En la antesala de los 100 años de la fundación de City Bell, y teniendo en prensa "City Bell - Crónica de la tierra de uno - Edición el Centenario", pensé en la necesidad de contar con material sobre la historia de City Bell destinado a los chicos. Se me ocurrió una historieta y comencé a trabajar en su guion. El proyecto quedó ahí, sólo en textos, los cuales luego de una rápida corrección decidí hacer público con motivo de los 110 años del nacimiento del pueblo, que se celebran el próximo 10 de mayo.. Puede reproducirse libremente con la sola condición de citar la fuente. ************
Eusebio y Tobi: dos pibes con
memoria
Breve historia de City Bell contada para chicos
Por Guillermo
Defranco · @guiyedefranco
(Puede reproducirse
citando la fuente)
Uno
Tobías puso un pie en el andén cuando el tren aún no se había detenido
del todo. Estaba ansioso por volver a pisar el suelo de City Bell, ese pueblo
que era parte de la historia familiar y de cuyo pasado su familia era parte
también. Mientras el tren se iba pudo ver que la estación no era ni parecida a
la que habitaba su recuerdo, pero que el viejo edificio de la estación
originaria estaba prácticamente igual que antes, pegado a la nueva. Se peinó
con la mano las canas agitadas por el viento al tiempo que experimentó la
extraña sensación de sentirse un niño otra vez, como cuando el pueblo era sólo
eso -un pueblo- más de un siglo atrás. Hasta sintió que volvía a tener
pantalones cortos con tiradores y una gomera en el bolsillo de atrás, como
cuando lo llamaban “Tobi”.
Tenía un poco de sed, así que caminó
dos cuadras en busca del viejo aljibe,
entre las vías y Labougle, justo frente al nacimiento de la avenida que desde
1925 se llamaba Carlos Pellegrini y ahora, según los indicadores, tenía un
número curioso por identificación. No encontró ni agua ni pozo. Según le dijo
un vecino, hasta no hacía mucho había estado destruido no tanto por el paso del
tiempo sino por la maldad de alguna gente hasta que una topadora arrasó con lo
que quedaba de él.
El
vecino se había vuelto también un niño y Tobi intuyó que se llamaba Eusebio.
Hasta le pareció que se conocían de toda la vida.
- Vení. Vamos a Los
Vascos-. Tobi recordaba el
almanaque colgado de la pared en la cocina de su casa, donde se leía “Almacén
Los Vascos - de Santiago Urdániz”-. Yo
venía a este almacén cuando mi mamá me mandaba a comprar alguna cosa que le
faltaba para cocinar. Y me encontraba con los chicos de la estancia: Juan,
Audrey y Lorna.
- Eran los nietos de
Jorge Bell, el dueño de la Estancia Grande, que iban hasta ahí a caballo a
comprar alguna golosina y se volvían enseguida, antes de que la institutriz los
retara –informó Eusebio.
Aquella calle Labougle angosta y bastante tranquila
que tenían en sus recuerdos era ahora una avenida con dos carriles de ida y dos
de vuelta por los que los autos circulaban a velocidades impensadas en aquellos
años. Ahora la llamaban “Camino Centenario”.
- ¿Te la imaginás acá a la “Bufachera”? –Tobi tenía la mirada
de un soñaddor.
- ¿A quién?
-
La “Bufachera” era uno de los pocos Ford
T que había acá por entonces
–explicó Tobi-. Hasta de ambulancia,
sirvió. Y el motor bufaba tanto cuando lo aceleraban, que la gente lo llamaba
de esa manera.
- ¿Y si cruzamos por el puente?
-Uhhhh... Mirar desde acá
parece una foto que había en mi casa. Estaba sacada desde el techo de la
estación de trenes. Debe haber sido en la década de 1920.
-¡Síííí! –añadió Eusebio-. Esa en que se veían las primeras casas del
pueblo. Al centro se veía la calle 14 y las dos diagonales que se abrían a los
costados.
-Y un chico en bicicleta parado justo en el
medio... era amigo mío; le decíamos “Chiti”.
-
Y se veían unos árboles esqueléticos...
Pensar que después City Bell se caracterizó por el verde y las calles
sombreadas...
-¡Te juego una carrera!-Tobi, entusiasmado, se
lanzó a correr.
