cada mañana ni bien despertemos pero media hora antes de desayunar, nos mandemos una pastillita de levotiroxina. Pasan los años, desayunamos cada día con la maldita pildorita violeta, y la panza sigue allí, desbordando el cinturón. 

Otro nos colgó un aparatito que se inflaba y desinflaba cada 15 minutos durante 24 horas para controlarnos la presión arterial, nos dijo “hacé vida normal” y cuando vio los resultados se asombró de algunos “picos” en el registro: coincidían con los embotellamientos de tránsito que habíamos padecido, con álgidas reuniones de trabajo, con apurones para cruzar la avenida 9 de Julio (antes de que hicieran el metrobús). “Ah, no, si te estás haciendo este estudio no podés hacer esas cosas”, dijo horrorizado, como olvidando la recomendación de hacer “vida normal”. 

No sabemos si nuestra vida es normal, pero podemos asegurar que sí es habitual. Entonces nos indicó otra pastillita que debemos tomar a la mañana, ni bien nos levantemos pero después de haber digerido durante 30 minutos la de la tiroides.

- ¿Qué suele desayunar?
- Nada, doctor. Hasta media mañana no me pasa nada por la garganta.
- Ah, no. Así nunca va a adelgazar. Una taza de te/café/mate cocido con leche descremada y sin azúcar (puede ponerle edulcorante), más dos tostadas con queso crema descremado (si es “descremado”, ya no es queso “crema”, creemos), o un trozo del tamaño de un cassette de queso por salut descremado y sin sal (¿un cassette? en qué año estamos? Menos mal que no dijo “del tamaño de una tarjeta de memoria micro SD”), dos cucharaditas de mermelada diet. A la infusión le puede agregar dos cucharaditas de cereal sin azúcar. Puede reemplazar las tostadas por dos rodajas de pan integral (no de centeno, no de salvado). Y un vaso de agua. Tiene que tomar por lo menos dos litros a lo largo del día, así que empiece a la mañana.
- Ajá. Veo que no nos estamos entendiendo. Vengo para que me ayude a adelgazar, y en el único momento del día en que no tengo hambre, me embucha con todo eso. ¿En qué hablo, yo?
- ¡Y el lácteo en el desayuno! Que no le falten lácteos en el desayuno, porque le darán sensación de saciedad.
- Epa... conozco a alguien que dice que no debemos tomar leche de ningún animal. Que el hombre es el único que toma leche de otra especie y eso va en contra de la naturaleza.
- Y no se olvide, a media mañana, de comer una barrita de cereal. La colación es fun-da-men-tal para ayudar al páncreas a segregar insulina de calidad.

Al mediodía, por supuesto, comer liviano. Uno está trabajando fuera de casa y tiene que ingeniárselas. ¿Pollo a la plancha cocinado sin piel? Nadie te lo cocina así. Como guarnición, un puré de calabaza, porque el de papa tiene muchos hidratos de carbono. “No abuse de la calabaza, porque es dulzona y eso indica que tiene azúcar. Con la calabaza no va a bajar de peso”, recuerda que le dijo otro médico. Ja, mirá vos, tan santito que parecía el zapallo ese, ahora resulta que engordás también comiendo esa porquería. ¿Zanahorias? “Sí, pero cruda. Porque cocida, engorda una barbaridad”. Y una nueva: “Papa, todo lo que quiera, siempre y cuando la deje enfriar luego de cocinarla”. ¿Para no quemarme? “No, porque al enfriarse cambia su estructura molecular y entonces los hidratos de carbono quedan encapsulados y no pasan al organismo”. Ay, Maitena Heras, cuántas cosas me quedaron en el tintero en el tiempo en que tratabas de que entendiera tu materia Química en cuarto año del secundario...

Nada mejor entonces que almorzar ensalada de frutas. Pero resulta que la fruta es un arma de doble filo, “porque la fruta contiene ‘fructosa’ (obvio, no va a contener ‘verdurosa’ o ‘carnosa’), que es el azúcar contenido en la fruta. Así que no sólo no adelgazás sino que además te eleva la glucosa en sangre, y con el sobrepeso que tenés, vas derechito a la diabetes”, le dijeron. ¿Habrá sido ése el pecado de Adán y Eva?

¡No comas frutas ni nada crudo después de las seis de la tarde”, nos dijo una diminuta médica que sostiene que el intestino es como la raíz del organismo, y como tal tiene la función de extraer las proteínas de los alimentos. Así que nada de frutas ni ensaladas después de la hora del té. Bueh. Nada de fruta cruda en la mañana ni en la tarde, tampoco en la cena, nos queda poner el despertador a las dos de la madrugada, por ejemplo, para comer un quinoto sin culpas.

