martes, 26 de diciembre de 2017

Nombres que dan qué hacer


         Hay personas que viven tan unidas a su ocupación que su sola separación de la misma las convertiría en meros anónimos sociales: tan estrecha es su relación que es por su actividad que se los conoce. Nuestra propia historia da muestras de ello, y en muchos casos debido a una curiosa situación creada en las oficinas migratorias de estas orillas del Plata durante la llegada de colonos alemanes, judíos, rusos o polacos, por citar algunos de habla muy diferente de la local. Así han aparecido los Herrero, que pasaban a ser Ferrero si su origen era italiano; o los Mercader, muy posiblemente de origen libanés. La diferencia de idiomas creaba situaciones por demás molestas que tornaban muy fácilmente en discusiones encontradas, probable origen del apellido Contreras.

¿Do you speak criollo?
        La cuestión pasaba por entender al extranjero su nombre y apellido, algo que no siempre era fácil de pronunciar ni de escribir. Así, los agentes de migraciones optaron por asentar como apellido el oficio que el inmigrante declaraba, que las más de las veces era una ocurrencia del momento ante el temor de ser rechazados si manifestaba no tener una actividad específica que viniera a realizar. Muchos fueron los Cipolla, apelativo dado a los italianos agricultores que entre otras cosas cultivarían, suponían los atribulados empleados, cebollas. Y en una época en que el caballo era el medio de transporte por excelencia, hacía falta de muchos Herreros, en tanto que muchos otros eran Caballeros.

Dicho sea de paso, en la escuela se nos ha enseñado en qué consisten los patronímicos: aquellos apellidos que derivan del nombre del patriarca familiar y que por naturaleza se han extendido entre nosotros los de origen español. Los Ramírez descienden de algún Ramiro, los Rodríguez de un tal Rodrigo, los Domínguez de Domingo, y los Pérez derivaron de Pedro. Lo curioso es que la historia no nos muestra tanta cantidad de personajes llamados con estos nombres como para justificar su generosa extensión en las modernas aunque ya obsoletas guías telefónicas. Mucho más familiares y difundidos son nombres como José, Carlos o Luis cuyos patronímicos nos resultan absolutamente desconocidos. López es uno de los apellidos más comunes en las sociedades de origen español. Sin embargo no recordamos a ningún Lope más allá de Lope de Vega y nos negamos a atribuirle a él tan prolífica descendencia.

Dime lo que haces...
La cuestión de los apellidos y las ocupaciones nos permite un entretenimiento que por divertido no deja de guardar el debido respeto por las personas involucradas. Si bien no se trata de una profunda investigación, una primera aproximación al tema nos ha acercado ocupaciones y apellidos muy ligados entre sí, muchos de los cuales son respetables habitantes de nuestra comarca citybellense.
José Barrita, barrabrava. (Captura de Youtube).

Años atrás, las páginas policiales de la prensa dieron notoriedad al señor José Barrita -epitetado "El Abuelo"-, por tratarse precisamente de un barrabrava del club Boca Juniors. Barrita era su verdadero apellido y no su apodo, según las informaciones. Quien también se trae lo suyo es Gerardo Maffia, un hombre que se gana la vida comercializando detectores de alarmas.

Ernesto Cardenal, comprometido con las luchas sociales en Centroamérica, es antes que ello un sacerdote, quien tal vez aspire a ostentar el cargo canónico que inviste su apellido. En materia de religiosos -un rubro que nos ha dado suficiente letra para el presente artículo- no podemos omitir, con todo respeto, a uno de los más ilustres arzobispos de La Plata, cuyo apellido pondría en duda su capacidad para mantener el secreto de confesión. Es el caso de monseñor Juan Chimento, está claro, fallecido hace ya algunas décadas.

Alfonso Milagro, sacerdote.
Si de purpurados se trata, no vamos a dejar fuera de la lista a monseñor Fortunato Devoto, asesor de la antigua Sociedad de San José, dedicada a la beneficencia. Otro sacerdote -aunque conocido por sus dotes de escritor- carga sobre sus espaldas un apellido muy ligado al poder que otorga la fe, tanto como que se llama Alfonso Milagro.


Pocos lo saben, pero se les llama "curas" a aquellos sacerdotes que están al frente de una parroquia, con lo que no todos los sacerdotes lo son. Sin embargo, hay quien aún habiendo sido separado de la Iglesia Católica sigue siendo cura, como es el caso de Eduardo Fabio Cura, sacerdote de la llamada Iglesia Misionera, prohibida en el país desde 1996.

Por su parte, un monseñor especializado en temas referidos a las persecuciones sufridas por la religión, porta un apellido muy ligado a esa circunstancia: es el español Vicente Cárcel. Y si hablamos de sacerdotes, hemos de postrarnos de rodillas ante este caso de la Iglesia guatemalteca: el padre Mario... Orantes.

Pero las palmas en este rubro, hasta el momento se las lleva quien se desempeñó como Papa de la Iglesia entre septiembre de 1914 y enero de 1922. Quien fue conocido como Benedicto XV era un italiano llamado Giacomo della Chiessa. "Della Chiessa", en la lengua itálica, no quiere decir otra cosa que "de la Iglesia". Lo que se dice un destino signado por el apellido.