De un solo impulso bajaron el puente mirando con
desolación que la casa que había ahí estaba irreconocible. Cruzaron la diagonal
9 de Julio y caminaron por la vereda izquierda de Cantilo. Antes de llegar a la
esquina, Eusebio se detuvo:
-¡Qué raro! ¡Siento el olor de las pizzas
de La Madrileña pero veo que ya no existe más! ¡Los helados que hacían! Se me
hace agua a la boca –Eusebio
se pasó el reverso de la mano por la boca limpiándose los restos imaginarios de
un cucurucho de crema y chocolate.
-
Y acá enfrente, el padre Serafini celebró
la primera misa en el pueblo –aportó Tobi-. También se hizo el primer casamiento: el de Enrique Verge con Amalia
Rodríguez.
- ¡Guau! ¡La calle 8 se llama Tobías Büchele! –se sorprendió Tobi-. ¡Ése era un prócer del lugar! Era el
administrador del pueblo ¡y se llamaba como yo! -Eso lo llenó de orgullo.
-¿Te acordás de la panadería Del Pueblo?
Tampoco está más.
-Claro que me acuerdo. Y
me acuerdo de la casa que está en la otra esquina. Era la administración de la
Sociedad Anónima City Bell y ahí vivía el administrador con su familia. ¿Lo
sabías? En una foto sacada ahí se lo ve a don Büchele con un loro.
- Sí... Es la primera
casa de City Bell
–remarcó Eusebio-. La hicieron en 1914.
También me acuerdo de que detrás había una laguna.
-¡Como en la plaza Belgrano! –acotó Tobi-. Antes de
que la hicieran, había una laguna y los chicos íbamos a andar con botes que
hacíamos nosotros.
-En ese año, además de esta casa hicieron el
tanque de agua. Mirabas alrededor y no veías otra cosa, además de unos pocos
árboles.
-La casa y el tanque, entonces, tendrían que
ser para a la comunidad, para hacer algo por la cultura y la identidad local-.
Tobi parecía indignado-. Y la de al lado,
sobre la calle 7, era la casa de los
Quintana. Fue la escritura pública nº 1 de City Bell.
DOS
-¿Conociste la clínica que
estaba en la esquina?
Es una pena que no esté más, porque ahí
nacieron tantas generaciones de citybellenses... Tampoco está el almacén “El
26”, de don González-. La memoria de Eusebio era prodigiosa.
- Se llamaba “El 26”
porque ese era el número de teléfono –recordó Tobi-. La gente podía llamar para pedir que le mandaran las compras a su casa,
cuando no se conocía la palabra “delivery”.
-¡El teléfono! –se sobresaltó Eusebio-.
¿Estará todavía la Unión Telefónica?
-Mirá -Tobi señaló con el dedo
índice-: el edificio está un poco
cambiado, pero todavía se lee en la pared que fue construido en 1926.
-
La primera telefonista se llamaba Marietta
Di Lorenzo; y la última, Margarita Giles. Hasta que hicieron el edificio nuevo
en la calle 11, había un solo aparato de uso público en una punta del
mostrador. Todos escuchaban la conversación del otro –agregó Eusebio.
-Esta casa de enfrente
es de 1915. Fijate: está tan cambiada que ahora es un restorán. ¿Nos sentamos a
picar algo?
–propuso Tobi.
-Preferiría la pulpería y almacén de Trinidad
Fernández y Emilio Platero, acá, en la esquina de 6. Fue la primera del pueblo
–se sinceró Eusebio.
-Claro. Después Juan
Bello –otro precursor- instaló el corralón y ferretería “El Pilar”.
-Hablando de ferretería –recordó-, acá a la vuelta estaba la de los hermanos
Valenti.
- Sí, pero eso era antes... No te apures.
Detrás de esos negocios tiene que estar el Club Atlético...
-¡Claro! Lo fundó Justo
Barragán en 1926 acompañado de un montón de gente –Eusebio seguía haciendo
alarde de su memoria-. En esta casona
funcionó la casa de té, fue capilla y central telefónica. Después, fue centro
social y deportivo hasta que se unió con la Asociación de Fomento y empezaron
también a ocuparse de hacer mejoras para el pueblo.
-¡Y la música! Inolvidable
el festival de folklore con las mejores figuras. ¿Vamos a ver la Estancia
Grande?
–propuso Tobi.