¿Usted tiene hambre a la noche? Es decir, ¿se levanta a la noche y va a mirar qué puede comer de la heladera?”, inquirió otro de guardapolvo blanco. En fin, estamos al horno.

Al horno, en lo posible, no, le dijeron. “Es preferible que haga unas verduras al vapor –no hervidas, porque pierden las proteínas- o a la plancha: coliflor, brócoli, apio, rúcula (ya es incomible cruda, ¿te imaginás puesta en la plancha?), zanahoria, berenjena, chauchas, tomate... Recuerde que las papas, las batatas, el choclo, la remolacha, están pro-hi-bi-das (bueno, la papa fría no, según parece)”. De ahí a la parrillada de verduras, sólo hay un paso: hay gente que merece ser denunciada ante la Santa Inquisición y quemada viva en la hoguera pública por el sacrilegio de reemplazar un costillar de ternera por vegetales.

¿Aceite? Sólo una cucharadita tamaño té (se vé que la medicina no se avivó de que la de café es más chiquita aún), siempre y cuando sea de oliva (vale quichicientos mangos el litro), maíz, canola (¿lo qué?), porque tienen omega 3, 6 y 9 (al menos no tiene 6-7-8), que son antioxidantes y ayudan a bajar el colesterol malo. Pero esa es harina de otro costal y las harinas también están prohibidas, excepto que sea harina integral y en poca cantidad. 

El del colesterol y los triglicéridos es un tema aparte. No hace falta tener sobrepeso para padecerlo y supimos de una nueva veta consumista a causa suya. Se ha descubierto que el aceite de chía es una buena arma contra la grasa acumulada en las arterias y se extrae de unas semillitas que parecen más suciedad de lauchas que semillas. 

Tenés que consumirla o en el desayuno o mezclada con la comida. Pero tiene que estar triturada; si no, la tragás y la digerís entera de tan chiquita que es, y no te hace efecto”. Entonces pedimos chía triturada. 

No lleve triturada -dijeron en la dietética-, porque es lo que queda después de extraerle el aceite para elaborar las cápsulas de aceite de chía. Ponga una cucharadita de semilla entera en la leche o el café y en cinco minutos notará que se desprende una baba. Eso es el aceite”. 

A pesar de que lo de la baba nos causó cierta repugnancia, compramos la semilla de chía entera más un frasquito de cápsulas de aceite de chía, por si un día no tenemos tiempo de desayunar o si lo hacemos con mate: jamás permitiríamos mezclar cosas raras en nuestra infusión preferida.

- Ojo con el mate, porque le va a dar mucha acidez. En todo caso, tome mate cocido.
- ¿Ajá? ¿Y cuál es la diferencia?
- En que el mate cocido no da acidez.
- ¿Ah, no? No me diga...
- No, porque la acidez del mate es producida por el aire que chupa a través de la bombilla.

Mirá vó: resulta que ahora la culpa la tiene al aire y no las xantinas presentes en la mayoría de las hierbas y semillas consumidas en infusión.

En la fiambrería de la calle Silva nos contaron la historia de un matrimonio cuyos integrantes superan ya los setenta años de edad cada uno. Siempre habían comprado queso sin sal descremado, jamón natural sin grasa, lomito (bajo contenido graso) y otras pretendidas exquisiteces recomendadas para llevar una vida saludable. Para sorpresa del comerciante, un día pidieron variedad de fiambres, quesos saborizados, encurtidos varios... Ante la pregunta de si tenían visitas, la respuesta fue natural y contundente: “Nos venimos cuidando desde los 45 años. Nos llegó la hora de disfrutar un poco”. Sabio razonamiento.

Pero volviendo al colesterol y los triglicéridos, hay que consumir mucha fibra para contrarrestarlos, pero no de las Sylvapen. Son las fibras de los vegetales (tres días comiendo ensaladas y nos quedamos a vivir en el baño) y las de los cereales, esos de las barritas para comer como colación y así completar las seis comidas diarias recomendadas. 
-Nadie adelgaza comiendo cereales. En todo caso, si tenés mucho hambre, comete un turrón
- ¿Un turrón? ¿La pasta de turrón no tiene mucha azúcar?
-Entonces, nada. Porque nadie debe tener necesidad de comer una colación. Las comidas son cuatro y nadas más. Porque el páncreas está habituado a recibir materia prima para generar insulina sólo cuatro veces por día y si le damos más lo estamos exigiendo (¿antes no nos habían dicho lo contrario?). Si estás ansioso, comé pikles.
- Ah, claro: me meto unos coliflores, unas cebollitas y unos pepinos en vinagre en el bolsillo para ir masticando en el laburo... Después te cuento.

