Denisse trabaja en la casa de Daniel. Va dos veces por semana, de común acuerdo, a ganarse el pan dignamente, no más de tres horas por vez, aunque a veces trabaja dos y se lleva el importe por tres. Más el costo del pasaje. El papá de Denisse, además, algunos fines de semana corta el pasto en lo de Daniel.
Denisse, su mamá y alguna de sus hermanas trabajan también en una cooperativa que atiende un comedor barrial y por esa tarea cobran planes sociales que maneja un puntero. Hacen su tarea con seriedad y responsabilidad.
Pero a cambio, lo que no figura en el estatuto de la cooperativa ni en la ley que dispone el otorgamiento de los planes sociales, es que ellas deben concurrir a las marchas que el coordinador les indica. Al subir y bajar del micro que las lleva y las trae, les toman asistencia. Si no están, no hay plan social ni tampoco el plus en pesos con que las tientan por la concurrencia.
Daniel es empleado en una empresa en Buenos Aires y la mayoría de los días tiene complicaciones para llegar a su trabajo o para volver de él: las marchas y los piquetes de protesta y reclamo son la causa de sus retrasos y desvelos. Denisse suele ser partícipe de esas manifestaciones.
Más aún, los días en que debe ir a una de esas marchas le avisa a la esposa de Daniel que no irá a trabajar porque tiene que ir a cortar una calle para reclamar trabajo.
Daniel no quiere agrandar la grieta. Por el contrario, hace todo lo posible por achicarla, al menos por donde él se mueve. Pero algo, además de la grieta, no le cierra. Hay algo mal que no está bien en este asunto y Daniel no avizora dónde está la solución.