No tenemos palabras para el caso de Joaquín Martín Abad, naturalmente que sacerdote…

Ligado al tema eclesiástico pero sin haber tomado los hábitos encontramos al doctor Fernando José Talón. Con semejante apellido no encontró mejor compromiso que el de ser secretario general de la Sociedad de... ¡Peregrinos a Pie al Santuario de Luján! Quien sí vistió sotana y fue vocero del Arzobispado de Mendoza -y como tal lleva en el alma la vocación por la Buena Noticia- se llama Sergio Buenanueva, y está todo dicho.

Radio María es una cadena de emisoras dedicadas a la difusión de la devoción a la Santísima Virgen María. En la cabecera de Córdoba la programación está a cargo de una joven que no podía tener mejor apellido. Se llama Gabriela Lasanta. Y si bien desconocemos su ocupación, nos permitimos adosar a este párrafo a la señora Santa Rodilla, ya que si no se especializa en traumatología, bien podría ser una devota de la oración.

Polirrubros
Tomás Alba Edison. La claridad.
   Con sus diez años, José Agustín hizo un descubrimiento que aportó prestamente a su papá, autor de esta antología: Tomás Edison, inventor de la bombilla incandescente, la vulgar lamparita de luz que tanto servicio presta cuando se esconde el sol, tenía un segundo nombre: Alba. El alba es el momento en que se hace la luz, en que el sol "nace" tras la oscuridad de la noche...

       En City Bell no pocos recordarán la calidez de un matrimonio que durante años atendió un puesto de flores y plantas en la feria local. Se trataba, precisamente, de la señora Beti La Pera acompañada por su esposo, el señor Coco Flores. Sin duda, un caso de antología. Como el del señor Pedro Pedrazzi, dedicado en la capital bonaerense a los materiales de construcción y, por supuesto, la venta de piedras. Algo parecido sucede con el señor Rodolfo Allolio, productor de aceites, especialmente de oliva, el cual elabora en la provincia de Mendoza. La aclaración que corresponde es sutil: allolio, en italiano, quiere decir... al aceite.

Vivir a "pan y agua" es una manera de decir que uno no tiene mucho para comer. Por ello debe ser que cerró sus puertas un antiguo restorán de la zona cuya gerencia estaba a cargo de la señorita Liliana... Paniagua. A su vez, Wálter Binder dedica su vida al comercio de libros. Lo conocimos en una de las ferias de la especialidad que suele organizar en colegios. La curiosidad que lo hace partícipe de esta antología es que "Binder" quiere decir, en inglés, "encuadernador".
Coco Flores, florista. Fotografía escolar de 1939.

Jorge Ferroni es un entrerriano radicado en City Bell, quien además de vender materiales de demolición, ofrecía entre ellos buena variedad de hierros. En nuestros apuntes figura también un vecino del barrio Los Porteños, inmigrante portugués y floricultor casi por la fuerza de la sangre. Sí, adivinó, su apellido es Dos Ramos.

Servidores públicos
Años atrás, cuando este escriba cumplía su servicio militar en el Batallón 601 de esta ciudad, tenía un superior -sargento por aquellos años- de apellido Choque. El recluta no pudo disimular una sonrisa cuando supo que estaba al frente del taller de reparaciones de vehículos de la unidad militar.

Ernesto Cisterna lleva su vocación en el apellido. Es bombero, y poco haría frente a un incendio sin un recipiente para almacenar el agua que alimente la manguera. Del mismo modo, Alejandro Bottoni parece no haber encontrado más opción que hacerse… policía, oficio que en lunfardo puro recibe el calificativo de botón.

Casi, casi una suerte para la desgracia -parafraseando a Pepe Biondi- es la del señor que tras subir al techo de su casa para reparar unas goteras se encontró con una ametralladora y sesenta y tres proyectiles 9 mm. Parece broma, pero el hombre del hallazgo se llama Néstor... Trabucco. En el mismo rubro encontramos a Rolando Granada, Gerente del Centro Atómico Bariloche. Y si bien nuestra opinión no es terminante en el caso, creemos que Diego Bálsamo no es una identidad adecuada para un comisario de la Policía bonaerense.
Rolando Granada, físico nuclear (www.formosa.gob.ar).

Hace poco supimos que en una gestión anterior, al frente de la secretaría de Espacio Público de la Municipalidad de La Plata fue nombrado el señor Gabriel Céspedes. 

A toda velocidad
          José Luis Carreras es un convecino que tiene lo suyo. Si bien se gana la vida con su taller de chapa y pintura, el "Negro" Carreras fue, en sus ratos libres, piloto de autos de... carreras. Y ya que en el rubro tuerca estamos, hemos sabido de un alemán, ganador cuatro veces de la tradicional competencia de Las 24 horas de Le Mans. Un circuito donde la confiabilidad de los motores es fundamental. Y los motores funcionan con bielas en su interior. El alemán ganador se llama Frank Biela.

En la Fórmula 1 se ha enrolado un piloto norteamericano que lleva el éxito impreso en su apellido: se trata de Scott Speed. Sin auto pero con buenas piernas se anota en este rubro el atleta Agustín Carrera: es récord nacional en 110 metros con vallas.