Yo no soy especialista en el tema –nos dijo Carlos Castilla, Maestro de la Cirugía y radioaficionado- pero la experiencia dice que tenés que tener demasiada fuerza de voluntad para bajar de peso si no lo hacés con el acompañamiento de un nutricionista”. Por eso uno probó todo lo que probó y hasta ahora el más acertado y comprensivo de los profesionales ha sido José Hernández, quien sintetizó su tesis doctoral en las estrofas del Martín Fierro: “al que nace barrigón, es al ñudo que lo fajen”. 

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Versión original: 08 jul 14.-
Actualización: ene 18.-

lunes, 16 de abril de 2018

Hace 10.957 días


El nombre del mes en el que estamos, abril, deriva del latín "aprilis" y éste de "aprire" (abrir), porque es la época de la primavera nórdica en la cual comienzan a abrir las flores, a desarrollarse la vegetación. Acá, en el sur órbico, es otoño y, muy a pesar del calentamiento global, las plantas tienden más a ser oclusivas que aprilistas.

         Pero lo que sucedió hace 1564 semanas resultó bien primaveral. Hace treinta años todavía se diferenciaban bastante bien los cambios de estación y dado que estaban en otoño, ella decidió estrenarse el pulóver color magenta que había comprado en la liquidación de El Siglo, durante los últimos latidos de la por entonces prestigiosa casa de ropa masculina. Habían ido a revolver estanterías, muebles y trastos viejos para nutrir la escenografía de una obra de teatro y ella aprovechó la ganga del abrigo de lana, cuello redondo.

         Pasaron 360 meses y les parece que fue ayer cuando encararon el paseo por San Telmo. Escucharon a músicos y poetas, apreciaron a otros artistas, vieron infinidad de antigüedades, lo mismo que a personajes que por su atuendo o actitud llamaban por mucho la atención. Y tomaron no pocas fotografías aún cuando la técnica seguía siendo con rollo de celuloide para luego imprimir las tomas sobre papel. Ese día él no pensaba en el costo del laboratorio. Simplemente encuadraba, enfocaba y gatillaba. Arrastraba con la palanca para un nuevo fotograma y nuevamente a encuadrar, enfocar y gatillar.

         Casi sin darse cuenta caminaron tomados de la mano. Algo lo deslumbraba de ella y no era su pulóver color magenta. Tal vez su peinado asimétrico, quizás sus ojos llenos de noche estrellada y su sonrisa abizcochada.

         Cuando el sol empezó a estirar las sombras guiaron sus pasos hacia el café Tortoni: claramente era una tarde vintage pero eso no era lo principal del paseo. Repusieron fuerzas, charlaron, se rieron y emprendieron el regreso a casa. Hace 10.957 días la autopista a La Plata era una quimera aún y el acceso Sudeste resultaba –créase o no- la vía más recomendable. Otros tiempos, claro.

         A mitad de camino –ya en la ruta 36- él sintió que el otoño era particularmente primaveral entre ellos. Salió a la banquina y detuvo el motor. Sudaba como en verano. Ella le preguntó si se sentía bien; él le dijo que sí pero que no podía hacer todo a la vez y la miró a los ojos. Se rieron. Ella le dijo que sí.