-Mirá: acá también hicieron
locales. Detrás tiene que haber una casa donde hacia fines de los años ’50 y
’60 funcionaba una clínica en la cual nacieron los primeros bebés de City Bell,
sin contar los que nacían en sus casas.
-¡Qué linda sombra que
dan estos ombúes
–se sorprendió Eusebio- ... Deben tener
más de cien años...
-¡Más! Los plantó Jorge
Bell cuando la entrada de la estancia era ésta, por la calle que hoy se llama
como él.
-Lo que pasó fue que la
calle era puro barro por entonces, así que su hijo Percival hizo la otra entrada
con casuarinas que llegaba hasta la vía del tren. Si mirás desde el Centenario,
las ves.
-¿No sabés qué pasó con
la estancia? –se
interesó Eusebio.
-Jorge Bell nunca vivió
acá. Cuando él murió le quedó a su hijo Percival, casado con Alice Chantril; y
después, a ella con sus hijos Juan Allan, Audrey María y Lorna Pamela Bell
Chantril.
-¿Y qué pasó con ellos?
-En 1944 tuvieron que
mudarse a Buenos Aires, cuando el Estado les compró lo que quedaba de la
estancia para instalar el Batallón 2 de Comunicaciones del Ejército –informó Tobi.
-¿La estancia era grande
en serio?
-Bastante, sí. Bell tenía también la Estancia
Chica. Y además, otras en Tandil, Los Toldos y Balcarce -enumeró.
-¿Y qué hacían en la
estancia?
-Criaban ganado de las
mejores razas además de algo de cereales y forrajeras. Tenían muchos premios
internacionales por la calidad de los animales –Tobi estaba bien
informado.
- ¿Y en qué año fue todo
eso?
-Jorge Bell hereda la
estancia cuando se muere el papá, en 1879. Antes se llamaba San Ramón y tenía
una casa muy grande de una sola planta, que tiene casi 200 años, que era el
casco. Después, él le hace la planta alta. Ese edificio todavía existe y es del
Ejército.
-Otro lugar que debería ser para disfrute de todos
–Eusebio mostró un rictus de desagrado-. Me
contaron que por acá habían pasado los ingleses.
-Los Bell eran
ingleses...
-No –corrigió Eusebio-, ellos eran escoceses. Pero yo me refiero a
mucho antes. Cuando fue la segunda invasión inglesa, en 1807, las tropas
desembarcaron en Ensenada, cerca de acá, y vinieron avanzando por los bañados
que están ahí nomás. Y se dice que acamparon una noche en la estancia para
descansar.
-¡Seguro que algún
gaucho los vio y corrió a avisarle a los porteños para que estuvieran
preparados!
–Tobi se rió de su propia ocurrencia.
-¡Si, seguro! Cuando
llegaron se encontraron con que la gente los esperaba hasta con aceite
hirviendo para tirarles. Volvamos a Cantilo. Quiero ver si todavía está el
Correo –además
de memorioso, Eusebio era curioso y ansioso.
TRES
Volvieron a la carrera por Jorge Bell y, al llegar a
Cantilo, doblaron unos metros hacia la izquierda.
-No, no está más. Y tampoco el almacén de
Pontalti ni don Jesús haciendo chistes detrás del mostrador de la panadería Sol
de Mayo, ni la entrada del colegio Estrada –Eusebio hace un repaso de ese trozo de
cuadra-. El jefe de Correos era Fregossi, así como el
jefe de la estación de trenes fue Enrique Verge... –completa.
- ¿Sabías que Enrique
Verge fue quien primero escribió una reseña sobre la historia de City Bell? Una
vez la vi, en un papel todo amarillento.
-Si la tuviéramos ahora,
no estaríamos haciendo toda esta caminata por City Bell.
-No seas fiaca, Eusebio.
Pero ahí nomás, sobre 5, me parece que todavía está la usina –Tobi se hace visera con
la mano en la frente tratando de ver mejor.
-Sí,
pero no. Sigue siendo la empresa de electricidad, pero de la vieja usina no
queda nada...
-El encargado era el
hijo de don Tobías Büchele, al que le decían “Tobi”, como a mí. Hacían la
electricidad gracias a un motor Otto Deutz alemán. Eso sí: a las 10 de la noche
todo el mundo a dormir, porque a esa hora apagaban el motor.
-Se cuenta que si había
alguna fiesta en el pueblo, como un casamiento, Tobías dejaba un par de horas
más de luz, para que todos disfrutaran.
