lunes, 7 de enero de 2019

Noche maravillosa

Ufff... medio viejita, pero siempre eterna esta crónica. Viene al caso, por el calendario y es una de las que más quiero. La dejo en los zapatos de cada uno de ustedes.



Noche maravillosa
Qué noche maravillosa la del 5 de enero, la noche de Reyes. La noche de los zapatos, el pastito recién cortado y el agua para los camellos. Noche de magia e ilusión aún para tantos adultos que, en lo más profundo del sentimiento, esperamos a los Reyes no por el regalito, no por lo que dice la Biblia. Sino porque tal vez se trate del último vestigio de la inocencia que tuvimos cuando éramos chicos. Dios nos la conserve, seamos o no creyentes. Un sentimiento extraño e indefinido nos hace pensar que se trata de una noche particular en que la soledad, lejos de pesar en el alma, trae la paz enriquecedora que el jolgorio y la pirotecnia del 31 de diciembre nos han rasgado de arriba abajo como una camisa gastada se abre por la espalda.

Pesebres de fantasía
Quien más quien menos, todos hemos alguna vez armado un pesebre y puesto en él toda nuestra dedicación, nuestra seriedad, nuestra imaginación. En algunos casos la estufa hogar inactiva durante el verano era el lugar ideal. Es que le daba a la cosa un clima especial, de gruta y de calidez a la vez, de lugar de encuentro familiar. Además, en otro sitio, ¿de dónde colgar la estrella indicadora de lugar del Nacimiento? Tanto esmero en recortar prolijamente el cartón y forrarlo con el papel de los alfajores merecía su sitio de privilegio; casi tanto como el mismísimo niño Dios. Y para eso estaba la chimenea.

Las montañas eran bollos de diarios viejos cubiertos con papel madera pinceleado con litros de témpera verde y coronado con nevadas de lana de vidrio, esa fibra blanca y filosa que sólo papá o mamá podían manipular. Con el transcurrir de los años el cronista se comenzó a interrogar si en la Palestina de dos mil años atrás solía nevar como en nuestros queridos pesebres. Un poco de arena y trozos de espejos daban vida a magníficos lagos y lagunas que no condicen con la aridez de la región, pero que estaban habitados por toda clase de fauna, en las variedades más diversas. Desde estatuillas de yeso adquiridas exprofeso con el fin de animar el pesebre, hasta los animalitos ganados en el sobre del Topolín o manoteados en complicidad familiar de la caja del Juego de la Oca.

Noel y Noé
A decir verdad, había veces que los pasajes bíblicos parecían confundirse. La insólita y variada fauna reunida era más digna del arca de Noé que del portal de Belén. Nuestra confusión histórica hasta nos hacía construir carabelas con plastilina y cáscaras de mitades de nueces para que navegaran en las quietas aguas artificiales de aquel paisaje de fantasía. Fue un milagro que San Martín sobre su blanco caballo no emergiera de entre los cerros de papel y los bosques recreados con ramitas de los aromos de la vereda, porque de lo contrario habría parecido más un tango de Discépolo que un pesebre familiar.

Claro que todo ello pasaba muchas veces desapercibido ante otro detalle más que evidente: nuestro niño Dios era tan grande frente al resto de los personajes tan pequeños, que sus brazos abiertos desde el catre de tronquitos eran suficiente para abrazar a José y María juntos. Y junto a todo ello, los pares de zapatos recién lustrados, a la espera de recibir su corona de paquetes y regalos. Quién te ha visto y quién te vé, lustrando zapatos hasta la suela en algún momento del día, no vaya a ser cosa que los tipos del camello siguieran de largo asustados por la tierra que tenían y el olor a pata... Descubierta con el tiempo la verdad de la historia, jamás el cronista volvió a lustrar su calzado con la misma dedicación. Una cepilladita y basta...

Además del pesebre estaba la cuestión de los camellos, esos caballos con jorobas que llevaban a los tres Reyes Magos y que tenían mayor prensa que el trineo de Papá Noel. Éstos, durante la noche misteriosa, comían y bebían el pasto y el agua que les dejábamos hacia el atardecer de la víspera y que antes de despertarnos nuestros padres revoleaban por encima de la ligustrina del baldío colindante. ¿Quién podía discutirle a aquél chiquilín que había escuchado los pasos de los cuadrúpedos junto a la ventana del dormitorio? Por otra parte, eran noches de vigilia en la cama hasta que el sueño y el cansancio podían más que la ansiedad y ese corazoncito agitado caía en el más profundo de los sopores.