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17 abr 18

miércoles, 28 de febrero de 2018

Pijama party con el auspicio de IOMA

Anoche estuve en un pijama party invitado por IOMA. No fue de lo mejor, pero considero que evolucionamos mucho desde la última vez, en octubre de 2010. Dormí poco, eso sí, pero en mejores condiciones que aquella oportunidad. Les dejo mis reflexiones de aquella ocasión que titulé:
Una noche de ensueño en el Bosque
Suele parecer romántico dormir junto a un bosque: la luz de la luna, el brillo de las estrellas, el canto de las aves nocturnas, el de los grillos, la brisa leve y envolvente. Hasta podríamos tolerar el aullido lejano del lobo o la risa nerviosa de la hiena.
Pero nuestra noche bosquina nos deparó otro escenario. Frente al bosque, sí, pero en el quinto piso de un centro médico de La Plata, en dependencias del Centro de Medicina del Sueño, un lugar que no es, precisamente, de ensueño. Pero allí estábamos, protagonistas forzosos de una polisomnografía nocturna, con cobertura de IOMA como atenuante.
Lo primero a destacar es que ese piso del centro asistencial está en refacciones. Excepto el área mencionada, todo lo demás era un tumulto de cables, cañerías, yeso, materiales varios. Así que la noche -por ventura, primaveral- se colaba por las ventanas huérfanas de hojas o vidrios que se cierren.
Nos tocó como escenario una habitación que, pese a todo, contaba con las condiciones mínima de uso: una cama, una silla, un os cuantos aparatos con cables de todos los colores y un perrito de peluche muy simpático pero que, a Dios Gracias, no nos hizo falta.
La asistente del médico especialista (médica, secretaria, enfermera, técnica, o lo que sea), con un guardapolvo desprendido sobre la ropa de calle, comenzó con el ritual de desplegar cables multicolores y con un bajalenguas de madera embadurnado en una pasta sospechosa, los fue adosando, uno a uno, sobre la epidermis y el cabello del paciente: un electrodo pegado con cinta en la muñeca izquierda, dos cables con lucecita roja en la punta atados con cinta al índice derecho, otro electrodo con cinta en el pecho y más abajo una placa metálica, con cables y cinta también.
Después, otro cable en la pantorrilla y catorce más en la cabeza. Pensamos que ese cablerío, pegado con arcilla y cintas, no iba a durar nada en su lugar. Parece que la señorita pensó lo mismo, porque agarró un rollo de venda de 15 cm de ancho y lo gastó todo alrededor de nuestra cabeza. Temimos convertirnos en una momia con destino al museo de la ciudad que, al fin y al cabo, queda a pocas cuadras de allí. Pero nos dejó libre desde los ojos hasta debajo de los labios, previo instalar un electrodo con tres cabecitas a la altura del bigote.
Entonces arrimó la puerta y la habitación quedó en penumbras, y pensamos que serían ya más de la una de la madrugada y que iba a ser difícil conciliar el sueño en esas condiciones. Cuando ya el cansancio nos estaba ganando, regresó la chica del guardapolvo y nos colocó una máscara de oxígeno, conectada a una bomba que por lo "silenciosa", parecía el viejo compresor de una gomería.
Otra vez tratar de conciliar el sueño -de lo contrario, el estudio no serviría de nada- y algún chirrido se filtraba por el taparrollo de la ventana. Podría ser el de un pájaro, aunque nos inclinamos a pensar en un animal alado y volador, sí, pero nocturno y de la familia de los mamíferos.
Los despertares y las separaciones son, a menudo, dolorosos. Como a las cinco y cuarto de la mañana abrimos los ojos impulsados por el desprendimiento de los electrodos, sensores y cables. Con dolor y a los tirones nos separamos también de unos cuantos vellos.
Ya en casa, con el silencio de la familia gozando del sueño hogareño, nos buscamos en el espejo. Teníamos zocotrocos de la pasta adhesiva por toda la cabeza y pedazos de cinta debajo de la remera.
El resultado demorará diez días. Mientras tanto, trataremos de disfrutar del sueño. Relajados y a pata ancha.
*** *** ***
Esta vez me dijeron que el resultado estará en una semana. Les anticipo el veredicto: roncopatía y apneas de sueño. No soy Mandrake; soy el paciente/padeciente. Que duerman bien

lunes, 19 de febrero de 2018

Acomodando la bombilla



            Ni una hoja se movía en las ramas que asomaban por sobre la tapia. Ni un pájaro hacía el esfuerzo de piar en medio de esa tarde calurosa, densa, pesada.

-          ¿Qué pasó con la gente? –preguntó Paula, rompiendo el sopor postsiesta.
-          ¿…?
-          Digo: tanta gente que conocimos, que parecía cercana, con la que compartimos tantas cosas durante tanto tiempo, ¿dónde está ahora?

Ramiro sorbía su tereré ensillado en una cáscara de coco a modo de recipiente. La miró, se encogió de hombros y sintió que había una tristeza escondida dentro de él.

Ya otras veces habían tenido esa conversación, evocando los tiempos en que ese mismo patio de la casa era frecuentado por no pocos amigos. Recordaba que siendo recién casados, cuando vivían en el departamentito de La Plata, llegaron a meter cuarenta y dos personas en el dos ambientes de la calle 39. Hasta en el baño había gente conversando que salía cada vez que alguien necesitaba hacer uso del sanitario. Entre dos ocupantes de ese inodoro y ese bidet estuvo a punto de comenzar un romance.

Pasaron casi treinta años desde que se conocieron y comenzaron a fusionar sus vidas, a integrar hasta sus amistades. En definitiva, buena parte de ellas eran conocidos en común, compañeros de ruta, de ideales.

Luego, por esas cosas de la vida, con muchos dejaron de verse. Cada tanto alguna noticia al pasar, pero no mucho más. Con alguno que otro puede haber surgido alguna diferencia de opción de vida, pero nunca nada que dejara una herida.


Ramiro dejaba caer el agua helada en forma de fino chorro sobre la bombilla y veía cómo iba perdiéndose en la yerba húmeda hasta asomar en la superficie. El mate amargo -tanto en su versión tradicional como la de tereré- siempre había sido para él mucho más que una bebida. Aún cuando lo tomara solo, sabía que al sostener la calabaza entre sus manos estaba conteniendo a sus afectos, a los momentos compartidos, a los buenos deseos mutuos. El mate entre sus manos ahuecadas era un puñado de su historia y la de su gente querida.

