Pocas plantas deben tener una carga
simbólica y de creencias como la ruda. Que trae buena o mala suerte según de
qué lado de la puerta se la plante; que si se seca es porque alguien que visitó
el hogar traía muy mala energía que afectó a la ruda, que macho, que hembra,
que guaraníes, incas, mapuches… Lo único casi indiscutible acerca de este
vegetal debe ser su olor penetrante, entre dulce y amargo si es que los aromas
y las fragancias pueden calificarse como los sabores.
Algo de todo eso debe ser cierto, dado
que forma parte inseparable del folklore y la religiosidad sudamericanos,
particularmente del litoral argentino y sus alrededores. Y lo curioso es que la
especie no es originaria de aquí sino del Mediterráneo y el sudoeste de Asia y
ha llegado a nosotros con los aventureros españoles y sus sucesores los
inmigrantes. Ahora entiendo que mis abuelos calabreses tuvieran un ejemplar a
cada lado del portoncito verde del frente y alguno que otro en el patio y la
quinta del fondo.
El otro mito es si la que tiene mejores
dotes es la ruda macho o la hembra. Todo un problema a desmitificar: no hay
ruda de uno u otro sexo. Todas son hermafroditas y son más de sesenta las
variedades de ruda; la llamada por nosotros “macho” es Ruta chalepensis y la “hembra”,
Ruta graveolans, ambas con órganos masculinos y femeninos en un mismo ejemplar,
sólo que son diferentes especies.
En la página web de la Secretaría
de Cultura de la Nación se le reconoce múltiples propiedades medicinales contra
parásitos y malestares gastrointestinales, además de su uso para calmar el
ardor y la irritación de picaduras de bichos y alimañas. En realidad, aclara,
eso sostiene la tradición guaraní.
No
queda claro si la combinación de hojas de ruda con caña es una iniciativa
local; lo cierto es que muchos inmigrantes europeos preparan un brebaje similar
macerando hojas de esta planta en grapa o ginebra, y si bien no lo ofrendan a
la Pachamama (Madre Tierra para nuestras culturas precolombinas), lo beben en
la certeza (o la esperanza, o la ilusión) de asegurarse buena salud para los
meses venideros.
El
pueblo guaraní dedica el primer día de agosto en honrar a la Madre Tierra y en
su honor cumplen una serie de ritos que incluye tomar caña con hojas de ruda y
dejan caer un chorrito sobre la tierra, un gesto que encierra el significado de
compartirlo con ella. El acto lleva consigo la gratitud por las cosechas y la
cría de ganado durante el año precedente como así también pedir prosperidad
para el tiempo que viene. Además y por sobre todo, salud, que lo demás va y
viene.
Hace
algunos años un querido amigo –de sangre italiana por donde se lo mirara- me
instó a compartir el ritual cada 1º de agosto. No tuvo éxito: la ruda había
tenido mala prensa en mi vida y nunca me sedujo demasiado la bebida alcohólica;
mucho menos si es blanca.
Pero
ese día de 2019 paseaba por Bella Vista, Corrientes, y en un comercio dedicado
a la compraventa de objetos usados me invitaron con una medida de caña con ruda
(se sirve el líquido, las ramitas quedan en la botella). Los caballeros me
explicaron su significado y entendí que ellos, aún seres manifiestamente
urbanos, se habían preparado especialmente para la fecha y querían compartir
conmigo el espíritu guaraní que merodeaba la ciudad y el almanaque.
Rechazar
el convite habría sido, más que una descortesía, un desprecio y una falta de
respeto. Bebí y brindé con ellos y salí del comercio convencido de que no podía
volver a mi pueblo sin una petaquita de rudacaña (la caña con ruda), que
conseguí comprar en no recuerdo qué lugar y que luego regalé a algún familiar.
En
2020, plena pandemia pero creído aún de que pasaría pronto, compré mi plantita
de ruda y mi botella de caña Legui. La preparé y el primer día de agosto tomé
mis traguitos. No me importó si tres, siete o fondo blanco (las recetas
difieren). Tampoco lo hice en ayunas (tomo medicamentos que requieren ser
ingeridos en esa condición y no me pareció oportuno sumar a ellos el elixir
milenario), pero sí lo hice pensando en los siglos de los siglos durante los
cuales tanta gente sabia de cómo vivir menos contaminado, viene cumpliendo el
ritual cada vez que termina el mes de julio.
Tengo
la sospecha de que algo está pasando –bueno o malo, no lo sé- que hace que
viejas y ancestrales costumbres se vuelvan a instalar entre nosotros. No estoy
diciendo que cada 1º de agosto, cuando empino mi medida de caña con ruda lo
hago en adoración de nadie. Sólo que, como cuando preparo, convido y tomo mate,
siento que hago algo que me acerca a todos aquellos que agradecen lo vivido y
disfrutan de lo mucho que vendrá.
31 jul 21