Entre nubes y cohetes
Las noches previas a la de Reyes otear el cielo en dirección a la luna era todo una experiencia. Porque ellos venían de allí, creía uno, y con seguridad ya se estarían preparando para el largo viaje o, más aún, estarían en plena marcha descendente. Las manchas selenitas eran a menudo tres figuras humanas llenando de paquetes una gran bolsa. Otras veces eran tres jinetes portando alforjas repletas de regalos.

En el barrio formábamos una barra numerosa y a la siesta -hora vedada para la pileta porque con el batifondo que hacíamos nadie dormiría en el vecindario-, solíamos discutir ese tema visceral. ¿Cómo bajarían los tres Reyes y sus camellos desde la luna? La Apolo XI todavía no había aparecido en diarios y noticieros, así que era una posibilidad inimaginable. La única opción que constituyera el eslabón perdido de la cadena eran las nubes, y el desafío era por las noches descubrir con la imaginación los cirrus que conformarían esa especie de autopista celestial que uniera la tierra con el cielo.

Como podrá advertirse, la fiesta de Reyes tiene más fuerza para este escriba que la de Navidad. Dicho de otro modo y para ser más claros, la figura de los magos de oriente le despierta más afectos que la de Papá Noel, Santa Claus o Nicolás, más allá de cualquier significado religioso y espiritual. Quizás porque el gordito nórdico es símbolo universal y comercial de las fiestas de fin de año y uno cada vez se desapega más de las imposiciones de la publicidad.
El cronista no sabe por qué, pero la de hoy, la de los Reyes Magos, es una fiesta que puede más que su escepticismo propio de adultos, y aunque sabe que llegará el día en que tenga que revelarle la verdad a su hijo, la vive con alegría y expectativa. Alguna vez le tocó pasarla de vacaciones, junto a un lago patagónico, durmiendo a la luz de la luna y de las estrellas junto a sus amigos de entonces. No estaba en el vasto cielo cordillerano de Quila Quina aquella estrella milagrosa de Belén. Pero la claridad de la noche y el lago sereno y casi espejado daban ese clima especial de leyendas y misterios.

Enero, 1996.
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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Mejor es ennavidarse

    Quiérase o no el espíritu del final del año está presente en las conversaciones, en los planes, en las noticias... Aún para aquellos que por una cuestión de fe no celebran la Navidad, el cambio de año es insoslayable y, aunque no quieran, les llegará algún brindis, algún saludo; o por lo menos, el medio aguinaldo de diciembre. Y si así no fuera, ya pasará el basurero tocando timbre y dejando la tarjetita de saludo a cambio de algún billetito a voluntad.

    Sin duda que la Navidad es el centro de este tiempo. La hemos heredado a través de la fe junto con la civilización europea y occidental que nos ha tocado en suerte y junto con ella vinieron las comidas cargadas de calorías –ideales para esta época en el hemisferio Norte-, la figura de Papá Noel como popularización de san Nicolás de Bari –un obispo heredero de fortuna familiar que decidió repartirla entre los niños más necesitados de Pátara, la ciudad turca de donde era patriarca- y el estruendo de los fuegos artificiales.

    Cuando éramos chicos no podíamos concebir los primeros días de las vacaciones escolares sin molestar con los cohetes y los triangulitos, ya que no era mucho más lo que nos dejaban comprar. Tomábamos todas las precauciones de seguridad, esperábamos que el último vecino del barrio se levantara de la siesta y allá íbamos, a meter un poco de ruido.

    Con el tiempo, con la pirotecnia pasó como con los helados: de ser un producto asequible sólo en esta época del año, pasó a conseguirse y consumirse durante los doce meses sin demasiado esfuerzo, más allá del económico.

    Pero en este tiempo en que parece que nos portamos peor que cuando éramos chicos, la pirotecnia aparece anotada en el pizarrón junto con los chicos malos: se le acusa más de molestar a las mascotas que a los humanos o de ser potencialmente peligrosa para quien la manipule.

    Desde diversos espacios se pide el no uso de pirotecnia y fuegos de artificio en nombre de la salud de perros, gatos, mascotas y pájaros. Quiere decir que desde los chinos de hace dos mil años para acá nos vinimos portando muy mal para con nuestros queridos animales.

    Pero resulta que chinos, hindúes, griegos y romanos, desde tiempo inmemorial sumaron la pirotecnia a sus grandes ceremonias no sólo con un fin festivo sino también, en sus creencias, para ahuyentar los malos espíritus con vistas al año que iniciaban, a la fiesta que celebraban, a la etapa que comenzaba como podía ser, por ejemplo, la siembra.

    Vale decir que en su origen cohetes y fuegos artificiales tuvieron un sentido que le hemos perdido.