Ejemplos diplomados
El ingeniero Santiago Maíz ha hecho nutrida experiencia en la industria de maquinarias agrícolas, en tanto que su padre -con igual apellido- dedicó su vida al cultivo de esa planta choclera. 

           Por su parte el doctor Juan Carlos Ayllón, médico, comparte con su colega el pediatra Álvaro Cortés el que ambos hayan bautizado Dolores a una de sus hijas. Seguramente si sus padres fueran farmacéuticos, las niñas se llamarían Remedios. De paso sea dicho, en Villa Elisa habita o habitó otro médico que garantizaba con su apellido el éxito de su tratamiento aunque bien podía haber sido sacerdote: se trata del doctor César Cura. No podríamos decir lo mismo de un reconocido gerontólogo de la zona: se apellida Lagonía. Y en La Plata, hemos detectado a Luis Cuello, médico, obviamente que traumatólogo.
Dr. Álvaro Cortés: un nombre para mi hija (www.eldia.com).

En cuestión de galenos, hemos recogido más apuntes. Raúl Matera fue una destacada figura del quehacer científico y político de la Argentina, país en el que a la cabeza suele llamársele "mate". Su especialidad era la neurocirugía. Pero por si alguien es un exquisito del idioma y reniega de ese lunfardismo, sabemos de un neurólogo apellidado Cabeza, además de un conocido otorrinolaringólogo llamado Juan Garganta. Del mismo modo supimos de una nutricionista de apellido Delgado, además de Lucía De la Fuente y Carolina Costilla, de igual especialidad.

A manera de secreta confesión de uno de los facultativos involucrados párrafos arriba, hemos tomado nota de que la doctora Vagineta se ha especializado en ginecología, al igual que sus colegas Verga y Lagrutta. Ante tremendos ejemplos, parece un cuento de niños que la doctora María Liliana Abajo haya elegido la misma especialidad. Y ya que estamos por esa zona de la anatomía, no desentona decir quPablo Colaci es médico urólogo.

Rubén Gatti es veterinario, y en un doble mérito para figurar entre estas líneas hay que decir además que es vicepresidente de Asociación Argentina de Medicina Felina.

Rubén Gatti, especialista en gatos. (Captura de Youtube).
Por su parte, Cecilia Calzona eligió abrazar la profesión de médica, con una especialidad que bien podría ser también signada por su apellido: la gastroenterología, cuyos trastornos bien pueden tener efectos negativos sobre cierta prenda interior, a menudo llamada calzón. Igual especialidad vincula a las señoritas Culetto y Lanzo, ambas secretarias de un reconocido gastroenterólogo de la ciudad de La Plata.

Roberto Garrote es médico, y a pesar de su apellido se desempeñó en el Servicio de Violencia Familiar del Hospital Pedro de Elizalde. Es de imaginar la desazón de quien concurre a ese servicio en estado de desesperación y topa con semejante apellido para asistirlo en cuestiones de violencia y agresión. Pero el apellido da para más: un secretario de la Oficina de Concursos del Consejo de la Magistratura de la justicia federal respondía al contradictorio nombre de Ángel Garrote. Una muestra de que la justicia con sangre entra y que a Dios rogando y con el mazo dando. Y ya que la medicina va de la mano de las Obras Sociales y sus benditos bonos de consulta, no sorprende que en una oficina de IOMA la médica auditora se apellide Guidobono.
  
         La doctora Paola Marfil, oh casualidad, es odontóloga, en tanto que Carlos Ven se especializó en cardiología.

 Hojeando una guía de profesionales hallamos algo en común entre las siguientes personas. Daniel Casas, Silvia de la Losa, Rubén Puente, Mónica Baños y Norberto de la Torre no podían ser otra cosa que arquitectos, y de hecho lo son. Y un circunstancial paseíto por el centro platense nos devolvió otro dato propio de estos apuntes: un cartel suspendido en una ventana anunciaba que el inmueble estaba disponible para ser alquilado. ¿La inmobiliaria? Una de la ciudad de Buenos Aires llamada "Paz-Casas-Cuevas". Condenado a su destino fue también un profesional que se desempeña o desempeñaba en la Universidad Nacional de La Plata, cuyo apellido es Waterdrinker (bebedor de agua). Resulta ocioso aclarar que su especialidad es la hidráulica.


Quizás quien más aspiraciones ostente en el desempeño de la abogacía sea la doctora Elsa Corte, cuyo solo apellido apunta al pináculo mismo de uno de los tres poderes del Estado. Objetivos más cercanos parece haberse fijado la doctora Camino, doctora en leyes también, especializada, por cierto, en accidentes de tránsito. Aunque la doctora Della Pena es quien hace sentir la fuerza de su apellido en la definición de su trabajo: ella es agente fiscal.
Alejandro Amor: haya paz. (www.elintransigente.com).

Un artículo de la revista FOCO, órgano de la Asociación Formar Conciencia, se ocupaba de aconsejar acerca de la organización del tiempo libre de los hijos, una manera de regir sus actividades. Resultó increíble para este cronista leer la firma de su autor: un señor apellidado "Regidor". Eso sí: más pavura causa saber que uno ha de tener que litigar contra la abogada Bárbara Lucha. Lo que se perdió Karadajian, vea. Pero para contrarrestar la cuestión, cabe decir que Alejandro Amor es Defensor del Pueblo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Un buen apellido para defender las causas ajenas.