En cada sorbo iba su pensamiento en Juan Carlos y en Marcelo, dos casi hermanos que partieron a destiempo cada uno en su momento, dejándole un fárrago de sabiduría como herramientas para la vida. En uno y otro la fidelidad era como el respirar cotidiano.

Ramiro siempre pensó que la amistad se forjaba de fidelidad y de confianza mutuas: nada se esconde entre amigos, y si hay algo duro que aconsejar, bueno… para eso somos amigos. ¿Habrá abusado de este principio a lo largo de estos años?, se pregunta con el mate entre sus manos, al tiempo que piensa en cuántos de sus antes cercanos tendrán algo para decirle, para reprocharle, y no se animan. “Si es así, entonces no hay amistad”, se responde a sí mismo y se seca una lágrima.

Piensa si lo suyo no serán caprichos de viejo. Pero con sus 57 años no se siente tal cosa. Bromea diciendo que transita los andariveles superiores de la juventud y que le queda mucho mate por tomar; es decir: le quedan muchos abrazos para dar a los amigos.

Pero ¿dónde están? No quiere ponerse cargoso e ir a golpearles la puerta. Tampoco quiere mendigar afectos. Amigos “amigos”, sabe que no deben ser más de tres o cuatro. Entre los que él considera portadores de ese galardón hay una historia que merece ser novelada porque atraviesa cuatro generaciones. ¿Entonces? “Nunca esperes que los demás actúen como vos lo harías”, le había dicho una vez a Paula y entendió que la regla cabía para la ocasión. “La amistad es un ida y vuelta –se dijo-, pero no siempre uno y otro recorrido tienen la misma extensión”. Y eso que nunca lo atrajo la literatura de Narosky.

Acomodó la bombilla del lado de la yerba aún seca, dejó caer nuevamente el agua por sobre el tubo de metal y vio cómo el fluido, que había desaparecido en la chupada anterior, volvía a aflorar en la boca del mate.  Y sorbió emocionado como quien recibe el abrazo de un amigo.


19 feb 18



miércoles, 14 de febrero de 2018

El amor antes de San Valentín


            Le pedí a mi hermano que le avisara a Laura que no iría al ensayo porque él me había invitado a ir a Mar del Plata por tres días y no me lo iba a perder.  No sólo le avisó sino que también la invitó a sumarse al viaje: al fin de cuentas, el motivo era el cumpleaños de una amiga en común.

            Mar del Plata estuvo bueno. Como si fuera una fotografía tengo un par de imágenes visuales que en su momento dieron pie a otros tantos escritos. Recuerdo como si fuera hoy el episodio doméstico que luego del almuerzo dio lugar al enojo de Laura con la dueña de casa. Tanto, que imaginé que le había cortado la digestión. Un par de horas más tarde una ocurrencia mía le arrancó una carcajada. “Fue como un eructito, ¿no?”, le dije, y se siguió riendo.

            Fue durante la caminata por la arena, entre gaviotas que buscaban sus trofeos en la playa al atardecer y gente jugando a la paleta. ¿Cuánto caminamos? Ufff.

            En el viaje de vuelta paramos un rato en la banquina. La ruta 2 era aún el viejo y angosto camino que nos llevaba y nos traía de la costa sin distinción de destino ni de clase. Laura tenía sus anteojos espejados y vi el atardecer reflejado en sus cristales. Un plano corto hecho foto en papel se ocupó de perpetuar el momento.


            Ella dice aún hoy que mis chistes a lo largo de ese fin de semana fueron una tortura. Pero lleva treinta años tolerándolos y festejándolos.

         Faltaba un tiempo aún para que pasara “algo” entre nosotros. Habían transcurrido pocos días desde San Valentín, el Día de los Enamorados, pero nosotros no entrábamos todavía en esa categoría y, además, nadie sabía de esa fecha en este rincón del orbe: ni Internet ni la televisión por cable o satelital eran parte de nuestra cotidianidad, penetrando nuestra cultura y nuestras costumbres como un bicho taladro horada la madera.

Después vinieron los ensayos de “Lo mejor de vos, lo mejor de mí”, la obra de teatro musical que sobre textos e ideas de Laura y bajo su dirección estaba elaborando en conjunto el grupo Belén, del cual yo era un muy novel integrante que haría la prensa.

Pero pasó que en un ensayo faltó el coprotagonista. Y tomé un libreto y le di los pies que necesitaba el protagonista para repasar su parte.  Y en el ensayo siguiente, y en el otro… hasta que me dijeron que el papel era mío.