    En todo caso, la costumbre platense de armar y quemar muñecos pirotécnicos cada 31 de diciembre o en las primeras horas del 1º de enero, tiene la virtud de reunir en torno de ellos a la comunidad barrial después del brindis familiar. Pavada de virtud. Y ni hablemos del arte volcado en su realización, que en muchos de ellos no tiene desperdicio.

    Pero hablábamos de la Navidad, que para muchos es una cuestión religiosa, para otros una cuestión social y para otros, meramente comercial. En todo caso está cumpliendo la función de unirnos a todos, cada cual a su modo, llevándola en el pensamiento y en el sentimiento por algunos días.

    La muestra de pesebres y el eslogan “Navidad en City Bell” ya son un clásico local. Darse una vueltita por las ferias artesanales citybellinas para comprar presentes para todos los participantes de la mesa navideña es casi un imperdible de cada diciembre.

Recorrer los barrios para apreciar las casas y sus jardines ornamentados para la ocasión es otra propuesta para no despreciar, aunque nos falte la nieve de las películas y todo parezca más Coca Cola que un humilde pesebre para un niño por nacer. 

    Lo deseable, entonces, es que cada uno tenga su Navidad y su Año Nuevo. No importa si no hay un Niño Dios naciendo dentro por una cuestión de creencia. Lo que importa es que no pase sin ton ni son, que aminoremos el paso, que miremos hacia adentro y también alrededor. Que nos encontremos con nosotros, con el otro; que sepamos que unos y otros nos necesitamos, que nos tenemos.

    Que la Navidad y el Año Nuevo sigan existiendo sin el estruendo de la pólvora inflamada, aunque no concibo una Navidad silenciosa ni un villancico cantado sin fuegos de colores como fondo. Y si en vez de un villancico autóctono aparece Bing Crosby cantando Navidad Blanca, da lo mismo.

    Esta Nochebuena y este Año Nuevo, en las burbujas de nuestra copa estarán todos los nombres que fueron parte de nuestro año que se va. Y estarán todos los deseos de unos y de otros para que se vayan construyendo a lo largo del que viene.

    Salud, felicidades y que sea Navidad, entonces, muy dentro de vos, y de vos, y de vos, y de vos, y de vos, y de vos, y de vos...
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martes, 23 de octubre de 2018

Lenguaraces se necesita


         Necesito un lenguaraz. Los conquistadores españoles de los siglos XV y XVI tenían uno. Y los que siguieron después, tratando de entenderse con los habitantes de la pampa y alrededores, también. Un lenguaraz no en la acepción que le da hoy el diccionario, de “persona que habla con descaro y desvergüenza” sino en el sentido de intérprete, traductor, alguien capaz de entenderse con quien habla otra lengua aún sin dominarla.

         Me pasa que entre las vidrieras de los comercios y las publicidades hechas en spanglish o directamente en el inglés más rancio y puro y lo que leo en Facebook y Whatsapp –no tengo cuenta en otras redes-, cada día me cuesta más entender lo que se dice.

         Admito que las más de las veces pongo mis dedos en la tecla equivocada (bueno, el teléfono ya no tiene teclas y casi tampoco botones) y que no siempre advierto el error antes de enviar el mensaje. Pero al menos procuro seguir las reglas gramaticales: signos de interrogación y exclamación de apertura y cierre, acentos, palabras completas, ortografía… Y trato de entenderme con el corrector de textos y de utilizarlo.
 

         Lo del inglés, admitámoslo, viene de arrastre. Desde los tiempos de los frigoríficos ingleses consumimos rosbif (roast beef o bife asado, cocido al fuego) y bistec (beef beef steak, bife de carne de vaca). Y ni hablar de un deporte tan popular como el fútbol, que desde su misma denominación nos remite al origen sajón. El orsay es off side, el centrojás es un center half o delantero central y le siguen el fau, el güin y el insái, por poner algunos ejemplos.

         Pero esto de ver las vidrieras de los comercios promocionar sus ventas en inglés, ya es otra cosa: “sale 30% off”, lejos de ser una promoción de repelente para mosquitos a precio de oferta, es una indicación de que ciertos productos valen treinta por ciento menos que su precio de lista.

         Un black friday no es un viernes negro, sino un día de grandes ofertas en el cual los comercios participantes cobran por única vez lo que deberían cobrar todos y cada uno de los días de la semana.

         Mummy’s day”, decía el escaparate de una casa dedicada a indumentaria femenina que vio el Día de la Madre como una buena oportunidad –por cierto de está en todo su lícito derecho- para atraer clientes y hacer buenas ventas.

         Y otra cosa: ya no hay ventas sino que todas son “sales”. Las cosas “sale 30% off” o, para hispanizarnos un poco, podemos encontrar una “gran  barata”, pero casi no hay liquidaciones u ofertas como antes.