-¡Qué buen tipo! ¡Tenía
que llamarse Tobías!
-No te mandés la parte y
vamos hasta la esquina de 4 y 11, que quiero ver a la querida Escuela 12 –invitó Eusebio.
-¡Puuuuuh! ¡Cuántos
recuerdos!
- …la señorita Blanca
Rosa Medina de Gamboa, la señorita Célica Irurueta...
-También, sí. Pero me refería a que los
chicos veníamos en patota caminando o en bicicleta, y en cada cuadra se sumaban
más más. Jugábamos a ver quién rompía más escarcha durante el invierno.
-Rufino, que después trabajó en la
Municipalidad además de tener un kiosco, contaba que él vivía cerca del camino
Belgrano y Güemes y junto con su vecino Humberto venían casi en línea recta a
la escuela: ¡no había nada en el medio! –se sorprendió Eusebio.
-¿Te pusiste a pensar
cuántos chicos de City Bell se educaron en esta escuela?
-¡Montones! Porque antes
funcionaba en una casa que está en la calle 8 entre 15 y Pellegrini, que antes
era de un señor que se llamaba Juan Zambano –aseguró Eusebio.
-Y la primera maestra se
llamaba Rosa Malter y el primer abanderado fue Carlos Lestard –Tobi no se quedaba agrás
con los recuerdos.
-Epa... ¡Qué memoria!
-Estamos cerca de la plaza. Vamos un rato a
los juegos –propuso Tobi.
-¡Dale!
-Ahí en la esquina,
donde está ese banco, había otro que fue el primero de City Bell. El gerente
era Francisco Occhipintti y abrió en 1963 –comentó Tobi con el índice de su mano
derecha en alto.
-Y donde está ese otro
banco estaba la calesita –agregó Eusebio-. ¡Si
me habré pasado tardes enteras dando vueltas y tratando de sacar la sortija! Si
volviera a ser grande me gustaría ser dueño de una calesita para que todos los
chicos puedan jugar gratis.
-¡Ja! ¿Me dejarías ser
tu socio?
-¡Hecho! –respondió Eusebio, y se
dieron la mano.
-¿Estarán los tranvías
todavía?
-¡¿Tranvías?! ¡Nunca hubo
tranvías en City Bell! El primer transporte fue el micro Flecha de Plata y
después la línea 3...
-Ya sé –aclaró Tobi-. Pero con viejos tranvías el padre Blas fundó
la primera escuela secundaria de City Bell llamada Fray Mamerto Esquiú. Con el
tiempo, de a poco fue construyendo aulas para reemplazar los tranvías.
-¡Guaaauuuu! ¡Mirá qué
grande que es el colegio ahora! Jardín de infantes, primario, secundario,
adultos, terciario... Con razón el cura la llamaba “la esquina de la educación”
–se
sorprendió Eusebio.
- Y, sí, el padre Blas
Marsicano fue un visionario que contó con un montón de padres de alumnos que
trabajaban a la par de él –agregó Tobi-. Pero un
poco antes, en 1956, cinco maestras de La Plata fundaron el colegio José Manuel
Estrada, que fue el primer primario privado del pueblo.
-Y ahí nomás, el padre
José Dardi fundó el Ceferino Namuncurá en su parroquia –completó Eusebio.
CUATRO
Por la calle 2 volvieron a Cantilo y se detuvieron a
mitad de cuadra.
-¿Ves esta casa de altos, revestida en
parte con piedra? Antes estaba pintada a rayas horizontales. “La casa rayada”
le decíamos. Y en el templo que está en frente, funcionaba el cine.
-¿Un cine? ¡Buenisimo! –Tobi no salía de su
sorpresa-
-Sí...
daban unas películas fenómenas, aunque en invierno te morías de frío. Si no
quedaba lugar, la gente se traía la silla de la casa y se sentaba igual a ver
la película.
-¿Y quién pasaba las películas? –quiso
saber Tobi.
-Un señor de bigotes con
un apellido complicadísimo.
-Ya sé... Enrique Kirschenheuter,
se llamaba. En mi casa arreglaba la radio y el televisor cuando se rompían.
Sabía un montonazo y era rebueno.
-Sigamos por Cantilo –propuso Eusebio.
-Pará, no te vayas. ¿Ves esos locales antes
del cine? Ahí tenía la rotisería don Pedro Vojkovic. Su hijo “Peta” peleó en
Malvinas y dio la vida por la Patria. –Los dos disimularon sus lágrimas.