La Directora Provincial de Prevención Comunitaria de la Secretaría para la Prevención de las Adicciones y la Drogadependencia de la administración del gobernador Duhalde parecía conocer muy bien las ansiedades que conducen al consumo de estupefacientes, tanto como que se llamaba Angustias González. Por su parte, el comisario Miguel Rueda parece haber encontrado en su apellido el camino de su vida: llegó a desempeñarse como jefe de Seguridad Vial de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.

"Tengo que conseguir mucha madera... construiré una balsa y me iré a naufragar"... escribía años atrás Lito Nebbia, aún cuando ignoraba la existencia del matrimonio formado por la señora Haydée Maderal y el hoy fallecido doctor Raúl Balsa.

          Parece broma pero no lo es: la doctora María Teresa Panzitta es coordinadora del curso de postgrado sobre Aspectos psicológicos de la obesidad y trastornos alimentarios.
Doctora Panzitta. Especialista en obesidad. (Captura de Youtube)

Un paseo por la reserva natural Sierra del Tigre, en las afueras de la ciudad de Tandil, nos permitió saber que un señor dedicado a la momificación de animales (taxidermia o embalsamamiento), lleva en el apellido una alusión a su trabajo. Según un cartelito, se llama Alberto Coattí. Del mismo modo, Julia Malvina Gambetta no pudo eludir su destino de deportista, ni Miguel Campos el suyo, como secretario de Agricultura acompañando la gestión del presidente Kirchner. Y el hoy fallecido Agustín Mercado no pudo elegir otra profesión que la de contador, del mismo modo que el presidente del Banco Santander no podía ser otro que Emilio Botín.

Emilio Botín. Banquero.
Si bien nada los relaciona con sus actividades, hay casos que querríamos adosar a esta larga lista. Uno es el caso de María Luz del Valle Ceñal, quien si no fuera por una cuestión ortográfica, podríamos decir que es en sí misma un faro luminoso entre las montañas.

Conocimos a un vendedor de automóviles llamado Domingo Faustino Sarmiento quien, cuando le deslizamos un comentario acerca de su ascendiente histórico, no ocultó su emoción al relatar que acababa de venderle un vehículo a un tal Aberastain, descendiente directo del famoso amigo del Gran Sanjuanino.

Si no fuera porque está preso y acusado de homicidio, podríamos reírnos de sólo saber que Roberto Rejas era guardiacárcel.

Y siguen las firmas
Y una muestra de la internacionalidad el tema la encarna Alexis Cummins Lamborghini. Cummins es una famosísima marca norteamericana de motores de camiones y ómnibus; y Lamborghini, de autos deportivos italianos. Pero Alexis trabajaba en PSA Peugeot-Citroen Argentina, en la división motores.

Los trabajadores y gremialistas no estás afuera de esta nómina. Walter Correa fue alguna vez secretario general del Sindicato del Cuero. Y en materia de oficios, nos gustaría saber a qué se dedica la señora Alicia Gubia de Pinzas. Agreguemos que Matías Ola es nadador en aguas abiertas, y que Federico Norte es meteorólogo, aunque bien podría ser guía turístico. Entre los especialistas en el clima y la meteorología contamos también a Fernando Torrente y Juan Pablo Ventoso, quien en realidad hace del estudio climático sólo un hobby.
Matías Ola. Nadador. (wwwdiarioelsiciliano.com.ar).

Otro caso especial y que recuerda a aquella publicidad de cerveza, es el de la señora Elba Desiste, quien contrajo matrimonio con el señor Echarte. Así, su identidad pasó a ser Elba Desiste de Echarte, una afirmación que, si bien no garantiza ocupación laboral, al menos habla a las claras de la amplia tolerancia de la dama para con los molestos e inoportunos.

En ese sentido, creemos que hay dos colegas que han equivocado no su profesión de periodistas, aunque sí su especialidad: Pablo Gallo y Pato Álvarez se especializan en turf, aunque sus apellido en un caso y apelativo en el otro, indican otra cosa... También parece haber elegido mal la licenciada María Alicia Braile, quien en lugar de especializarse en no-videntes optó por ser fonoaudióloga.

La gente del interior también aporta lo suyo, y los vecinos de la ciudad de Lincoln no habrán de olvidar al querido señor Fotti, infaltable en cuanto acontecimiento ocurriera. Fotti, casi una obviedad, fue por muchos años "el" fotógrafo local.

Finalmente, y antes de agradecer a quienes solidariamente continúan acercándonos casos curiosos como los referidos en estas páginas, no puede escapar a la antología el mismísimo dibujante que supo ilustrar muchas de nuestras crónicas, aunque no sea muy original para un dibujante llamarse Carlos Pinto. En materia de arte, hemos registrado también a Leo Viola como un destacado violoncelista, lo mismo que Guillermina Fa, un bello apellido para una concertista de piano como es ella. Por su parte, a Diego Mano no le falta con qué tocar el piano, cosa que, por cierto, no hace nada mal. Pablo Músico y Gastón Paganini son músicos y docentes, y no hay mucho más que agregar.