         Es cierto que hacer estos planteos desde un pueblo que porta un nombre de base inglesa parece un tanto irracional, aún cuando “City Bell” no es una construcción legítima gramaticalmente hablando. Pero la cuestión pasa por otro lado. Somos argentinos, orgullosos habitantes de estas tierras y como tales, heredamos la lengua del conquistador español. Nuestra identidad y nuestra idiosincrasia se componen en gran medida de ella.

         Tendría más lógica que mezcláramos en nuestra cotidianidad vocablos guaraníes, o quechuas, o pampas, o mapuches, por poner ejemplos. Porque a este paso la Pachamama va a acabar siendo la Groundmother o la Earthmother, para ponernos a tono con los usos y costumbres de esta sociedad que estamos siendo. Estamos terminando octubre, así que muy pronto vendrán las merry christmas y el happy new year con la nieve, Santa Claus y los renos incluidos.

         Retomando la cuestión de las redes sociales y cómo nos comunicamos a través de ellas, resulta casi tenebroso comprobar cómo nos embrutecemos en el día a día. Sin hacer estadísticas podemos arriesgar que es una amplia mayoría la que escribe sin signos de puntuación, que reemplazan el binomio qu por la letra k, que ponen puntos para separar palabras, que ignoran casi deliberadamente las más elementales reglas de la gramática y de la ortografía y mucho me temo que eso no sea falta de instrucción –que no sería algo atribuible a los actores de la cuestión- sino lisa y llanamente un desinterés deliberado por ajustarse a aquello que nos permite entendernos: nuestra lengua,

         Por eso, decía al inicio, habremos de necesitar un lenguaraz que cumpla las funciones de intérprete cada vez que leemos una vidriera, que vemos una publicidad por televisión (o la escuchamos por radio) o que recibimos el más elemental saludo a través del teléfono: emoticones, emojis y demás bichitos dibujados son lo más parecido a los jeroglíficos del antiguo Egipto. Ojalá seamos capaces de legar a las generaciones venideras la centésima parte de lo que los egipcios nos dejaron,
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23 oct 18






martes, 11 de septiembre de 2018

Sobremesa


Doña Victoria se solazaba de haber parido a sus cuatro hijos arriba de la mesa de la cocina. Don José daba crédito de los dichos de su esposa y Humberto, el mayor de su descendencia, no recordaba que en su casa, siendo chico él, hubiese habido otra mesa en la cocina que no fuera esa.

Victoria y José no eran familia de dinero y llegaron de Italia con escasez de liras en los bolsillos. La mesa que compraron para su cocina, por tanto, era bastante austera: patas de pinotea y tablero de quién sabe qué, cajoncito con divisiones al frente y nada más.


Humberto la llevó consigo cuando formó su familia, luego la prestó a su cuñado cuando hizo lo propio, y después el mueble cumplió algunas otras funciones, incluida la de trasto en el altillo. A lo largo de sus años (tal vez, tres cuartos de siglo o más), la mesa de la cocina y de parir de la gringa Victoria, acumuló varias capas de pintura (grises, azules, blancos) y algún que otro remiendo oculto siempre bajo sus hules y manteles de rigor. Hace pocos años abandonó su retiro de depósito, recuperó su posición de mesa y, con las patas otra vez sobre la tierra, se aprestó a sentirse nuevamente mesa.



Los usos y las costumbres
Elemento de uso diario si lo hay, la mesa es, casi, una extensión del cuerpo. En ella nos apoyamos para comer, para cocinar, para trabajar, para jugar. La mesa es la caja donde resuena una palmada que puede denotar enojo o indignación, o prolongar una carcajada salida del alma. Ponemos las cartas sobre la mesa para pasar un buen rato entre amigos o para mantener cara a cara una conversación sin ambigüedades.

Sobre la mesa apoyamos nuestros codos para sostener el mentón entre las manos, como si ese gesto nos ayudara a pensar. O cruzamos los brazos sobre los cuales reposar el rostro lloroso de tristeza e impotencia.

¡A la mesa! convoca la señora de la casa al momento de servir la comida, y esa simbiosis de mobiliario y trabajo culinario simboliza la magia de la reunión familiar. Tanto que, cuando la familia crece en número, se dice que hay que agrandar la mesa.

La mesa es, también, refugio para el gato que busca ocultarse del dueño que lo persigue con la intención de sacarlo al patio, o del purrete atemorizado en una tarde de rayos y de truenos.