-¡Viva Peta! ¡Viva la Patria! –Eusebio levantó su
brazo derecho, con el puño cerrado
-¡Viva! -lo imitó su amigo.
-Sigamos. Quiero ver
unas casas viejas que me llaman la atención.
-A mí, lo que me llama
la atención es cómo la gente fue destruyendo las primeras casas del pueblo –se exaltó Tobi.
-Tenés razón –coincidió el otro.
-Desde donde venimos, cerca del camino
Centenario y en varias calles, en muchos lugares donde ahora hay negocios antes
estaban las casas que se hicieron por los años ’20, para poder vender mejor las
tierras.
-¿Quién vendía? ¿Jorge
Bell?
–quiso saber Eusebio.
-No... él se murió en 1910. Sus hijos se
repartieron sus tierras y Eduardo, unos de ellos, junto a otros familiares y
socios, formaron una empresa a la que llamaron “Sociedad Anónima City Bell”. Y
le compraron a los demás herederos 300 hectáreas para hacer un pueblo. Una
hectárea es igual a una manzana –Tobi parecía estar dando lección de historia.
-¿300 manzanas?
- Sí, manzanas de tierra, de 100 metros por 100 metros. No manzanas
para comer, tonto. - A
Tobi no le hizo gracia el chiste de Eusebio.
-Era un chiste, nomás.
¿Cuáles eran esas manzanas?
-Iban
desde el camino Centenario hasta la calle 25, y desde Güemes hasta Alvear. Y entonces hicieron un plano del futuro
pueblo, que iba a tener una parte residencial desde el Centenario hasta
Sarmiento y desde Pellegrini a Rivadavia, y el resto, de quintas de cultivo de
verduras y frutas. El primer quintero se llamaba Eusebio Carnevale.
-¡Ja!
Esta vez te gané, ese también fue un
prócer de este pueblo y se llamaba igual que yo: Eusebio.
-Pero resulta que como
de oficio era ladrillero, le propusieron que en vez de cultivar verduras
fabricara ladrillos, porque acá no había nadie que los hiciera. Y con esos
ladrillos se construyeron las primeras casas de City Bell. Uno de los primeros
constructores se llamaba Luis Gamerro. Justo en esta cuadra por la que vamos,
de Cantilo entre 17 y Sarmiento, queda una de las casas hechas por él, mirá.
-¡Buenísimo!
–repuso Eusebio-. Ya que estamos acá,
vamos hasta el Club de la Vela.
-¿El qué?
-El Club de la Vela le llamaban al
Argentino Juvenil Club –explicó Eusebio-. Antes
era la Asociación de Jóvenes Cristianos y la dirigía el padre Casiano, un
franciscano que venía de Villa Elisa. Pero en 1946 los jóvenes decidieron
fundar su propio club y ponerle Argentino Juvenil Club, para conservar las
iniciales: AJC.
-Yo sé que llegó a ser muy importante.
Hasta finaless de los años ’50 se armaban unos bailes buenísimos y vinieron las
orquestas de tango y de jazz más importantes del país en esos años –repuso Tobi.
-Entre sus dirigentes había toda gente
trabajadora: Del Tufo, Bermúdez, Dorr, Negri, Lauretti, Siano, Molfino, Banfi,
Garde, Forneris –enumeró Eusebio-… eran muchos. Lo que sí, en aquellos bailes
se enamoró mucha gente, que luego se casó y así se formaron muchas de las
familias actuales de City Bell.
- Mirá-observó
Tobi-: acá enfrente estaba el almacén
Modelo, de Oscar Marchessotti. Y ahí nomás “Terucho” Del Tufo tenía la
verdulería.
-¿Sabés? –preguntó Eusebio con
aire filosófico- Una vez se me dio por
pensar que aquella persona que no había comprado verduras en lo de Del Tufo o
en lo de Milano; carne en la carnicería de algún Moreno, o no se haya cortado
el pelo con Marino o con Tagliaferro o con Angelone, no era verdaderamente de
City Bell. Pero son pavadas mías.
-Pero no estás muy lejos –lo tranquilizó
su amigo-. ¿Sabés qué había en la esquina
de Cantilo y Silva? El almacén de don Daniel Piñeyro. Y al lado, sobre Cantilo,
la fábrica de muñecas de la misma familia.
