Había
pautado una entrevista para las tres de la tarde, en lugar histórico frente al
río. Conocía a mi entrevistado de antemano y decidí llevarle de regalo una
planta de yerba mate.
Hizo
calor ayer. Él estaba terminando con una fajina doméstica –limpieza y orden-;
me saludó, me invitó a pasar, a usar sus equipos de radio. Le recordé que
habíamos coordinado de charlar los tres: él, mi grabador y yo. Me dijo que en
un ratito, con unos mates de compañía.
Lo
dejé hacer, recorrí el lugar, tomé fotografías, me metí en el tema doloroso del
de habríamos de conversar. Cerca de las cuatro llegó un remís. Mi futuro
reporteado guardó un llavero en su mochila, me extendió la mano y me dijo:
“Disfrutá de la visita, hermano”. Y lo vi alejarse a bordo del remís.
Un bar para tomar mate. |
Para
premiar mi fracaso decidí ir a conocer Matea, el bar matero que hay en el
centro de La Plata. Dese hace tiempo me viene haciendo cosquillas la neurona de
la curiosidad en torno a este tema del mate en un bar. Me gustó el ambiente al
entrar pese a no haber clientes. La empleada tenía un hablar más del Orinoco
que del Paraná –luego me confirmaría que es venezolana-, pero más que
suficiente para explicarme el funcionamiento del lugar. De los cuatro tipos de
yerba orgánica y de secado natural que ofrecen (Takuapy, Tupá, Guasú y Yací) opté por el tercero, de sabor ahumado. Exquisito.
El
servicio consiste en un mate de vidrio con las tres cuartas partes de la yerba
elegida más un termo de medio litro y una bombilla de aluminio. Además, una
pequeña jarrita con agua tibia para humedecer la yerba. En la carta, además de la
oferta gastronómica, explican cómo preparar el mate, cómo cebarlo
y hay referencias a las bondades de la yerba mate. Claro y preciso.
Consumí
mi agua, compré yerba de marcas que andaba buscando para probarlas y me volví a
casa contento. La entrevista había sido un éxito.