El piso de las manos

En una evolución que comenzó hacia el año 2700 a.C. en Egipto, el mueble acompañó los cambios y progresos de la humanidad desde la concepción de cuatro de ellos en particular: la cama, la silla, el armario y la mesa. Pero la mesa no siempre fue mesa, ni fue desde siempre mueble.


Se diría que la invención y la evolución de la mesa van a la par de la evolución del hombre. Cuando el mono dejó de ser mono para llamarse Adán, el suelo empezó a quedarle un poco lejos de sus manos, y necesitó "subirlo", necesitó apoyarse en algo para hacer cualquier trabajo que fuera manual, porque ya se paraba sólo sobre sus patas traseras y le quedaban los brazos colgando. Y previsor como era, no esperó a que le doliera el esqueleto para buscar una posición mejor. La mesa, entonces, se inventó ante la necesidad de que las manos tuvieran un suelo, una superficie de apoyo más elevada, más cercana.

La arqueología nos cuenta que las más antiguas civilizaciones tallaban mesas en la roca para destinarlas, en muchos casos, a sacrificios divinos. Eran, en realidad, altares, verdaderas mesas fijas que, por esa misma condición de no poder ser trasladadas, no eran móviles, no eran muebles.

Se dice que si en algo le erró Leonardo Da Vinci al pintar la Última Cena, fue precisamente en la mesa. En aquellos tiempos de la Palestina de Jesús no se acostumbraba a comer en una mesa con patas, tal como lo dictan nuestros usos y costumbres. Era, en todo caso, una estera tendida en el piso y recostados junto a ella se ubicaban los comensales. Eso explica el pasaje evangélico en el que el Maestro lava los pies de los discípulos la misma noche de aquella cena: era de buena educación lavarse no sólo las manos sino también los pies antes de acercarse a la mesa, dado que éstos quedaban muy cerca de la cabeza del comensal contiguo.

Por eso los romanos utilizaban el triclino, especie de amplio lecho para tres personas en forma de "U", al que se agregaba una mesa central donde colocaban los alimentos a la hora de comer. Desaparecido el imperio y sus fiestas bacanales, el triclino fue reemplazado por la cama en los dormitorios y por la mesa en el comedor. 



Mesa académica
El diccionario de la Real Academia define a la mesa con frialdad. "Mueble para comer, escribir, etcétera, compuesto de un tablero horizontal sostenido por uno o varios pies", dice. Esta enumeración de utilidades (para comer, para escribir...) y la forma de su estructura, resultan insuficientes. ¿Acaso un pupitre con el tablero inclinado no es una mesa? ¿Acaso no son mesas esos apoyos que, sin necesidad de pies o de patas, se elevan sobre el suelo colgados en soportes amarrados a la pared de una oficina pública?

Los académicos de la lengua no saben ver lo que realmente una mesa es. La mesa es un tablero, sin duda, pero requiere estar a una altura tal que tenga que ver con las manos de la persona que las utilice: las mesas son superficies para manipular y, por ello, si se elevan excesivamente, aun conservando la estructura, se convierten en un techo (como le ocurre al gato de los primeros párrafos); y si se baja más allá de un límite se convierte en un podio, en un estrado sobre el cual subirse para recitar, verbigracia, "los zapatitos me aprietan, las medias me dan calor", o para pronunciar un discurso de ocasión.

Dice José G. Moreno de Alba que el significado de bufé (mesa en que se sirven bebidas y alimentos) se relaciona con varias acepciones del francés buffet (colación, merienda) y también con el mueble aparador. "Más remoto parece el parentesco entre el francés buffet y el español bufete -agrega-, que cuenta con varias acepciones, entre ellas las dos siguientes: mesa de escribir con cajones y estudio o despacho de un abogado".

A la buena mesa
Sobre la base de esto, podríamos suponer que el armario de oficina y el escritorio se introdujeron juntos de la mano en la vida cotidiana, como la mesa de comer lo debe haber hecho con el aparador de cocina.


Hasta principios del siglo XIX el vocablo bufete aparece siempre con el único significado de "mesa", para alternar luego los significados de "mesa" y de "despacho". Pasará más tarde a significar "despacho de abogado", y sólo relacionarse con lo culinario en tanto y en cuanto buffet es sinónimo de bar o cantina de un club o institución.

Sentarse a la mesa es arrimarse a ella para, por ejemplo, comer, y de paso prolongar el momento en amena sobremesa. Pero la mesa puede ser de trabajo o de noticias, de operaciones o de juego. Puede ser la mesa de conducción de, por ejemplo, un gremio o la mesa de deliberaciones de señores que se sienten importantes. Puede ser la mesa de luz que ponemos junto a la cama o la mesa de saldos en cualquier comercio. Y podría ser, además, una mesa de dinero o también una mesa redonda donde se debaten superfluidades aunque su forma sea, por lo general, rectangular.