Pero algo más estaba pasando y entonces no sólo me quedé con el rol de oficinista de ficción: también puse entre mis petates a la autora y directora. Pasaron ya seis lustros de aquellos sucesos, de esa época en la que ignorando la existencia de San Valentín y el Día de los Enamorados, comenzamos a darnos mutuamente “lo mejor de vos, lo mejor de mí” sin pensar lo lejos que podríamos llegar.  

Feliz día, chica del atardecer en los ojos.




lunes, 1 de enero de 2018

Los días contados



Desde tiempos inmemoriales el hombre usó almanaques y calendarios para organizar su vida. Entre gauchos y señoritas sin ropa, una ilusoria manera de detener el tiempo. Hacia 2008 publicaba lo siguiente en www.citybellinos.com.ar.

A doña Victoria y a don José debían gustarle los almanaques; tenían una pila de ellos colgando de un clavo inserto en una de las puertas del comedor. Cada año recibían más de un calendario de publicidad de los comercios del barrio y ellos los colgaban uno sobre otro, en ese clavo, sin retirar los de los años anteriores. Eran, mayormente, simples almanaques con una lámina en colores y las hojitas mensuales abrochadas en el margen inferior, las que debían arrancarse cada mes nuevo. Pero ellos no lo hacían; dejaban así, intactos, el de la carnicería, el de la panadería, el de la verdulería, el de la tienda, el del taller mecánico de su hijo, el de “El Buen Vasco”, negocio a donde una vez por mes y por muchos años iba el Viejo a comprar café y caramelos. Y sobre todos ellos, el reloj de bolsillo con cadena de don José, ese que en los años ‘30 había obtenido con la compra de un paquete de cigarrillos “Condal” y que solía usarlo a diario, ya sea para ir a la feria o adonde fuera.



De la gomería a la alpargata
Hay calendarios que hacen historia, no tanto por marcar el tiempo sino por su estética. La tradición y la chabacanería perpetuaron en muchos lugares los almanaques de gomería –en rigor, todos los del rubro automotor- con sus mujeres al desnudo haciéndolos no aptos para ser exhibidos en el ámbito familiar. Los de la marca Pirelli cotizan en el mercado transitando el discutido y discutible andarivel que separa lo erótico de lo pornográfico, lo artístico de lo grotesco. Agreguemos, por lo demás, que las pulposas figuras que alguna vez fueron de competencia casi exclusiva del rubro automotor, hoy son casi tan corrientes como el pato Donald y el ratón Mickey.

            En el otro extremo están los muy cotizados almanaques de la fábrica de Alpargatas, ilustrados por pinturas del pintor Florencio Molina Campos. Sus caricaturas gauchescas aún hoy son muy buscadas y reproducidas en infinidad de objetos, incluyendo nuevos almanaques cuya calidad poco y nada tienen que ver con la de las apetecidas láminas originales.

            Este cronista guarda celosamente un calendario de bolsillo desde sus tiempos de recluta, sobre el cual fue tachando, uno a uno, las jornadas que pasó bajo bandera esperando ansioso el día en que le darían la baja del Servicio Militar Obligatorio.

Almanaques y calendarios son considerados en el ámbito de la cultura como “literatura de hilo o cordel”. Una definición que no tiene nada de peyorativa y que se debe a la manera en que se exhibían para la venta estas publicaciones, colgadas con un hilo en las vidrieras de las librerías.

Pero han pasado siglos –y hasta algún milenio- desde el origen de los calendarios y muchas fueron las maneras de organizar el tiempo en días, semanas, meses, años. Nuestro calendario actual y occidental es el llamado “gregoriano”, sucesor del original “juliano”.

Almanaques y calendarios
Los calendarios nacieron para organizar el tiempo y, con él, las actividades de la sociedad. Para los primeros hombres, la sucesión del día y de la noche y de las fases de la Luna fueron los parámetros iniciales a partir de los cuales establecer un calendario. En la actualidad prevalecen aquellos inspirados en el ciclo que describe la Tierra alrededor del Sol y por eso mismo se los denomina “solares”. Para aquellas civilizaciones cuya subsistencia se basó en la agricultura, el calendario vino a cubrir una necesidad importante.

Un almanaque, a diferencia del calendario, es una publicación anual que contiene información sobre algunos temas determinados, ordenados a partir de un calendario. Se pueden encontrar datos astronómicos y diversas estadísticas, información de los movimientos del sol y de la luna, eclipses, días festivos y cronologías. Desde hace décadas se editan almanaques con toda la información de cada uno de los países del orbe, la síntesis noticiosa del último año e infinidad de información de interés general. La palabra “almanaque” proviene de la árabe al-manaakh, "el clima," reflejando su propósito original de ser útil para la agricultura, proporcionando información sobre las estaciones y el clima.