Domingo Cura.
Leandro Devecchi recuerda que tuvo como docentes en el colegio Fray Mamerto Esquiú a la profesora Flores, en Biología; a la profesora Arroyo, en Geografía; al profesor Santa Cruz, en Religión y al profesor Pinto, en Artes Plásticas.
Con seguridad, a esta altura el lector habrá agregado varios casos más a la lista. La posibilidad de que existan es tan vasta como la humanidad misma. No habremos de terminar sin referir que Domingo Cura no fue sacerdote, por más que nombre y apellido refuercen esa tesis. En todo caso, puede decirse que a la música la interpretaba como los dioses, lo cual no es suficiente para ponerse la sotana, razón por la cual no podríamos colocarlo en la nomina de nombres que dan trabajo.


lunes, 18 de diciembre de 2017

Tristeza de diciembre

El miércoles pasado la pericia al volante de mi compañero de viajes hizo que por un pelito zafáramos del corte de calle y pudimos, de manea medianamente razonable, llegar a casa: le habíamos hecho ¡ole! a una moto de policía y a un policía de a pie que procuraba colocar una cinta para cerrar el paso.
Hoy me tocó manejar a mí. Cuando vimos que la calle donde estábamos estaba libre de manifestantes, decidimos subir al auto y salir de la cochera. Había que hacer dos cuadras, doblar a la derecha y cruzar avenida Corrientes. Después, alejarse del centro y buscar por dónde enfilar al sur.
Llegamos a Paraná, giramos a la derecha y tras poco más de cien metros, vimos que la horda se venía de frente a toda marcha. Del otro lado estaba Gendarmería con sus motos y sus camionetas. Los manifestantes hacían volar todo lo que encontraban (postes de madera de dos metros incluidos) y los de verde respondían con balas de goma. En el medio, peatones, motos y bicicletas que buscaban ponerse a salvo sin importar manos o contramanos. Por el rabillo del ojo podía ver pasar velozmente los arreglos navideños de vidrieras y veredas. Una incongruencia entre tanta barbarie.
Pude doblar por Corrientes esquivando elementos en el pavimento y en el aire. Paradójicamente, tomar por Libertad fue lo más parecido a ella misma.
Luego, avenida Córdoba, Pueyrredón, y más o menos una hora y media para atravesar el barrio de Once, donde los comercios mayoristas parecían no estar enterados de lo que estaba pasando. En total, fueron tres horitas desde la salida del trabajo hasta casa.
Cuánta tristeza, mi Dios, cada diciembre. 

domingo, 3 de diciembre de 2017

Casi un sacramento

Este domingo que amanece lloviznudo, se presta para mate y pan casero. Y de paso, compartir las reflexiones por el Día Nacional del Mate que el jueves pasado colgamos del micrófono de "Hablando de City Bell", por radio Signo.

Un abrazo que es casi un sacramento


El año pasado, en esta misma conmemoración del Día Nacional del Mate, reflexionaba acerca de mi relación con la querida infusión y decía que en el principio fue La Hoja y Nobleza Gaucha. Fue mate lavado de leche tibia y azúcar cebado en jarrito de lata enlozado en azul. Después, mucho después, vino el mate amargo cebado preferentemente en porongo con agua caliente que no llegue a hervir y la búsqueda de sabores etiquetados con marcas desconocidas pero maravillosas en su mayoría por su sabor y calidad.

    En el medio, esa simbiosis entre el placer por su sabor único y el sentimiento inherente de compartirlo con alguien. Casi como un sacramento o como los abrazos, un mate no se le niega a nadie, como tampoco se lo desprecia.

-¿Tomás dulce o amargo?
-Si lo preparo para mí, amargo. Pero agarro lo que venga si me convidan.

    Mi nebulosa es cuándo empezó a ser parte de mí; desde cuándo lo incorporé a mis hábitos sentidos, a mis costumbres de cada día. No porque acostumbre a tener el mate siempre ensillado, como en muchas casas. No es mi caso.

    Pero sí es una preferencia por encima del té o del café. Preside el encuentro con amigos, acompañó mis noches extendidas que acabaron siendo mis libros, está presente en el programa de radio, le pone sabor a los kilómetros recorridos, a las horas de trabajo,  a los atardeceres ociosos...

    Así de misterioso es el mate para nosotros, los de este rincón del mundo, afortunados por venirlo disfrutando desde antes de la llegada del europeo a estas costas cuando el resto del orbe recién lo está empezando a descubrir.

    Pero para ello hubo de recorrer una larga historia. El 20 de mayo de 1616, el gobernador de Buenos aires Hernando Arias de Saavedra hizo publicar un bando en el que prohibía la yerba mate en cualquier uso.

Sugestión clara del demonio”, “vicio abominable y sucio que es tomar algunas veces al día la yerba con gran cantidad de agua caliente” que “hace a los hombres holgazanes, que es total ruina de la tierra y como es tan grande temo que no se podrá quitar si Dios no lo hace”. Así era referida, por aquí y por allá, la costumbre de tomar mate en los inicios del siglo XVII. O bien la cosa no era tan mala, al parecer, o bien Dios no pudo con ella.