Patitas chuecas
Del pupitre del escolar al escritorio del secretario general de las Naciones Unidas, todas las mesas suelen tener algo en común: sería raro que alguna no necesitara un papel doblado o una chapita de gaseosa debajo de una de sus patas para evitar que se tambalee y se vuelque, por ejemplo, la sopa.

Es que, la vieja mesa de que hablamos al inicio de este escrito, aunque chueca, luce henchida sus remiendos. Otro José, bisnieto del anterior, la untó con amor teñido de pintura y barniz que resaltan sus heridas de toda una vida orgullosa. Y a esa misma tabla con patas sobre la que Victoria parió a sus hijos y amasó la pasta dominguera, este escriba, que es su nieto, la ha convertido en su escritorio, su especial mesa de trabajo. No podía caberle un destino mejor.
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martes, 4 de septiembre de 2018

Vivir en ayunas


Como un fósforo, el ayuno sólo tiene una vida. Uno se despierta después de una noche de sueño confortable y está en ayunas hasta el momento en que come algo. Después, deberá esperar hasta el otro día para volver al estado de ayuno o, por lo menos, dejar pasar un par de horas.

Quienes padecemos hipotiroidismo estamos condenados a tomar cada mañana una dosis –el tamaño varia en cada caso- de levotiroxina, la hormona en comprimidos que reemplaza a la que la tiroides no produce en la cantidad necesaria como para llevar adelante una vida normal. Ponele.

Quiere decir que todo lo que ingiramos luego ya no será en ayunas, excepto que dejemos pasar unas dos horas, lo cual supone que arranquemos la rutina cotidiana con el estómago vacío o que nos quedemos en reposo haciendo tiempo.


Suponiendo que uno es hipertenso, deberá consumir otra medicación –sea comprimido o cápsula-, preferentemente ni bien se levanta. Eso hace presumir que entre la pastillita para la tiroides y la de la presión debe dejar pasar no menos de 20 minutos, pero tampoco mucho más, porque eventualmente llegará tarde al trabajo. Ah, eso sí: antes de levantarse y de comer nada, resulta un buen momento para tomarse la presión y anotar en un papel el resultado para luego mostrarle al médico.  

            ¿Estamos constipados? No es mi caso, pero lo más recomendable es mandarse un buen jugo de cítricos exprimidos como primera ingesta de la mañana. Vale decir, en ayunas...

Hoy en día está en boga el consumo de semillas por su alto contenido de fibras y otras bondades. Las semillas de calabaza son una potencia nutricional con una amplia variedad de nutrientes desde magnesio y manganeso hasta el cobre, proteínas y zinc. Contienen una gran variedad de fitoesteroles y antioxidantes. Pueden beneficiar el sistema cardíaco, el hígado y el sistema inmunológico y ofrecen ventajas únicas para la salud de la próstata de los hombres (ahí entro yo) y alivian los síntomas de la menopausia en las mujeres. Un cuarto de taza de semillas de calabaza por día son suficientes, pero eso sí: es recomendable consumirlas en ayunas.
           
Vayamos sacando cuentas: nos despertamos a las 06:30, tomamos la levotiroxina, dejamos pasar veinte minutos, tomamos la de la presión, veinte minutos después, le entramos a las semillas de calabaza. Ya se nos hicieron las siete y diez, salvo que antes de todo nos hayamos tomado la presión. Y si nos olvidamos de tomar la levo y comimos o tomamos, por ejemplo, el comprimido para la hipertensión, debemos esperar dos horas para volver a estar en ayunas. Ya son más de las nueve.
           
Para estar sanos y no enfermarnos además de atacar la hiperplasia prostática, nada mejor que dos cucharadas de polen. El polen tiene una variada lista de enzimas, que forman las proteínas, el material básico de todas las células, que regulan y activan los procesos vitales del organismo. Contiene vitaminas A, D, E, B1, C, K y una completa lista de minerales y oligoelementos: sodio, potasio, magnesio, calcio, aluminio, hierro, cobre, cinc, manganeso, plomo, sílice, fósforo, cloro y azufre. La combinación de todos ellos juntos, que no se encuentra en ningún otro alimento natural o suplemento preparado, hacen de él una fórmula óptima para reconstruir toda clase de tejidos, debido a su alto valor nutritivo. Pero hay un problema. Hay que tomarlo en ayunas. Ya nos vamos acercando al mediodía, y seguimos sin tomar mate.