-Hablando de fábricas,
cuando veníamos por Cantilo entre 17 y 19 me acordé de la Perfumería Laurent,
que elaboraba cosméticos, y Cointreau, que hacía el ruhm Negrita, el anís 8
Hermanos y el famosísimo (y riquísimo) licor Cointreau -detalló Eusebio.
-¿Sabés quién hizo la
iglesia de Silva y Rivadavia?
-El padre Dardi!
-¡Perdiste! Fue la hermana
María Ludovica
–lo corrigió Tobi.
-¿La del Hospital de
Niños, que ahora es beata?
-La misma. Esos terrenos
el Gobierno se los había dado para que el hospital cultivara sus propias
verduras y tuviera sus vacas para la leche. Cada vez que venía a trabajar la
quinta, la hermana Ludovica aprovechaba para enseñar catecismo a los chicos del
barrio. Y hacia los años ’30 construyó la iglesia.
-Ah, claro. El padre José Dardi fue el primer
párroco y vino en 1956. E hizo una obra gigantesca -afirmó Eusebio.
-Sí, tenía un fuerte
compromiso social y andaba con un jeep por todo el pueblo ayudando a la gente.
Un santo, el cura.
-¿Sabés cuál fue el suceso más grande que se
produjo en City Bell? –Eusebio era una máquina de desafiar a los recuerdos
-¿La Doctor’s Jazz Band? ¿El grupo de teatro La Caterva? ¿Virus?
--Nooo...
me refiero a antes...
-Ya sé –repulso Tobi-; esta vez el chiste te lo hice yo. ¿La caída
del avión?
-Claro. En realidad, no fue una caída sino un
aterrizaje de emergencia, el 28 de abril de 1938.
-¿En qué pista?
- En ninguna –repuso Eusebio.
-¿Entonces?
-Dicen que estaba lluvioso y el avión (un DC2
de la Panamerican Grace) no podía aterrizar por el mal tiempo. Seguramente
tenía que ir a Morón. Imaginate que en esa época no existían ni Ezeiza ni
Aeroparque.
-¿Y qué hicieron –Tobi no puede con su
ansiedad y su asombro.
-Entonces empezó a dar
vueltas esperando que le dieran permiso para aterrizar, hasta que se quedó sin
combustible. ¡Y aterrizó sobre los maizales que tenía plantados el señor
Marsicotti! No pasó nada, pero pudo haber sido trágico.
-¿Dónde era?
-Más o menos, entre el Country de Estudiantes
y el arroyo Martín –Eusebio señala a lo lejos con el brazo estirado-. La gente se pegó un susto bárbaro, porque
sentían el motor pero no veían el avión por las nubes bajas. Y cuando el piloto
disparó una bengala avisando la emergencia, creían que se estaba cayendo la
luna...
-Me imagino el susto…
-¡Más vale! Y en esa época los
aviones se veían en las fotos de los diarios. Porque ni siquiera televisión
había. Y mucha gente no leía los diarios…
CINCO
- ¿A ver cómo estamos de
memoria?
–desafió Tobi.
- Dale.
-¿Tiendas de ropa de
antes?
-La de Saposnik y Casa
Saho.
-¿Dónde tuvo su cancha
de fútbol el Club Atlético?
-En la plaza San Martín
y en Centenario y Güemes.
-Muy bien. ¿El primer
surtidor de nafta?
-El de José Carnevale,
más conocido como “Pinela”. Estaba en Centenario entre Pellegrini y 15. Después
fue de Agustín Robledo.
-¿Quién fue el primer
médico de City Bell?
-El doctor Eduardo Raffi. Luego llegó el
doctor Horacio Trebino –Eusebio era muy preciso con sus respuestas.
- ¿La primera farmacia?
-La de Jaime Rodríguez,
en Centenario y 15. Después la compró Abel Guglielmino y la mudó a Cantilo y 4..
-Nombre del más
importante escritor citybellino:
-Roberto Themis Speroni.
La calle 10 lleva su nombre.
-¿Dónde estaba el horno
de ladrillos de Eusebio Carnevale?
-Entre el camino
Belgrano y la calle 25, y entre Cantilo y 11.
-¿Cómo se llamaba el
recreo que estaba junto al arroyo Rodríguez?
-Venecia. Tenía pileta,
la gente remaba en el arroyo y ahí hasta se filmó una película.