El precursor del almanaque fue el Parapegma, un calendario climático griego. Ptolomeo escribió un tratado –Phaseis ("fases de las estrellas y colección de los cambios climáticos" es la traducción completa de su título)- donde aparece una lista de cambios climáticos en las estaciones regulares, las primeros y últimas apariciones de estrellas y constelaciones al amanecer y al anochecer y eventos solares tales como los solsticios, organizados de acuerdo al año solar.

Con anterioridad los egipcios incursionaron en la materia a principios del tercer milenio a.C., ante la necesidad de predecir la crecida del río Nilo; fueron pioneros en este menester e increíblemente idearon un calendario de 365 días, dividido en tres estaciones, meses de 30 días y períodos de diez días.

Ya en tiempos del imperio romano se acordó usar un calendario de 304 días distribuidos en diez meses (seis meses de 30 días y cuatro de 31)que requería ser reajustado anualmente en el último mes, no siempre siguiendo un criterio astronómico. Tanto era el error que arrojaba, que el invierno caía en el otoño astronómico.

Julio César fue quien reformó el calendario romano, buscando subsanar esa falla. Así se cambió el calendario de 10 a 12 meses, iniciándose en enero y no en marzo. Agreguemos que así surgen el mes de abril –en honor a la diosa Afrodita- y el de mayo -por la diosa Maia, madre de Mercurio-.

 

El calendario juliano

Se dice que Sosígenes de Alejandría colaboró con Julio César en la reforma del calendario y en fijar las estaciones y fiestas romanas correspondientes en concordancia con los movimientos astronómicos.

El nuevo calendario se implantó en el año 46 a. C. con el nombre de Julius, en honor al emperador Julio César. Ese año inicial fue un largo año: tuvo 445 días  en lugar de los 365 normales para corregir los errores de arrastre del calendario anterior. Los años del nuevo calendario constaban de 365 días y cada cuatro años se agregaría un día: se llamaran años “bisiestos”, porque se fechaban dos días consecutivos como 24 de febrero (último día del calendario romano de ese entonces). Ese 24 de febrero se llamaba “ante diem sextum kalendas martias” y cuando era año bisiesto, el día adicional se llamaba “ante diem bis-sextum kalendas martias”; de allí el nombre de “bisiesto”. El cálculo de los días era inclusivo: se contaba el día de partida y el de llegada, ya que los romanos no conocían el número 0 (cero), que no llegará a occidente hasta la invasión mora.

El calendario juliano –muy cercano a la exactitud científica- consideraba que el año estaba constituido por 365,25 días, mientras que la cifra correcta es de 365,242189, es decir 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,16 segundos. Esos más de 11 minutos contados adicionalmente a cada año habían supuesto en los 1257 años que mediaban entre 325 y 1582, un error acumulado de aproximadamente 10 días, que fueron tenidos en cuenta por el calendario gregoriano.

 

La manera de contar los días siguió la tradición romana hasta que los visigodos introdujeron la costumbre de numerar los días, que adoptó Carlomagno. No obstante, hasta bien entrada la Edad Moderna, la manera de referirse a un día concreto era aludiendo al santo que se conmemoraba. Así, por ejemplo, era muy común encontrar expresiones como "llegamos el día de san Froilán". Y de allí, la costumbre ya casi en desuso, de consignar el santoral en los calendarios e imponer a los recién nacidos el nombre el santo conmemorado ese día.

 

            En el 321 de nuestra era, Constantino implantó la semana de siete días  copiada de los mesopotámicos, establecida en base a los planetas (tomados por tales el sol y la luna) que se podían observar desde la tierra: domingo, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado. Esta división, con el tiempo, se difundiría en todo el mundo moderno.

 

Calendario gregoriano

Los diez días de error acumulados durante la vigencia del calendario juliano desaparecen en el momento en que se adopta la reforma gregoriana, la cual establece una nueva fórmula para el cálculo de los años bisiestos, de manera que al jueves 4 de octubre de 1582 del calendario juliano le sigue el viernes 15 de octubre de 1582 del actual calendario gregoriano. Los diez días faltantes, se los tragó la tierra.

Algunos países adoptaron la reforma varios años después de 1582. Por ejemplo Rusia, que esperó hasta el jueves 14 de febrero de 1918, que sucedió al miércoles 31 de enero, logrando la curiosidad de que la Revolución Rusa de octubre de 1917 sucediera en noviembre para el resto de países que ya se regían por el nuevo calendario.

La migración de un sistema a otro no fue simultánea, como hemos dicho, y gracias a ello se generaron aparentes y curiosas coincidencias que en realidad no lo son. Por ejemplo, en España el calendario gregoriano se convirtió en oficial en 1582, mientras que en Inglaterra (y sus dependencias) no los sería hasta 1752. Por tanto, el Día Internacional del Libro que se celebra el 23 de abril por la coincidencia del fallecimiento de William Shakespeare y de Miguel de Cervantes, no resulta tal cosa. Cervantes murió el 22 de abril de 1622 y fue sepultado el 23. En tanto Shakespere, falleció el 3 de mayo de 1616 según calendario gregoriano, pero dado que Inglaterra seguía aplicando el juliano, allí era aún también el 23 de abril.