Elemento tan emblemático de los argentinos como es, el mate merecía contar con un día en el calendario y desde 2015 tiene su día nacional cada 30 de noviembre en recuerdo del nacimiento de Andrés Guaçurarí y Artigas, el único gobernador indígena de Argentina –guaraní, para más datos–, que llegó a dirigir los destinos de la por entonces provincia de Misiones entre 1811 y 1821. Se lo conoce más por el apelativo de Comandante Andresito, nativo de Santo Tomé, hoy Corrientes, en 1778. Una yerba lleva su nombre por marca.

Muchos de mis mates –calabazas casi en su totalidad- tienen sus historias. El más pequeño de ellos nació de una planta trepada a un alambrado medianero en la esquina de Cantilo y 28. Mate ciento por ciento citybellino y por eso lo quiero tanto. Luego prefiero las calabazas boconas, con vuelo, que permiten ensillar el mate usando la yerba de a poquito, sin mojarla toda de entrada.

Pero está también, ya radiada de servicio, la que a modo de despedida me obsequiara Walter Bengoa –“Peña”, para los conocidos- que lo venía acompañando desde su partida de Uruguay años ha, tocando cada uno de los puertos terrestres por los que lo llevó la vida hasta desembarcarlo en City Bell. Cuando volvió a cruzar el charco para encarar el último tramo de su peregrinaje lo puso en mis manos rebosante de afecto, historias, generosidad.


Tengo también el mate de lata que fuera mi compañero en la conscripción. Fríos, soledades, angustias quedaron para siempre en su interior y quiero conservarlo por lo mucho que le debo.

Tengo mis pavas, también. Aquella que puso calor a mis días de comerciante y la más nueva: una curiosa pava de arriero, de apenas medio litro de capacidad, hecha de chapa galvanizada y que se aquerenció entre mis preferencias materas en el último tiempo. En medio de una y otra, las de cobre y de bronce y las “colectivas”: calderas de cinco litros o un poco más que válgame Dios si tuviera que cebar con ellas.

Y para completar el ritual, tengo unos pocos ejemplares de ilex paraguariensis –la planta de la yerba marte- que me han venido como regalo desde Misiones y alguna de ellas hizo prepo y hasta hace un mes sobrevivió a la nevada de 2007. Ya imagino la pregunta: no, no elaboro mi propia yerba; son parte del jardín hogareño, nada más.

Al mate lo curo si es de calabaza con hollejos: esas que si las miramos dentro, tienen cascaritas y hasta semillas que habrá que desprenderle a lo largo de tres o cuatro días en los cuales le colocaremos yerba húmeda (puede ser usada si no fue de mate dulce) y la iremos raspando con una cucharita hasta dejarla limpia. Después, esas o cualquier calabaza o mate de madera, se curan con el uso. Cuantas más cebaduras tenga, mejor sabor tomarán.

    El ensillado es fácil. Tres cuartas partes del recipiente se cargan con yerba. Se le tapa la boca con la mano y se lo invierte, agitándolo unos pocos segundos. Al enderezarlo veremos que el polvo habrá quedado arriba. Lo inclinamos, mientras con el dedo pulgar o el mayor –depende del tamaño del mate y del de nuestra mano- aplastamos la yerba contra una de las paredes del recipiente. En el hueco vertemos agua natural o tibia y esperamos que se absorba.

Colocamos entonces la bombilla tapando la boquilla con el dedo pulgar (evitaremos que se tape), la afirmamos bien y comenzamos a cebar, con chorro finito, procurando que el agua (70-80 grados, no más) caiga sobre la bombilla y evitando mojar la yerba que está a un costado. Cuando pierda sabor o deje de hacer espuma, cambiamos la bombilla de lugar y seguimos cebando.

    Muchos hacen de este acto una pequeña ceremonia, casi un rito. Más aún, hay quien vierte tres gotas de agua bendita en la pava y asegura que los mates salen mucho mejor.

Estos amaneceres y estas tardecitas alineados con el verano, saborear unos amargos mientras zorzales, palomas y horneros le ponen música a la ceremonia del mate desde las ramas de los fresnos, resulta un sello indiscutiblemente citybellino. Calentá el agua, cambiá la yerba, y cebemos unos amargos más.

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30 nov 17 



martes, 24 de octubre de 2017

Tu casa, tu vereda y el zanjón


Solemos pasear por otros pueblos y ciudades y, observando viejos edificios, nos preguntamos quiénes los habrán habitado en otro tiempo. El barrio en el cual nos criamos no está llamado a ser uno de los históricos de City Bell; sin embargo, en la elaboración de uno de esos sucesos inevitables que nos dejan huella en el alma, un día nos sorprendimos de pie y estáticos junto a la puerta de nuestra casa de solteros.

La casa era uno de los puntos de encuentro de los seis o siete miembros de "la barrita" (téngase en cuenta que sus integrantes superamos hoy el medio siglo de edad). Evidentemente había confianza, particularmente en verano, cuando la pileta de poco más de 15.000 litros era un océano apto para todo tipo de tropelías acuáticas.

Humberto y Coca Defranco estrenaron su hogar hace casi sesenta años, cuando pocas eran las familias afincadas en el barrio en esos últimos meses de 1958. Coca tuvo por destino ser la última habitante de la cuadra de entre aquellos pioneros.

