Cuando era chico me gustaba jugar a Batman. A veces, también a Súperman.
Pero por la simple razón de que la serie la daban por televisión a la tarde -cuando
yo ya había vuelto de la escuela- y la del hombre volador era a la mañana -cuando
casi nunca veía tele por tener que prepararme para ir al cole-, Bruno Díaz y Ricardo Tapia eran cotidianos habitantes de mis fantasiosas elucubraciones.
Era aquella versión de los ’60 que veía en blanco y negro la que me atrapaba. De las que vinieron después,
nada.
Si bien nunca fui un gran mirador de televisión, desde siempre tuve la idea de que aún la más
rebuscada de las ficciones es un reflejo de la realidad; cada personaje –más
aún si es protagónico- es un poco el espejo en el cual se mira el
espectador. Así que en aquellos remotos tiempos de la niñez ya pensaba que en
algún momento de mi vida iba a ser un poco como el enmascarado Caballero de la noche.
Privilegiado
Batman y el Eternauta. |
Antes de ello, unos cuatro años atrás, mantuve un litigio
con un tornillo díscolo que se resistía a entrar en un orificio más chico de lo
necesario y si bien conseguí mi objetivo, terminé en el quirófano para
recomponer mi mano derecha: me había quedado un dedo en resorte con compromiso del músculo tensor y de la segunda polea.
De no haberse tratado de mi mano y mi dedo, díganme si con esos términos no
parece que habláramos de piezas de un Meccano.
Nunca tuve ese juego,
ni de chico ni de grande; lo más cercano fue uno de piezas plásticas
llamado Mil armar que poco se le parecía. El Scalextric entra en otra
categoría; lo tuve, sí, pero nunca un Meccano.
Hollywood, mi aspiración
Sin embargo la ciencia médica parece estar al servicio de
mis fantasías y acaba de ofrecerme un nuevo protagónico en la remake de una superproducción,
aún cuando La máscara es la película de
Jim Carrey que menos soporto.
Todo empezó con una visita al otorrinolaringólogo,
conmovido por las súplicas de Laura,
mi compañera de pieza… y de vida:
- Andá al médico. Roncás demasiado.
- Si mis ronquidos no me despiertan a mí, que
estoy más cerca de ellos, a vos no deberían molestarte-, le respondí sin
mucha razón.
- Además –contraatacó-, estás sordo.
- ¡Yo toda la vida fui gordo! -me defendí.
El otorrino me indicó una audiometría
cuyo resultado reveló que tengo una leve disminución en el oído derecho pero
que no merece mayor cuidado. Así que si alguien quiere hablar mal de mí, hágalo
por ese güin, que total no lo voy a escuchar muy bien.
Junto a la audiometría me ordenó una
polisomnografía para descubrir lo que ya sabía: padezco apneas de sueño. A ese tema ya me he referido en otros escritos,
así que iré a lo concreto, porque acá es donde nuevamente entra a jugar Batman junto a Jim Carrey: para un buen dormir mío (y de mi esposa) debo utilizar
un cpap (siglas en ingles de presión positiva continua en vías
respiratorias), un aparato que me insufla aire a una presión leve y
controlada a través de una manguera y una máscara nasal. He leído dos o tres
veces El Eternauta (antes de la era
K) y confieso que cuando me miré al espejo con las máscara dormidora y el arnés
que la sujeta a mi cabeza me hizo acordar un poco a Juan Salvo, el protagonista de esa historieta.
Rónquiman, vestido de soirée
Y dado que uso el cpap para dormir de noche, es obvia la evocación de Batman, el Enmascarado, el Caballero de la
Noche. Y como Carrey en su película, un poco me transformo cuando me
coloco la máscara: no hago locuras como él pero paso a ser no bello aunque sí durmiente. En todo caso, podría decir que encarno a un nuevo superhéroe: Rónquiman. He escuchado a comentaristas sobre moda hablar de accesorios y ropa para la noche: nunca pensé
que se refiriesen a ésto.
A esta altura de la soirée resulta oportuno hacer un balance
de la situación. Si me pongo a enumerar, pero sin victimizarme, bien puedo
asegurar que entre mi salud y la ciencia me están llevando por caminos si no de
cornisa, por lo menos sinuosos y serpenteantes,
ascendentes y descendentes.
Una mano operada –que se suma al
menisco ofrendado hace más de treinta años-, una cadera artificial, una buena
batería de sustancias químicas y naturales de consumo diario, un oído remolón,
una colección de picos de loro colgados de mi columna vertebral en composé con
dos hernias de disco más mi flamante traje nocturno de Ronquiman, acumulan una suma de
experiencias que no me hacen ni héroe ni mártir, pero sí un bicho raro.
Se lo comentaba días atrás a Laura:
qué suerte que nos toca transitar este tipo de experiencias ahora, así ya vamos a estar
cancheros cuando nos lleguen los achaques.
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07 ago 18