            A todo ésto, puede ser que tengamos acidez estomacal, fruto de alguno de los medicamentos que tomamos (¿quién no recurre al ibuprofeno, el diclofenac, el paracetamol o la simple aspirina cumplidos ya los cincuenta años?) y para eso nada mejor que una cápsula de omeprazol… ¡en ayunas! Es la única manera de que forme una película protectora en las paredes del estómago y evitar así que los jugos ácidos las quemen.

            Llegué a pensar en poner el despertador una o dos horas antes de lo necesario para empezar a tomar las medicaciones, pero me pareció una locura. La ciencia debería solucionar esta cuestión o terminaré tomando otra pastillita para la obsesión que me genera tomar tanta cosa. Y temo que deba tomarla en ayunas.

            Me parece que de ésta no nos salva ni Dios. Porque si hemos respetado el ayuno en todos y cada uno de los casos, ya deben ser como las cinco de la tarde, y nosotros en ayunas. Y si somos personas de una enorme fe y comunión diaria, ya se hizo la hora de ir a misa. Y debemos abstenernos de comer cualquier cosa una hora antes de recibir la Eucaristía. 

            04 sep 18




lunes, 27 de agosto de 2018

Encuentro con los locos de la azotea

    Cualquier persona de "cierta" edad, o cualquiera que tenga cierto flirteo con la radio (hay muchos más de los que uno pueda creer), tiene una cierta idea de lo que es una radio de galena. Se trata del primer modelo fabricado de receptor de radio, que funcionaba sin electricidad ("sin cable, sin pilas", decía una vieja publicidad de Magiclick) y con un trocito de piedra para lograr la sintonía. Esa piedrita es la "galena", una aleación de plomo y azufre o, como indican los libros de química, sulfuro de plomo.


Lo cierto es que la sala de transmisión del Radio Club City Bell se revolucionó aquel sábado septembrino en la tardecita, cuando LU9DGD llegó portando debajo del brazo uno de esos antiguos receptores de la década del '20.

Los "locos de la azotea"

    Vale decir que el 27 de agosto de 1920, cuando desde la terraza del teatro Coliseo de Buenos Aires se hizo la primera transmisión de la historia de la radio (la primera con continuidad, corresponde aclarar) había en la ciudad una treintena de esos aparatos de muy sencilla confección. Entre ellos estaba el de la familia del futuro actor y locutor Juan Carlos Thorry, que escuchó la ópera Parsifal, de Richard Wagner, mientras se la representaba en la sala del Coliseo. A los autores de la proeza radial se los llamó "los Locos de la azotea" y eran Enrique Telémaco Susini, Miguel Mugica, César Guerrico y Luis Romero Carranza.


Locos unidos
    Los radioaficionados no son los que escuchan radio, precisamente, sino quienes se dedican a comunicarse a través de transmisores y receptores, con una especial inclinación por la técnica radioeléctrica, y con ese fin se nuclean en un radioclub. Cada uno tiene una señal distintiva, que en la mayoría de los casos comienza con las letras "LU" para los argentinos, aunque no son pocos los que llevan las siglas "LW". Hay quien afirma que lo de "LU" viene por "Locos Unidos", pero eso es puro cuento.

    Quedamos, entonces, en que el sábado despertó curiosidad el aparatejo llevado por LU9DGD. El primero en demostrar su entusiasmo fue LW9DBU, experto en coleccionar y hacer funcionar cualquier cosa que sirva para hablar o escuchar, mejor aún si es antigua.

    LU1EOT no le sacaba un ojo de encima al engendro, pero el otro lo tenía enfocado hacia el ventanal que da a la calle 10: estaba más preocupado por la caída del satélite de la NASA y cuya ruta era desconocida por los propios científicos espaciales. Ni siquiera LU9DAP, que suele conectarse a través de su equipo de radio con la Estación Espacial Internacional, tenía idea de adónde iba a caer la chatarra del tamaño y peso de un ómnibus en hora pico.
La radio de galena.


    Por su parte LW1DTY, desde su posición de presidente de la entidad y cebador de mate, parecía bastante escéptico respecto de las posibilidades de que la antigüedad volviera a emitir algún sonido. A él déjenlo subiendo videos de música romántica en el Facebook.

    LU9DGD relató cómo había conseguido el receptor a través de Internet y que lo único que le faltaba era, precisamente, la galena. Pero que gracias a una compañera de trabajo que estudió astrología, que tira las cartas y "anda en esas cuestiones de las piedras energéticas, las esencias y demás", encontró cerca de su trabajo un comercio donde le vendieron dos cascotitos por veinte mangos en total. Contó también la cara que le puso la vendedora cuando él le explicó que quería las piedras para hacer funcionar una radio. Habrá pensado que era una nueva forma de brujería, o que el cliente era demasiado devoto de san Expedito. 