-Apellido de una familia
emblemática de City Bell, que en los primeros años se dedicó al transporte de
cargas.
-¡Verge!
-¿Club de fútbol
“grande” que en 1926 vino a jugar contra el primer equipo del Atlético?
-Racing Club de
Avellaneda.
-Apellido de una familia
italiana que lleva casi setenta años en City Bell, y sus hijos se dedicaron a
reparar zapatos, cortar el pelo y la industria metalúrgica.
-Marino. Gianni y Vicente, peluqueros;
Genaro y Antonio, zapateros, y Matucho, herrero.
-¿Quién era el
propietario del almacén El Argentino, que estaba en la esquina del camino
Belgrano y 11?
-Pagani.
-¿Cómo se llama la calle 21?
-Entre Güemes y
Rivadavia se llama Intendente Silva. Entre Rivadavia y Alvear, se llama Padre
José Dardi.
-¿Y Rivadavia, en el
pedazo entre 19 y 21?
-Sor María Ludovica.
-¿Cómo se llama la calle
11?
-Juan B. Justo.
-¿Cómo se llama la calle
17?
-Doctor Eduardo Raffi.
-¿Cómo se llama la calle
15?
-Tomás Bernard.
-¿Cómo se llama la calle
20?
-Paul Harris.
-¿Cómo se llama la calle 5?
-José Manuel Estrada.
-¿Y la 12?
-José Hernández. Ahora
pregunto yo
–Eusebio quiso poner a prueba los conocimientos de su amigo:
-Dale.
-¿Cómo se llama el
barrio ubicado del otro lado de las vías del ferrocarril?
-Savoia. Por don José Savoia, antiguo dueño de esas tierras.
-¿Qué club tradicional
está ahí?
-El Club Hípico y de
Golf.
-¿Dónde está el barrio
Santa Ana?
-Entre las calles Alvear
y Pública, y entre 17 y el barrio Los Tilos.
-¿Y el barrio Güemes?
-En torno a esa calle,
desde la calle 32 en adelante. Pero hace muchos años, era Güemes, Monteagudo,
desde la calle 19 hasta el camino Belgrano.
-¿Y el barrio Los
Porteños?
-Calle 11 “al fondo”,
casi llegando a 144, y de ahí hasta el arroyo Carnaval. Antes era una colonia
de portugueses agricultores y floricultores. Hoy hay muchas viviendas. Y
siguiendo un poco más, está el barrio Las Banderitas, colonia japonesa de
floricultores.
-Te felicito. Vos
también sabés “un toco” sobre el pueblo.
SEIS
-Pufff... Charlando y
caminando llegamos hasta 22. Pensar que en esta esquina, donde ahora hay
negocios, había un campito donde los chicos del barrio se juntaban a jugar al
fútbol. Allá había cañaverales y sobre Cantilo, unos eucaliptos altísimos que
se veían desde lejos
–Tobi disfrutaba de cada recuerdo.
- Y en la mitad de
cuadra estaba la primera –y una de las pocas- disquería que hubo en City Bell:
“Artón Radio”, se llamaba, y era de Antonio Trejo y Luis Giffoni. También
arreglaban radios y televisores.
-¿Hacemos una última
corrida?
–propuso Tobi-. Quiero ver el tanque de
agua. El viejo.
-¡Miráaa! Ahora me parece chiquito, pero
antes, dominaba todo el paisaje. ¡Era enooorrrmeee!
- Venimos caminando
desde el camino Centenario y estamos casi en el Belgrano. Vamos hasta ahí, a
sentarnos en el cordón de la vereda.
-La pucha, cómo cambió
City Bell –Eusebio
sonó entre reflexivo y melancólico.
-Muchos negocios,
demasiados autos, muchas caras nuevas...
-Y bueno, el mundo
cambia, Tobías.
-Y sí, aunque para mí,
City Bell va a ser siempre City Bell –Tobi puso sus brazos en cruz sobre su pecho y
soltó un suspiro
-Y
sí...
Mientras se ataba los cordones de los zapatos,
Tobías vio que sus pantalones volvían a hacerse largos, que su pelo blanco se
revolvía al viento y que una lágrima de emoción se escurría por el tobogán de
su nariz. Un señor canoso y de anteojos, muy parecido a Eusebio, se alejaba
caminando, lentamente, nostálgico.
FIN