Un poco de memoria nos permite reconstruir el vecindario de, al menos, los años '60, bajo la -por entonces- majestuosa vigilancia del viejo tanque de agua corriente. Un vago recuerdo nos trae la imagen de la casa de al lado, la de Ñata y Alfredo Lago, que con evidente esfuerzo trataban de terminar mientras la habitaban, en la esquina de 13 y 21.

Hacia el otro lado, doña Juanita y don Cobo eran a todas luces los de mayor edad. Vivía con ellos su hija María Esther hasta el tiempo de su casamiento. Los Cobo tenían algunos frutales y gallinas y no era raro que fuéramos a comprarles huevos. Afables, conversadores, eran el prototipo del vecino de aquella época.

Luego seguía "la obra": un terreno con una construcción que parecía no terminarse nunca y algo de eso debe haber habido, ya que nadie se refería al lugar como "lo de Muñoz" (el apellido de su dueño), sino simplemente como "la obra".

A continuación, en la esquina con 22, vivía la familia Jorge. Don José Jorge solía ser el protagonista de uno de los mayores acontecimientos que pudiese esperarse cada tanto en el barrio: la presencia de un ómnibus Río de la Plata, empresa en la cual trabajaba. Sus hijas eran Ana María y María Silvia.

En la vereda de enfrente vivían los González (¿en qué barrio no hay alguno?). Creemos recordar que el señor se movilizaba en un NSU o algún otro vehículo de los más chicos de entonces, y que luego tuvo un Fiat 1500. Su esposa, Sarita, era maestra y tenían dos hijas: Diana y Claudia.

A continuación, "los Españoles". ¿Por qué los llamaríamos así -correctamente- a don Ricardo Sánchez y su señora, en lugar de "los Gallegos", cosa tan común entre nosotros? Solían ser visitados por sus dos nietos uno de los cuales, Ricardito, era de temer. Tanto era así como que en un carnaval lo vimos salir de la casa con una olla de agua hirviendo, listo a sumarse a nuestro juego de bombitas.

Después venía la casa del ingeniero Picandet. Lo recordamos en su Citroën 11 Ligero, casi seguro que de color negro, y se cuenta que en aquellos tiempos de calle barrosa era el primero en levantarse y salir con su auto hasta la esquina, ida y vuelta cuidadosamente, haciendo la huella pareja para que otros pudieran transitar también. Al enviudar, Picandet siguió viviendo allí con sus hijas Celia y Nora y la abuela de las niñas.

Luego, justo frente a casa, estaban Juana y Osmar Del Curto con sus hijos y sus hijas: Carlos, Víctor, Rubén, Estela y Beatriz. La casa sigue siendo de altos (algo inusual en esa época y en ese barrio) y con su planta alta revestida en piedra. Al atardecer, un altar con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús podía verse iluminada en el frente del primer piso.

Los Del Curto eran un caso especial. Gente muy buena como todos los nombrados, pero el hecho de ser familia numerosa hacía especialmente de los domingos un día de gran convocatoria en la casa. Osmar cortaba el pasto con una pila de discos tangueros en el combinado y silbaba a la par de la música. Camionero él, era frecuente que llegara en uno de los vehículos de carga de su empresa. Y recordamos, en los primeros años, un brilloso y negro Kaiser Carabela como auto familiar.

Nuevamente en la esquina de 21, la casa con frente hacia esa calle era la de los Arriola. Al fondo, una habitación era ocupada por Tatún Bichir, a quien no pocas tardes de verano le hemos escuchado acompañar su canto con la guitarra en vísperas de algún festival o alguna peña.

Los Arriola tenían un almacén en el garage de los Sarti, sobre la misma calle 13, cruzando la 21 (o Intendente Silva, nombre que predominaba sobre el número en aquel tiempo). Y ya que hablamos de los Sarti, don Ángel y doña Lola eran también parte de la historia del barrio. Su hija María Luisa habitó hasta hace poco la casa familiar y fue el último referente del barrio que fue.

Está claro que el mundo no terminaba en ese segmento de 13 entre 21 y 22. Más aún teniendo en cuenta que el único comercio cercano era el referido de los Arriola. Siguiendo por la vereda par de la calle Silva estaba el terreno de "el Vasco". En rigor, era un baldío ajeno que don Ángel cultivaba con verduras a las que nunca pudimos entender cómo le daba agua suficiente, regándolas con una pava verde que traía llena desde su casa, veinte metros más allá. Don Ángel vivía con su esposa doña Evangelina en la casa siguiente a la de los Flaqué: Alejandro y Ramiro eran los chicos de sus vecinos, hijos de Elba y Rubén.


La barrita. En el borroso recuerdo de aquellos años, Gabriel Defranco, 
Guillermo Simonet, Alejandro Flaqué, Julio Andrade, Ricardo Arenas 
y Rodolfo González. Detrás, Patricia Arenas y María Silvia Jorge, pedaleando 
por la vereda de la calle 13.
Más allá estaban Luis Capone y su esposa, doña Clementina. Gente mayor, eran apreciados en el barrio por su educación y simpatía. Sus vecinos inmediatos eran don Gómez y su esposa "Kika", cuyo apodo figuraba tallado en rojo sobre una piedra gris que presidía el jardín. Regordete, bajo de estatura y dicharachero, el hombre tenía un vozarrón seguramente entrenado en sus tiempos de comisario de la Policía.