    Luego de varias pruebas pudo comprobarse que los auriculares no funcionaban. No son audífonos cualesquiera, como los que se usan para escuchar hoy en día. Tienen alta impedancia y no es fácil conseguirlos. Y si tenemos en cuenta que éstos han de tener alrededor de 90 años, su mutismo no podía sorprender a nadie.

    LW9DBU salió disparado y regresó en pocos minutos con unos auriculares y un diodo de germanio, indispensable para reemplazar a la galena en caso de que ésta no sirviera. No por nada LU9DAP había opinado que la roca tenia demasiada mica, lo cual atentaba contra su capacidad conductiva.


Una voz en el audífono
    Cayó también LW1DZT y no podía creer lo que estaba ante sus ojos. Sin embargo, sabedores de su gusto por los desafíos, sospechamos que esa reliquia era poca cosa para él: apenas una bobina, unos auriculares, unos pocos cables y un cachito de piedra. Nada de transistores, capacitores, resistencias, integrados, chips y circuitos impresos, de esos que lo desvelan como a él le gusta.


    Las piedras conseguidas por LU9DGD eran, por su tamaño, ideales para tirar con la gomera, pero un poco grandes para hacer sintonía con la radio. Fue así que, pinza en mano, se dedicó a trozarlas hasta obtener una a su gusto, y millones de partículas más se desparramaron sobre la mesa como si se hubiera roto un sobre de brillantina.

    LW9DBU seguía manipulando con el téster y un cablecito (conocido como "bigote de gato") sobre un resto de galena. LU9DGD se puso los auriculares y, de repente, acordes de música clásica se oyeron desde lo más profundo de los auriculares. La noticia no podía ser mejor: justamente LU9DAP, que además de radioaficionado es médico, acababa de comentar que no consigue una emisora que difunda música clásica para escuchar en la sala de espera de su consultorio. Ni él ni sus pacientes son muy amantes de la cumbia villera y los Wachiturros, que es lo que prolifera en el dial radiofónico. De todo modos comprendió que una radio de galena no era lo mejor para sus necesidades, aunque pareció verse en sus ojos claros un viso de esperanza.

    "Ha de ser el espíritu de la pitonisa" arriesgó, aludiendo a la compañera de trabajo que orientó en la compra de las piedras, o tal vez a la mujer que las vendió. Pero los espíritus y las pitonisas no tocan música, y mucho menos la de Mozart o Beethoven.


Ayer es hoy
    LW9DBU saltaba de alegría. LU1EOT se olvidó del satélite y se calzó los auriculares y a LU9DGD se le piantó una lágrima de emoción. LW1DZT y LW1DTY se sumaron al trascendental momento y se lo comentaron por teléfono a LU8EBX que había llamado en ese momento. LU8EBX es uno de los fundadores del Radio Club City Bell y es casi tan antiguo como la radio de galena.


    Ya casi era hora de irse. A muchos les quedó la sensación de que ese sábado no habían contactado con ningún colega "LU" ni mucho menos habían hecho un DX (comunicaciones con estaciones muy distantes). Pero tenían la casi convicción de que esos acordes captados con la galena estaban ahí encerrados desde hacía mucho tiempo. Nadie se animó a afirmarlo, pero olían rancio y parecían llevar la impronta de Wagner

martes, 21 de agosto de 2018

Réquiem


El pueblo te nombra, Héctor. Te llora. Por citybellino, por pincharrata, por Del Tufo, pero por sobre todo por buen tipo. Si no robar ni matar alcanza para serlo, tenés méritos de sobra. Fuiste una especie de ave Fénix. Perdiste tu verdulería y anexos. ¿A quién le importa el por qué? Lo que vale es que te reinventaste, que empezaste a resurgir de la nada. Habrás tenido quién te ayude, seguro. Y teconvertiste en el "muchacho" (a nuestra edad es un orgullo que nos consideren así) del cloro, el carbón y la leña; el de la bicicleta de reparto.


Y seguiste siendo "Huevo". Me preguntaron por qué el apodo. Muchos recordamos al pibe de cabeza ovalada y cabello casi amarillo. 


No me perdono no tener una foto tuya en mi archivo. Pero la que encontré es de 1939, cuando tu papá estaba en el primer grado de la escuela 12. ¡Y se parece tanto al "Huevo" de treinta años después! Por eso la publico acá. Además, porque al saber que partiste mi pensamiento fue de inmediato para tus Viejos: Oreste y Renata. Ellos y tus hijos no han de encontrar consuelo.
Tal vez prefieran imaginarse que saliste montando tu bicicleta, y te fuiste de reparto. Andá despacio, Héctor. Cuidate mucho.

9 may 18

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