El tiempo detenido
Pero seguramente a don José y a doña Victoria no les interesaban demasiado estas cuestiones. A lo sumo, se fijarían en el almanaque cuándo cambiaba la luna para hacer rendir un poco más la tierra de la quintita del fondo o saber cuándo empollarían las gallinas. O leerían el reverso de las hojitas de cada mes para consultar el santoral.

Quién sabe si tenían todos esos almanaques ahí acumulados con ánimo de coleccionar sus figuras (muchas de ellas repetidas), de tenerlos simplemente como recuerdo, o si era una manera de retener un poco el tiempo viendo que las décadas se les iban acumulando en sus vidas como los calendarios en aquel clavo.

Si hoy vivieran, seguirían acopiando almanaques de propaganda en el clavo que alguna vez pusieron en la puerta color cremita y seguirían atesorando unos sobre otro los años transcurridos. Como una manera de paralizar el tiempo.



El año del Meccano



En el umbral de 2018 –apenitas pasado el mediodía del 1º de enero-, alguna cosa surge en referencia al año que acabó. Vienen a la mente, por sobre todo, frases y lugares comunes que trataremos de no repetir. Palabras de circunstancia, clichés acuñados involuntariamente a lo largo de los años, de los muchos saludos prodigados y recibidos, de las reflexiones oídas y leídas en torno de cada 31 de diciembre.

Por eso es posible que de estas líneas salga algo que se le parezca mucho a todo eso que no queremos decir ni escribir, pero hagamos el esfuerzo.

Ojear un poco las noticias –antes hojeábamos los diarios y las revistas en su formato de papel, ahora ojeamos esos y otro medios en sus versiones en internet- acaba por dejarnos un misterioso sentimiento de tristeza y esperanza. La violencia cruzada a través de las palabras y la generada por medio de las fuerzas de choque físicas y armadas con armas de fuego, escudos, palos, piedras, cascos, capuchas y, por sobre todo, odio por el que está enfrente. Sarmiento habría de reescribir su civilización y barbarie. Me gustaría saber cómo contarán esto los Mitre, los José María Rosa, los Pigna de dentro de unos años. Porque, lo que es hoy, son hechos inexplicables que sólo alimentan la tristeza.

Por otro lado, ver que aquellos a los que por algunos años hemos señalado como corruptos y malos funcionarios están siendo convocados a entregar su cara ante los que detentan la autoridad de la Justicia, nos genera un cierto alivio y la esperanza de que de aquí en más pasen por los tribunales todos los que se queden con el dinero y los sueños del pueblo, cualquiera sea el color de los globos que inflen.

Y paramos acá con el flanco político y social. Nos gustaría dejar esta carilla con una sonrisa, al menos, y el encastre de las piezas en este tema, por el momento, no nos provoca otra cosa que una mueca torva.

A lo largo de 2017 en casa le hemos dado de comer a traumatólogos, neumonólogos, infectólogos, médicos clínicos y de familia, bioquímicos, radiólogos… y al farmacéutico de confianza, claro.

Pasa que lo que venía programado desde 2016 generó una suerte de fenómeno contagioso y comenzaron a aflojarse tornillos varios ya no sólo en mí sino en Laura y en José: fractura de dedo para una, neumonía para otro, contagios respiratorios para todos…

Pero la pieza principal a reparar, la que dio origen a la idea del mecano como alegoría para 2017, fue mi cadera izquierda artrosada y su reemplazo por un trozo de titanio y porcelana.

Quizás de los juguetes que quise de chico y que nunca tuve –no me puedo quejar de lo que mis viejos me/nos han regalado ni de lo que logramos comprar entre Gabriel y yo- la pieza faltante fue el Meccano. Quizás como una reivindicación hubo que colocarme esta prótesis y asociarla con el juguete ayudó a tomarme el tema con cierta calma y humor.

Y dado que desde abril –fecha de la operación- hacia acá mi vida es otra, no puedo menos que rescatar el mecano (digo, mi operación) como el gran hecho positivo de 2017. Anoche compartí con los míos (esposa, hijo, hermano, tíos, primos y sobrinos) esa gran felicidad.

Feliz futuro, entonces. Que las piezas de 2018 se ensamblen en un mañana pleno, solidario, fraterno, con sus piezas, sus tornillos y tuercas dispuestos y ajustados para sostener bien alta la esperanza y la certeza de que gracias a cada uno de nosotros, no nos quede más remedio que estar un poco mejor.

Felicidades.
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01 ene 18

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