Cerraban la cuadra el conservatorio de música y hogar del maestro Héctor Pedutto y su esposa Delia, donde aprendió música más o menos la mitad de los chicos del City Bell de entonces. Junto a ellos estaban Daniel Piñero y señora. Ella y Delia eran hijas de don Daniel Tomassi, dueño del almacén El Universal que supo haber en la esquina de Cantilo, pero del cual no tenemos memoria.

De los habitantes de Cantilo podemos citar a Antonio Maglio y familia, cuya maza golpeando junto a la fragua le puso música a tantas tardes. Otra música, pero real, tenía mucho que ver con Luis Giffoni y Antonio Trejo, socios en Artón Radio, única disquería por entonces en City Bell y local de reparaciones de radios y televisores. A continuación, el hogar de los Giffoni. Luego,  doña María, Titi, Chita, Vilma y familia. ¿Quién viviría en la casilla de madera oculta por el follaje en el lote entre estas dos casas?

Inolvidables eran las tardes en lo de Julito José Andrade. Su mamá Ester se divertía mucho con los amigos de sus hijos y hasta un corso en la vereda llegó a organizar. Y el hijo mayor, "Samuelín", con sus experimentos en electrónica, nos maravillaba sin saberlo. Y también la niña de la familia: Marta Lía.

Al lado, en la esquina de Cantilo y 22, estaba "la canchita" donde tantas veces nos sentimos campeones como el Estudiantes de Zubeldía. Muy pronto comprendimos que el ser dueños del cincuenta por ciento de la nº 5 era lo único que nos garantizaba un lugar en el potrero.

Y un día terminaron la casa de al lado y llegó una familia. Y los Simonet sumaron a la barra a su hijo Guillermo. Nora, por supuesto, jugaba con las chicas y Marcelo nacería recién un tiempo después.

Y de vuelta sobre la calle 13, pero en dirección a 23, estaban los Aldinio (Rafael, Roberto y Carlos, un poco más grandes), los Arenas, con Ricardo, Patricia y luego Malú, un baldío y después Battisti padre. En la esquina, Julio Mariscal vivía con su mamá y sus hermanos.

En frente (en el "chalet que era de Gentile", se decía), se habían mudado los Braccio cuyos hijos, Marito y Gabriela, tuvieron luego una hermanita: Paola. Seguían Claudio Battisti, los Reija, Jorge Battisti y los "Gonzalito", cuyos hijos Marcelo y Rodolfito eran parte integrante de los purretes del barrio.

Poca gente habitaba la cortada 22. "La calle de pasto", le decían, porque sus frentistas la mantenían limpia y prolija, con el césped cortado como si fuera una extensión de sus jardines y veredas. De un lado estaba "el cañaveral" y del otro, unas pocas casas: la de Cacho, "el papá de Fernandito" y la de la familia del hoy escritor Gustavo Caso Rosendi, entre ellas.

Empezamos desgranando un par de párrafos sobre lo que fue la cuadra de nuestra infancia y acabamos dando un paseo -por cierto que incompleto- por el resto del barrio. Olga, por ejemplo, nos diría que no mencionamos su almacén sobre la 21, lindante con lo de María Luisa. Y es cierto; pero no es que la hayamos olvidado, como tampoco a Luchetti, Marchessoti, Actis, Cruz, Catini, y doña María Seoane y su hija Moni en la tapicería...

    Para muchas compras había que caminar un poco: la carne podía ser de Moreno, en 13 y camino Belgrano, frente a la panadería de los Montiel. Y el pan, si no era de allí, era de lo de Boff, en 13 pasando 20. Para ir al kiosco había que ir a Cantilo entre 20 y 21, donde Rufino Ramírez podía ofrecer lo inimaginable.

Es que fue un disparador dentro de nosotros, que nos llevó a evocar más que a aquél tiempo, a aquellas personas que dieron vida y forma al barrio de entonces: el darnos cuenta de que pocos de ellos están aún hoy en este mundo. Y que de sus sobrevivientes, la mayoría habita otros lares.

Entonces supimos que los barrios cambian cuando cambian sus habitantes; cuando los nuevos vecinos llegan con sus nuevas cargas de historias, de vidas, de costumbres. Y es así como van cambiando las épocas.

Los recuerdos volcados son de una 13 de barro y casi sin iluminación. De mucho terreno baldío, de zanjas con renacuajos; de abrojos y de cardos prendidos en la ropa después de una tarde de fútbol, de guerra de coquitos o remontada de barriletes. De un barrio en el que la mayor parte de las mamás tenían por trabajo los quehaceres domésticos, las compras diarias, el cuidar de los hijos y sus amiguitos.

Y, como en el tango, ese barrio decididamente cambió y es otro. Y entonces apareció esa necesidad de registrarlo para que alguna vez, si alguien se pregunta quién habrá vivido en esas casas, quién habrá caminado por esas veredas y habrá respirado ese aire, sepa que hubo jóvenes familias que se afincaron allí para construir un futuro. Y que ese futuro ya quedó atrás, para dejarle el lugar a otro que vendrá.

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28 may 15

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