“Quierda, quierda, quierdaderechiquierda; re-doblado. Aaal-to. Soldados: la rotura de marcha se realiza con el pies izquierdo. ¿Tamo? Carrera march, cuerpo a tierra. Carrera march”.
El cabo Baigorria (podía haber sido Torres o cualquiera de los otros) instruía a la tropa a su cargo acerca del ejercicio de marcha. El suboficial, cordobés hasta las tripas, arrastraba inevitablemente las “r”; además, agregaba una “s” sobrante a “pie” y hablaba de “rotura” en lugar del tecnicismo “ruptura”. Y todo acababa con baile: cuerpo a tierra, carrera march, cuerpo a tierra.
Creo que jamás en mi vida me había tirado cuerpo a tierra antes del servicio militar. Nunca tuve –ni tengo- agilidad ni plasticidad para el movimiento físico. Por lo tanto la simple perspectiva de lanzarme al suelo panza abajo como parte de una rutina cotidiana era en sí misma un desafío supremo para mí, y eso significaba que debía poner toda mi energía en ese simple acto. Sobre cardos espinosos, sobre pastos escarchados o sobre el cemento ardiente de la plaza de armas bajo un mediodía de verano, me zambullía de cara y pecho al piso poniendo las manos abiertas para frenar el impacto al ritmo del silbato o la voz de mi superior.
Oficiales y suboficiales, y aún mis compañeros de colimba, se sorprendían de mi aplicación a la hora de hacer cuerpo a tierra. Me decían que estaba loco, que por qué me tiraba así, tan efusivo. No iba a revelarles que de todas las exigencias que implicaba la conscripción, era la que más me costaba y que sabía que hacerle frente sin pensar, me permitía disimular mi inutilidad para todas las otras actividades militares a las que también estaba obligado a enfrentar.
Mientras estuve bajo bandera y más aún después de ello, el cuerpo a tierra se convirtió en símbolo de dificultad, de desafío a vencer. ¿Problemas laborales? Es hacer cuerpo a tierra. ¿Necesito un implante de cadera? Cuerpo a tierra. ¿Se incendió parte de la casa? Cuerpo a tierra.
Cada día se presenta con dificultades que son desafíos que tarde o temprano tendré que superar. Cada nuevo día es un cuerpo a tierra al que ineludiblemente me deberé tirar.